domingo, 24 de octubre de 2021

La inscripción en el Pedagógico: un evento de naturaleza olímpica

Crónica conmemorativa del L Aniversario del Pedagógico de Maturín

Héctor Acosta Martínez

Cuando uno llega a un nuevo sitio, lo mejor que puede hacer es asimilarse rápidamente a los usos y costumbres del lugar, un poco para no sufrir por los efectos de la inadaptación y bueno, tratar de encajar de una vez  en el ambiente.

Eso fue lo que, posiblemente, contribuyera a mi temprana inserción en  la cultura maturinesa de principios de los años 70s, cuando  ingresé a mi Glorioso Pedagógico de Maturín.

Una de esas particularidades que me llamaron poderosa y asombrosamente la atención fue la manera tan autóctona, endógena tal vez, como  en ese tiempo se inscribían las asignaturas antes del inicio de cada semestre.

Resulta que existía un sistema, bueno más que sistema era un mecanismo, el cual consistía en que cada profesor tenía un número determinado de tarjetas de las asignaturas que facilitaba, incluso entre profesores que facilitaban la misma asignatura, las cuales se diferenciaban por el número de la sección que le tocaba a cada profesor.   Entonces si usted quería inscribir una materia con un determinado profesor, usted se dirigía al sitio en donde se estaban repartiendo las tarjetas de ese profesor. Generalmente era el mismo docente quien las entregaba. El profesor le hacía entrega, entonces, de una tarjeta que venía identificada con el Nombre de la asignatura, el número de la sección y las unidades de crédito (UC) que tenía. Los demás datos los colocaba el estudiante de su puño y letra.  Y uno, el estudiante, tenía que retirar las tarjetas tan rápido como pudiera porque existía el riesgo de que se acabaran y bueno, se cerraba esa sección y usted tenía que agarrar la materia con el que quedara, que, muy seguramente, no era de su total agrado. El de usted!


Tarjeta de inscripción en el IUPEM de un estudiante que, seguramente, sudó para obtenerla

El problema se presentaba cuando usted tenía que inscribir 7 materias y cada materia de cada profesor se entregaba en un sitio distinto, separado por cierta distancia dentro de la geografía iupemista. Entonces usted tenía que estar en buena forma para pegar carreras de un sitio a otro tratando de llegar antes que los otros 35 o 40 estudiantes. Aquello se convertía en un torneo atlético en el que   quienes disponían de mejor estado físico obtenían las tarjetas deseadas, con sus profesores favoritos, seguramente. Pero aquellos que tenían algún hándicap, bien por el exceso de peso o  por alguna discapacidad física, terminaban inscribiendo lo que quedara. El propio darwinismo iupemista, pues! Y esto no tiene nada que ver con Darwin, el hermano profesor de Educación Física.

También ocurría que algún amigo, que  quería extender sus vacaciones en su sitio de origen, le pidiera el favor  que le recogiera las tarjetas; entonces la carrera era doble, más aún si no era de su misma Especialidad.

Así las cosas, en una oportunidad le recogí las tarjetas a mi amigo margariteño Loyo (Eulogio), quien estudiaba en la Especialidad de Inglés. Esto por supuesto lo hice luego de colectar todas mis tarjetas (Historia). Luego me fui para los lados de Inglés, que era el mismo bululú,  solo que cuando llegué la presión había bajado y ya los profesores heavy weight habían sido seleccionados. Cuando, a su regreso de su lar insular, le entregué sus tarjetas,  Loyo se me quedó viendo y con aires de resignación me dijo “coño, cupaño, lo que me metiste fue el chere chere”. Bueno, Loyo, después de la ribazón lo que queda es el chere chere! Este diálogo se entendía perfectamente en todo el Oriente venezolano!


Prof. Eddy Córdova, referente e impulsor de la moda afro.

Esta selección de profesores a través del precitado  mecanismo se transformaba en un de sociograma  porque dependiendo de sus resultados algunos profesores eran mayoritariamente seleccionados al gozar de las preferencias de las masas estudiantiles. De este modo, algunos muchachos como Eddy Córdova, Pedro Márquez (Pitongo), Carlos López, Eugenio Lárez,  el Pájaro Bruzual, Hernán Pineda, Saúl Rivera, Manuel Moreno y algunos otros, quienes eran chicos recién graduados y disfrutaban la ocasión de ser  los últimos modelos de la época, corrían con la suerte de que sus secciones se cerraban casi  al abrirse. Eran caballos ganadores en este hipódromo de tarjetas, o sea!

El suscrito en los melenudos años iupemistas.

Hubo casos  en los  que el número de estudiantes superaba con creces el total de tarjetas disponibles (¡no hay cama pa’ tanta gente!), lo que les causó pánico a un par de profesores que viendo la avalancha de estudiantes que se les encimaba decidieron  salir al pasillo y lanzar las tarjetas al aire, de modo que quienes las obtuvieran producto del rebuleo que inmediatamente se formaría, serían los felices cursantes de esas asignaturas, no sin antes perder un US Keds, un zarcillo  o una pulsera, bajo aquel método que más bien parecía una  piñata en fiesta de recién nacido.

Prof. Simón Bejarano: excelencia y exigencia pedagógica.
Había, recuerdo, otras dos formas sencillas de elegir. Los estudiantes interesados siempre querían inscribir las asignaturas con los mejores profesores, quienes, casualmente, eran los más exigentes. Mientras que aquellos flojones  buscaban los profesores menos exigentes, es decir, a los que se parecían a ellos.  Conforme a esto también me ocurrió que una vez le hice la inscripción  a una amiga de la Especialidad de Geografía y cuando detalló las materias y sus profesores, con los ojos desorbitados me dijo “coño ‘e la madre, pelúo,  me metiste Geografía con el negro Bejarano, ese negro es un demonio. Ni siquiera pudiste meterla con Ardinelia o con la misma Panchita. Este va a ser el peor semestre de mi vida, melena”.

Las maturinesas, de naturaleza afables y  bien presentadas, bien discretas en el andar y calzadas siempre de primera, en tiempos de inscripción sufrían tal metamorfosis que al propio Kafka hubiera sorprendido. Era impresionante ver a aquellas lindas féminas que en las tardes llegaban ataviadas de vestidos y tacones a sus clases, transformadas en atletas olímpicas que ya la misma Yulimar Rojas hubiera envidiado. Vestidas de monos, guachicones en los pies y pañoletas en la cabeza llegaban dispuestas a batir todos los records de velocidad, salto largo, salto con obstáculos; desde Tipuro al Sector E; del sector E al sector A; del sector A a las canchas; de las canchas al sector B y de aquí de vuelta a Tipuro. Algunas de mis amigas como Martina, Gisela, Laurita, Yamila (la eterna Reina de El Corozo), la flaca Ingrid Meneses, Maggloris Arredondo, la flaca Eunice Barreto, la gorda Dinorah y hasta la muy distinguida Nora Natera, de suyo elegantes y de pausado transitar,  participaban sin pudor en ese inclemente maratón. Allí se perdía el decoro, el glamour y el donaire. Ni los indios tarahumaras (indígenas del Alto México, que corrían para todos lados sin ninguna motivación especial) les hubieran visto luz.

Los varones también sufrían los embates del malhadado mecanismo de inscripción. Igual se les veía corriendo por todos los pasillos del Pedagógico,  llevándose por el medio al que se le atravesara. Los mejores dotados, por supuesto, llevaban la delantera. Otros, que eran los mayorcitos de la partida, como Andarcia, Américo Rondón, Laverde, Chichí Avila y Zaracual tenían mañas y de alguna manera se las ingeniaban para inscribir sus materias. Mientras  estaban algunos que, como el gordo Ortíz, tenían su mayor hándicap en el peso, lo que los obligaba a inscribir lo que dejaran, porque siempre llegaban detrás de la ambulancia, cuando no dentro de ésta.  Una vez,  jadeante y todo descompuesto, con la camisa rasgada y enseñando lo que en Oriente llaman el maruto, escuché cuando le decía a una amiga “ay no, mijita, yo no voy a seguir en esta gueboná; mi mamá me mandó para acá a hacer una carrera, no que viniera a vivir en una sola carrera”. Sería ésta la primera vez que escuchaba esta expresión que más adelante se convertiría en un chiste nacional. Para mí fue inventado en mi Glorioso Pedagógico de Maturín.

En la tarde, ya todos cansados se concentraban en la Plaza Central y allí contaban las peripecias del agotador día y en ese mismo espacio comenzaba una transacción de tarjetas, como si se tratara de un intercambio de cuentos como los que ocurrían todas las noches a la entrada del cine Plaza de Ciudad Bolívar. Uno podía escuchar transacciones  como:

“Cambio una Historia de América con el flaco Silva por una con Etanys Mendoza”.

“Cambio un Inglés II con Maikí por uno con Raquel Gardié”.

“Cambio una Geografía con el negro Bejarano por una con la negra Borromé, o con cualquiera otra”.

“Cambio una Historia de la Civilización con Oscar Velásquez por una con Chuberto”.

Pasado el amargo trago de la inscripción poco a poco se volvería a recobrar  la normalidad, siempre con la cordialidad y el ingenio del oriental quien a todo le encontraba una salida graciosa con la cual olvidar los sinsabores de la vida de estudiante de escasos recursos, como eramos casi todos los del IUPEM.

A medio siglo de su fundación mi Glorioso Pedagógico de Maturín no ha dejado de ponerme a dar carrera; esta vez con la elaboración de esta crónica que, como todo buen estudiante, la dejé para última hora a pesar de tener más un año para realizarla y no obstante el látigo del buen editor que es Edmundo Zapata, quien con cierta frecuencia me la recordaba.

¡Qué viva el Pedagógico de Maturín en su L Aniversario! ¡Qué viva!