martes, 18 de noviembre de 2014

Del hombre y su fauna


DEL HOMBRE Y SU FAUNA

Desde hace tiempo he venido pensando en el desprecio que sienten las personas por la fauna y la flora, con sus respectivos frutos, de esta parte de la geografía en que me ha tocado vivir. Esto se evidencia en los calificativos que se le da a la gente cuando, dada una clara situación de desacato al orden, cometen infracciones penadas por la ley del hombre más cercano al punible, haciéndose acreedores de epítetos propios de la zoología. Pero, francamente lo confieso de una vez, en muchos de esos casos no siento lastima por el homo sapiens a quien va dirigido el cumplido, sino por los pobres animales que vienen a mal simbolizar lo que de negativo y maligno hay en el comportamiento humano.

Una mañana logré almacenar en esta memoria ram (cia) que se ha de obsoletizar por culpa de los modernos multimedia, un concierto en vivo, en el propio lugar de los acontecimientos, con sus protagonistas originales, en el que los adjetivos constituían  lo sustantivo del asunto, donde cada vez que alguien se desayunaba con el semáforo, daba la vuelta en “U” o cruzaba la esquina somnolientamente despacio, la justicia meneaba su látigo a través de afinadas gargantas para expresar frases como: “mira, perro #&%$*ñoe:%#”, o “apártate, burrángano…” o “apúrate morrocoy”. Definitivamente no existe razón alguna que justifique la apelación genérica de estos candidatos animales en el desmadramiento de los seres “superiores”, porque, por muy leve que sea la falta, un perro, según sea el caso, no se merece que se le desacredite y vilipendie de esa humanizada manera, verbigracia al tratarse del supuestamente mejor amigo del hombre. Además, a mí siempre me ha deprimido la gran lavativa que le  echó a los caninos teutones la mamá de un diputado de Nueva Esparta cuando le colocó a su hijo (el diputado) el hombre de Pastor.

Un caso bastante parecido es el que ocurre con los burros. ¿habíase  visto alguna vez un animal más trabajador y leal que estos simpáticos burritos? Nunca  jamás! Y sin embargo la gente no repara en pretextos para calificar de: “burradas” las acciones torpes y desproporcionadas de los hombres. A veces, pensándolo en frío, me asalta la idea de que lo que existe por parte del hombre hacia el asno es un celo encubierto, dada la dadivosidad con la que el creador privilegió al cuadrúpedo en cuanto a la dotación de su membresía varonil y en cuanto a la humildad con que arrastra su pena.

Una situación similar es la que vive El Camaleón, animal éste que, debido a ciertas características crónicas es blanco de burla de quienes les encanta hacer comparaciones poco ponderadas. Vale la pena destacar que este saurio vive encaramado en árboles y que, debido a la pigmentación de su piel, cambia de colores según la intensidad de los rayos solares y las tonalidades que lo rodeen. Por cuanto es un animal sumamente timorato y por cuanto es sometido a un acoso constante al ser confundido con la señora Iguana, el Camaleón ha desarrollado a lo largo de su evolución la particularidad de mimetizarse ante el peligro, lo que ha dado lugar a que este don sea aprovechado por el hombre en su afán de perpetuarse en los cargos públicos, al asumir el color del partido político que esté defendido su turno al bate, sin importar mucho la vergüenza que, se supone, es intrínseca al ser humano.

Esta particularidad del hombre, no de el Camaleón, ojo, es lo que ha dado lugar al asombro Jingle ese que dice así: “el camaleón, mamá, el camaleón, cambia de colores según la ocasión”. Ha llegado a tal punto la evolución del hombre en sus rasgos camaleonisticos que hoy existen familias enteras de reptiles en la que cada miembro se viste de un color, cada cual distinto, de tal manera que siempre haya alguno encaramado en el árbol, mientras que los demás se arrastran abajo disfrutando de la sombra proporcionada por un miembro del oportunista clan.


La nota que me ha dado hoy por salir en defensa de Lassie, el Burrito Sabanero que va camino a Belén y el Cama, cama, camaleón no es nueva; lo que pasa es que se ha ido acrecentando el rechazo hacia estas comparaciones tan destempladas, cuando contemplo cómo en los últimos gobiernos se ha multiplicado el numero de individuos que viven encamarados sin ser saurios, se guindan y no son monos, chupan sangre y no son murciélago, muerden y no son perros y rebuznan y, afortunadamente, no son burros.

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