Del frustrado pantalón campana al
desnudo tumba gobierno
Corrían los últimos años de la década más hermosa que
ha conocido la humanidad, la del ´60 y a los jóvenes de aquel entonces nos
faltaba tiempo para disfrutar de toda la explosión musical
que tuvo lugar desde comienzos de esa década hasta bien entrados los años ´70.
Tanto la llamada música moderna, como
la salsa y otros géneros musicales
competían por la aceptación de la audiencia.
Por
su parte, la Guerra de Vietnam se encontraba en sus niveles más álgidos y el
Socialismo Científico luchaba por ganarle la pugna al Capitalismo, mientras en
las Universidades públicas cada vez mayores sectores de la “sociedad pensante” radicalizaba
sus posiciones vanguardistas a favor de la Revolución Bolchevique y en
contra del stablishment y de la
sociedad de consumo. Mientras los menos jóvenes y más leídos y preparados
imaginaban y daban gallardas discusiones acerca de la sociedad igualitaria
importada de la Unión Soviética, los más jóvenes nos entregábamos, algunas
veces desde la clandestinidad –dependiendo de la orientación ideológica de los
líderes del hogar- a entonar las canciones de Los Beatles, Los Rollings Stones,
del Grupo Creedence y otros más que irrumpieron con inusitada fuerza en la
esfera musical de la década de oro, en la que el Festival de Woodstock del año
´69 marcó el punto cenital.
En
la misma época, pero en el campo político, el Mayo Francés de 1968 terminaba de
acicalar las mentes progresistas de los jóvenes comunistas del momento, quienes
al mismo tiempo que se negaban a hacer comparsa con la sociedad de consumo,
rechazando cualquier atisbo de música hablada en Inglés, terminaban
refugiándose en la música clásica, como para evitar las provocadoras tentaciones
de una música que, bailada en la obscuridad de las discotecas de la época,
provocaba un sinfín de sensaciones, a veces inaguantables hasta para el más radical
de los puristas revolucionarios. De todos modos quienes sucumbían a la
tentación del demonio capitalista, se auto-castigaban leyendo o releyendo el
Manifiesto del Partido Comunista, por eso sería que Un nuevo fantasma recorre Europa quedó grabada en la memoria de
todos los revolucionarios, lo que no significa que necesariamente todos fueran
impíos, o sea.
Por
cierto que un compañerito de clases al que llamaba El Indio Vejar, gochito para
más señas, trataba de halagarme con la música de esos años, pero al ver que no
reaccionaba a ninguna, por los temores de contravenir las indicaciones del
líder de mi manada, se recordó que en mi
casa sólo había escuchado música clásica y entonces me dijo: “ah sí, quieres
que te ponga un clásico? Ya te voy a poner un clásico”! Y justamente, sacó un
LP y en su tocadiscos RCA Victor comenzó a sonar El Clásico Presidente de la
República de 1963, en la voz de Virgilio de Khan, Alí Khan. Para terminar el
cuento con una infidencia, resultaba que su hermana se había hecho novia de un play
boy de la época conocido con el remoquete de Tapa Tapa, el que le tenía un apartamento
tapizado con todos los discos de los clásicos hípicos de esos años.
Ahora
bien, otro de los aspectos que constituyó un problema en esa vida de
convivencia poli-ideológica en los
años finales de los sesenta, fue el de la moda; ya que la moda, como ha sido
toda la vida en nuestros continentes, representaba la cultura occidental con
toda su carga consumista y, por supuesto, con un marketing identificado con la
cultura anglosajona. Una de mis grandes frustraciones de entonces fue ponerme
un pantalón campana, o acampanado o de bota ancha como también se le llamaba. Aún recuerdo con apetencia
aquel pantalón campana, tipo blue jean, que usó George Harrison, guitarrista y
arreglista de Los Beatles, en la celebérrima portada del no menos celebérrimo disco
“Abbey Road” tal vez el más famoso y el de más historia de
todos cuantos grabaron Los Chicos de Liverpool. Ese pantalón me llevó a tomar
el riesgo de plantearle a mi mamá la posibilidad de presentar una moción para
que el líder se paseara por la eventualidad de dejarme comprar un pantalón campana. Cuando la vieja
regresó con el resultado, yo ya lo sabía, ya que ese pantalón campana me lo tendría que ir a poner bien lejos del territorio demarcado.
Así era la militancia en el campo de las ideas revolucionarias. Muchas
veces exigía acometer grandes privaciones, para demostrar que la oposición al
modelo consumista pequeño-burgués era un asunto que devenía en un apostolado
que enfrentaba en todos los terrenos las tentaciones que el Tío Sam ponía en el camino; no siendo pocos los que adoptaban prácticas inquisitorias en el
sostenimiento de un celibato dirigido a la adopción totémica de los principios
filosóficos asociados al marxismo, leninismo, trostkismo, maoísmo o cualquiera
de los ismos de la cata ideológica izquierdista. Sin embargo, para un carajito de
15 años esto era poco entendible, ya que a esa edad lo principal era vivir la
vida loca sin ataduras a preconceptos con los que, seguramente, uno tenía que comenzar
a lidiar en apenas tres o cuatro años, de manera que yo seguiría clamando por
mi pantalón campana.
Pero los años no perdonan, como dice el adagio popular, y con ellos
surgen cambios, transformaciones a veces radicales en el comportamiento de las
personas, de manera que lo que una vez fue una norma de inapelable
cumplimiento, hoy puede ser solo un fugaz recuerdo del sostenimiento del de modé de una era. Tan ridículas pueden
ser las explicaciones de estos cambios, que Joan Manuel Serrat, uno de los
imprescindibles para insuflar el ánimo de los radicales de los sesenta, le fusiló
a Winston Churchill su justificación al cambio de ideales, con aquello de que “Quien a los veinte años no sea
revolucionario, no tiene corazón y quien a los cuarenta lo siga siendo, no
tiene cabeza”.
De manera que pasaron los años, pasaron casi cuatro décadas. Cada adulto
se fue a formar su nueva manada; como pudieron, como supieron, como nos
enseñaron. El ideal estaba allí. Los valores estaban allí. Los principios
estaban allí, claramente marcados. Sólo que, aparentemente, las cosas cambiaron
y las nuevas camadas hicieron sus sustituciones bajo la indiferencia de quienes
otrora marcaron rígidamente el camino a seguir: la inexorable revolución
socialista. Así ocurrió también la sustitución ¿dialéctica? de los líderes:
Carlos Marx fue sustituído por Carlos Ortega; Vladimir Illich Ullianov (Lenin)
fue sustituído por Henrique Capriles; Mao Tse Tung fue sustituído por Leopoldo
López; Rosa Luxemburgo fue sustituída por María Corina Machado y Ernesto
Guevara, el Ché, ha sido sustituído por Robert Alonso.
Cada uno de estos líderes emiten
nuevas y creativas órdenes a sus subordinados, en la consecución de un ideal de
vida, de vida capitalista, me imagino; ultraderechista, intuyo; terrorista,
presiento; perversa y hasta ridícula, estoy seguro. “Caceroleen el 24 de
Diciembre a las 12 de la noche” y cacerolean; “no vayan a la playa en Carnaval,
ni en Semana Santa” y no van; “destruyan árboles, semáforos, carros y bosques”
y los destruyen; “tranca tu calle, tranca tu urbanización, atraviesa tu carro”
y se tranca y se atraviesa; “vístete de blanco” y se visten; “ahora vístete de
negro” y se vuelven a vestir; “ahora desvístanse, tómense fotos desnudos,
móntenlas en facebook, en twiter y en todas las redes sociales” y se desvisten
y se toman fotos desnudos y las montan en facebook, en twiter y en instagram.
Visto esto, yo no puedo concluir sin pedir una reivindicación histórica,
que exonere y devuelva los derechos conculcados a aquel cándido jovencito que
en la década del sesenta solicitaba nimiedades. Así que exijo que se me
devuelva al año 68 y se me entreguen todos los pantalones campana que un joven
puede usar durante los cinco años de su bachillerato; también exijo que se me
permita escuchar “Simpatía por el diablo”, el éxito por antonomasia de los
Rollings Stones, a todo volumen en el balcón del apartamento, en el moderno
picot Phillips; ah y por último pero no menos importante, que se me permita llegar después de las 10 de
la noche de las fiestas, ya que esa era la hora en que la cosa se ponía buena, teniendo que dejar a las novias alborotadas para que
otro viniera a terminar el trabajo por mi comenzado, ah bueno!
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