sábado, 6 de octubre de 2018

Sexo, edad y crisis económica.

En estos días hice  una encuesta en la que preguntaba “A qué se paran de la cama los hombres a la medianoche”. La opción que se llevó el 74% de las respuestas fue “A echar una meada”. Esto comporta un gran problema, ya que la mayoría de mis contactos en twitter y otras redes sociales son hombres mayores de 60 años, lo mismo que sus esposas que con  seguridad también  respondieron al survey.

Orinar tanto en la tercera de las edades tiene otras serias implicaciones en el momento histórico que vivimos, ya que  la constante micción (meadera, pues) supone el uso de papel toilet para limpiar el desperdicio dejado en la tapa del inodoro, lo que sin duda redunda en la economía familiar dado los altos costos del papel higiénico.

De igual modo existen los maridos que tempranamente fueron domesticados por sus consortes al obligarlos a no sacudirse el miembro, ya que la dispersión aleatoria  de gotas es causa del constante  mal olor del baño, lo que las llevó a someterlos al uso del papel para secarse la zona húmeda de la virilidad.  Ellas, siempre tan prejuiciosas, destrozaron la máxima aquella que nos enseñaron desde pequeños: “lo dijo Sócrates, lo dijo Platón, la última gota de miao se queda en el interior”

Lo cierto es que ambos métodos en los días que corren son demasiado onerosos toda vez que el precio del papel toilet está cerca de los 500 bolívares soberanos el par. De esta manera se dispara el presupuesto por concepto de meadas, porque como dicen las mismas esposas, no es una sola vez que se levantan, son tres y hasta cuatro veces en la noche.

Mi amiga Zenaida se había quitado ese dolor de cabeza con su esposo Leonardo, cuando lo enseñó (bueno, lo forzó) a orinar sentado para que no fuera tan dispendioso en la repartición de chispas en su tránsito desde el tracto ventral hasta el vaso urinario. Claro en este caso era  la única salida, ya que Leonardo medía cerca de dos metros, entonces se imaginarán ustedes aquel hilo que viene de tan alto para que cayera exactamente en el sifón sin derrapar por efectos de la gravedad, hacia otros sitios como el piso, la cortina y el lavamanos, todo esto sin contar el estado de somnolencia que hace que se pierda la puntería.

Lo malo del método de orinar sentado en el hombre es que puede pasar que cuando se regrese a coger el sueño otra vez se le haga imposible  o lo que le pasaba a mi tía abuela Mamery, a quien en más de una oportunidad  encontramos dormida sentada en el trono. Para las mujeres siempre va a resultar mejor que su esposo orine sentado a que en la mañana amanezcan charquitos en el baño, como le cantaba una mis cuñadas a un hermano.

Quien se quitó de pendejadas, aunque ahora  del lado del sexo opuesto, fue mi amiga Inesita quien volvió a los tiempos de antes al poner de moda el uso de las llamadas en Ciudad Bolívar “mascachupas”.

Cuentan que en aquellos tiempos en mi Angostura querida, en los que no se conocía  aún la presencia del posteriormente imprescindible “modess”, las mujeres preparaban trapos de ropa vieja, generalmente franelas de algodón y trozos de paños, y los usaban en lugar de las  toallas sanitarias, cuando estaban en los cuatro días  esos.

Rescatada la tradición, Inesita, entonces, ya no se enyesa la mano de papel toilet como solía hacerlo en el pasado para secarse sus partes luego de cada excretada. No, ahora ella tiene su mascachupa preparada, con lo cual se ahorra una cantidad importante de soberanos mensualmente, porque Inesita en el arte de orinar se comporta como si tuviera prostatitis crónica. Lo único malo es que en estos días la Inés olvidó retirar la mascachupa que esos días tenía en uso, de modo que en una ida de luz  cuando Nelson, su esposo, fue a secarse la cara para irse a dormir, trasteando entre los objetos del tocador lo que consiguió   fue el adminículo que Inesita usa para limpiarse …. sus partes. Plop!!!

Lo cierto de todas estas cosas es que la adultez última de la vida está provista de los conocimientos y de las mañas que lo pueden sacar a uno de apuros. Recuerdo que cuando Pedrito, un vecino del Edificio Mapal en Caracas, le preguntaba a su papá si él todavía tenía relaciones con su mamá, el viejo Pablo le respondía “sí, yo a tu mamá le echo el del miaíto”. Todos nos reíamos imaginando al viejo haciendo literalmente lo que decía. Muchísimos años después escuchamos lo mismo de un viejo inspector de DOPE. Eran las mismas palabras y el mismo sentido.

Luego entendí que ambos personajes se referían a la erección nocturna que se produce en una etapa  del sueño, conocida como el sueño REM (Rapid Eye Movement), y cuya erección está  asociada (popularmente) a que la vejiga, al estar completamente llena, llega a la uretra provocando la turgencia del pene y la consecuente erección. A esto los científicos llaman la Tumescencia Peneal Nocturna (TPN),  la que en rigor la ciencia  explica de otra manera, en el marco de la ilustración de la disfunción eréctil.

Como quiera que se vea los hombres maduros se las arreglan para sacar fuerzas de sus flaquezas satisfaciendo a su pareja aunque sea en horas de la madrugada y medio dormidos, sacando ventajas de la micción nocturna para hacer lo que en el día, generalmente, les cuesta mucho.

 Me olvidaba decirles  que el papá de Pedrito y el viejo de DOPE aprendieron también a contener las ganas de orinar a altas horas de la noche, ya que si querían sacar ventajas de la TPN lo peor que podían hacer era mear, ya que con la ida de la orina también se despedían de la erección refleja obtenida y así tener que esperar 24 horas más para observar nuevamente su pene edematizado.

Al contarle esta historia a mi amiga Inesita, me dijo que cuando vea a Nelson pararse “A echar una meada” le iba a gritar:

¡No se lo eches al inodoro, mejor vuelve a la cama otra vez, gordito lindo!