DEL HOMBRE Y SU FAUNA
Desde
hace tiempo he venido pensando en el desprecio que sienten las personas por la
fauna y la flora, con sus respectivos frutos, de esta parte de la geografía en
que me ha tocado vivir. Esto se evidencia en los calificativos que se le da a
la gente cuando, dada una clara situación de desacato al orden, cometen
infracciones penadas por la ley del hombre más cercano al punible, haciéndose
acreedores de epítetos propios de la zoología. Pero, francamente lo confieso de
una vez, en muchos de esos casos no siento lastima por el homo sapiens a quien
va dirigido el cumplido, sino por los pobres animales que vienen a mal
simbolizar lo que de negativo y maligno hay en el comportamiento humano.
Una
mañana logré almacenar en esta memoria ram (cia) que se ha de obsoletizar por
culpa de los modernos multimedia, un concierto en vivo, en el propio lugar de
los acontecimientos, con sus protagonistas originales, en el que los adjetivos constituían
lo sustantivo del asunto, donde cada vez
que alguien se desayunaba con el semáforo, daba la vuelta en “U” o cruzaba la
esquina somnolientamente despacio, la justicia meneaba su látigo a través de
afinadas gargantas para expresar frases como: “mira, perro #&%$*ñoe:%#”, o
“apártate, burrángano…” o “apúrate morrocoy”. Definitivamente no existe razón
alguna que justifique la apelación genérica de estos candidatos animales en el
desmadramiento de los seres “superiores”, porque, por muy leve que sea la
falta, un perro, según sea el caso, no se merece que se le desacredite y
vilipendie de esa humanizada manera, verbigracia al tratarse del supuestamente
mejor amigo del hombre. Además, a mí siempre me ha deprimido la gran lavativa
que le echó a los caninos teutones la
mamá de un diputado de Nueva Esparta cuando le colocó a su hijo (el diputado)
el hombre de Pastor.
Un
caso bastante parecido es el que ocurre con los burros. ¿habíase visto alguna vez un animal más trabajador y
leal que estos simpáticos burritos? Nunca
jamás! Y sin embargo la gente no repara en pretextos para calificar de:
“burradas” las acciones torpes y desproporcionadas de los hombres. A veces,
pensándolo en frío, me asalta la idea de que lo que existe por parte del hombre
hacia el asno es un celo encubierto, dada la dadivosidad con la que el creador
privilegió al cuadrúpedo en cuanto a la dotación de su membresía varonil y en
cuanto a la humildad con que arrastra su pena.
Una
situación similar es la que vive El Camaleón, animal éste que, debido a ciertas
características crónicas es blanco de burla de quienes les encanta hacer
comparaciones poco ponderadas. Vale la pena destacar que este saurio vive
encaramado en árboles y que, debido a la pigmentación de su piel, cambia de
colores según la intensidad de los rayos solares y las tonalidades que lo
rodeen. Por cuanto es un animal sumamente timorato y por cuanto es sometido a
un acoso constante al ser confundido con la señora Iguana, el Camaleón ha
desarrollado a lo largo de su evolución la particularidad de mimetizarse ante
el peligro, lo que ha dado lugar a que este don sea aprovechado por el hombre
en su afán de perpetuarse en los cargos públicos, al asumir el color del
partido político que esté defendido su turno al bate, sin importar mucho la
vergüenza que, se supone, es intrínseca al ser humano.
Esta
particularidad del hombre, no de el Camaleón, ojo, es lo que ha dado lugar al
asombro Jingle ese que dice así: “el camaleón, mamá, el camaleón, cambia de
colores según la ocasión”. Ha llegado a tal punto la evolución del hombre en
sus rasgos camaleonisticos que hoy existen familias enteras de reptiles en la
que cada miembro se viste de un color, cada cual distinto, de tal manera que
siempre haya alguno encaramado en el árbol, mientras que los demás se arrastran
abajo disfrutando de la sombra proporcionada por un miembro del oportunista
clan.
La
nota que me ha dado hoy por salir en defensa de Lassie, el Burrito Sabanero que
va camino a Belén y el Cama, cama, camaleón no es nueva; lo que pasa es que se
ha ido acrecentando el rechazo hacia estas comparaciones tan destempladas,
cuando contemplo cómo en los últimos gobiernos se ha multiplicado el numero de
individuos que viven encamarados sin ser saurios, se guindan y no son monos,
chupan sangre y no son murciélago, muerden y no son perros y rebuznan y,
afortunadamente, no son burros.
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