miércoles, 19 de agosto de 2020

Rafael Rangel: una vida y mil perdones!

Toques de Historia

La literatura universal y más aún la contemporánea, siempre ha puesto especial empeño en la importancia de seguir los sueños para llevar una vida plena y llena de realizaciones personales y/o profesionales; pero por sobre todo un especial énfasis en la necesidad de llevar una vida con propósito, tal como más adelante lo teorizaría  Viktor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración de Auschwitz.

En el caso de José Rafael Estrada (1877 – 1909) mejor conocido en la posteridad como el sabio Rafael Rangel, ir en busca de sus sueños pintó su vida de un gris intenso con el que se despediría en agosto de 1909, luego de que sus fuerzas flaquearon ante una lucha que le había robado las ilusiones y el deseo de ser quien siempre quiso ser desde muy temprana edad por allá en su natal Betijoque, en la fría serranía trujillana.

Justamente en esas tierras andinas Rangel recibe su instrucción primaria en la primera Escuela Federal creada en Betijoque en 1879, dirigida por el educador trujillano don Enrique Flores. A temprana edad conoce a quien sería su principal fuente de inspiración y modelo a seguir en el campo de las ciencias médicas, como lo fue el Dr. Pablo Acosta Ortiz, médico llegado a tierras trujillanas a la edad de 21 años y a quien apodaban “el mago del bisturí”.

Posteriormente en el año 1896 egresa de la Universidad del Zulia graduado de Bachiller en Filosofía, a la edad de 19 años. En ese último año de bachillerato el joven Rafael Rangel recibiría el primer golpe de los poderes fácticos, al tropezar con la decisión del Dr. Rafael López Baralt, quien como director de la sección de Seroterapia del Instituto Pasteur de Maracaibo, le niega al joven bachiller la solicitud para enrolarse en calidad de asistente, en una comisión que viajaría a Bogotá para realizar un seminario sobre la curación seroterápica de la Lepra. Una y otra vez el Dr. López Baralt rechaza la solicitud de Rangel, lo que produce en éste una inmanejable ofuscación que termina en un enfrentamiento verbal durante el cual le lanzó  al médico calificativos mordaces  que complicaría las hostilidades y obstaculizarían futuras oportunidades.

Previendo las casi seguras consecuencias que este acontecimiento tendría en su vida como estudiante, Rangel decide emigrar hacia la Universidad Central de Venezuela, de la mano de su mentor el Dr. Pablo Acosta Ortiz quien intercede ante las autoridades de la academia para que acepten a Rangel.

El cambio finalmente se logra y Rafael Rangel comienza sus estudios en el primer año de medicina, bajo la dirección del Dr. Luis Razetti, en Anatomía; Adolfo Frydensberg, en Química y José Gregorio Hernández, en Histología. Culmina el primer año en Julio de 1897 con calificaciones sobresalientes y se inscribe para cursar el segundo año; el cual interrumpirá para dedicarse a la investigación, actividad que en verdad lo apasionaba y sobre cuyo ejercicio decía  no necesitaba ser médico para hacer carrera académica.

El sueño que Rangel persiguió con tanta vehemencia fue el de especializarse en el exterior, en el gran Instituto de Seroterapia de Calcuta, India,  en su área de estudios de Inmunología Seroespecífica, de modo que con el aval de los  reconocimientos recibidos por los médicos que le asesoraban en su trabajo, además de su alto desempeño en el laboratorio, en 1898 solicitó al Congreso de la República una beca para hacer esos estudios en el extranjero. El parlamento terminaría rechazando su solicitud, mediante decisión de la comisión encargada, la cual contaba entre sus miembros con el médico y político Dr. Rafael López Baralt, con quien dos años atrás, Rangel había tenido el altercado  al cual nos referimos líneas atrás. Esta fue la segunda frustración que sufriría el tenaz trujillano y que bloqueó su oportunidad de realizar la tan anhelada especialización en los centros internacionales del saber.

Por méritos propios Rafael Rangel se fue abriendo camino en el área de laboratorio al cual ingresó en 1897 como asistente del Dr. José Gregorio Hernández. Ya el año anterior había cursado estudios en el prestigioso Instituto Pasteur de Caracas en donde dejó una magnífica impresión en el Dr. Santos Aníbal Dominíci, a la sazón director de esa institución.

Con el Dr. Hernández se dedica enteramente al laboratorio de la  Universidad; allí confecciona láminas y preparaciones histológicas que le sacan a su nuevo mentor un reconocimiento que lo llenaría de orgullo, al comparar sus aportaciones con un  futuro premio Nobel de medicina de 1906, al expresar que sus aportes “no iban en zaga a las del propio Ramón y Cajal”.

Pero Rangel tenía un hándicap que explicaría a decir de algunos de sus biógrafos, parte de la suerte que había corrido en su deseo de especializarse en el exterior que, como todo científico tenía en aquel momento plenos derechos en sus aspiraciones. Al describirlo físicamente, el Dr. José Manuel Espino resalta lo siguiente:

“Era Rafael Rangel un individuo alto, derecho, algo canijo, de cabello negro ondulado, de bigote ralo, de color atezado, aunque de facciones corrientes (…). De continente respetuoso, casi tímido, de cuerpo laxo con los brazos colgantes, caminaba deslizándose como  ayudado por el viento. Su semblante, además, era sereno y poco expresivo, sin rasgos o gestos emocionales… aunque de natural retraído, Rangel era afable con quienes frecuentaban su trato”.

De modo que no son pocas las opiniones que ponen  por delante su rasgos físicos amulatados, su tez oscura tirando a zambo y su negra y ondulada cabellera como la causante de las tantas discriminaciones que Rangel recibió a lo largo de su corta pero fructífera existencia, en aquella Caracas en la que el mantuanismo invadía los espacios políticos y de la ciencia para seleccionar a los individuos que, dentro de la casta, llegarían a obtener los más altos cargos aunque carecieran de méritos para ejercerlos.

Sin embargo, aunque se conocía del carácter frágil de quien sería conocido como el sabio Rangel y de su propensión a la depresión, éste continuaba cosechando triunfos en su vida profesional, a pesar de lo  esquivo que le había resultado su encuentro con su sueño, de modo que la entrada del siglo XX lo encontraría bañado por el éxito de sus hallazgos, para orgullo de algunos y para envidia de otros. Entre sus grandes logros vale la pena destacar los siguientes:

En febrero de 1901 se creó, vía Junta Administrativa de los Hospitales, el nacimiento del Laboratorio del Hospital Vargas, siendo Rafael Rangel nombrado su primer director. En ese laboratorio hasta el momento de su deceso había dirigido un total de 16 tesis médicas y cuya única exigencia de su parte era que los tesistas mencionaran al laboratorio. Con el apoyo del Presidente Cipriano Castro logró convertir al laboratorio en un centro de investigación activa en el campo de la parasitología.

En 1903 descubre nuevos anquilostomos en su estudio para determinar la causa de la anemia severa que se vivía en esa época en el sector rural de Venezuela y que fuera causa de muchísimas muertes en ese sentido. Fue este tal vez, el estudio que mayor reconocimiento le produjo, ya que con el mismo fueron muchísimas las vidas que se salvaron gracias a alta pertinencia de sus descubrimientos al dar pie para el tratamiento adecuado de dichas enfermedades.

En un viaje a los llanos venezolanos que realiza en 1904 estableció la causa de una enfermedad que azotaba a los caballos definida vulgarmente como “derrengadera” o Peste Boba, al encontrar organismos unicelulares o tripanosomas en la sangre de animales infectados (Belisario y Maya, 2006).

En el mismo año de 1904 descubre la presencia de infusorios y hongos en las legumbres y hortalizas del Valle de Caracas dando inicio a los tratamientos para los padecimientos por disenterías y otras enfermedades intestinales que se habían convertido en un azote de la población al cobrar numerosas muertes.

Entre 1906 y 1907 se traslada a Miraca, muy cerca de Coro, en el estado Falcón, donde estudia una enfermedad bacteriana que se conocía como “el grito de la cabra”, la que diagnostica correctamente como ántrax.

Sin embargo, los éxitos alcanzados por el bachiller Rangel no eran suficientes para que el mundillo científico y político de la época correspondiera a su esfuerzo abonando al ansiado sueño de estudiar en el exterior en institutos de reconocida calidad y a los cuales compañeros de trabajo suyo como el doctor Razetti, Dominíci, Hernández y otros sí habían podido acceder.

 

Así, en el año 1900 Rangel consigue con el primer presidente del Estado Trujillo nombrado por Cipriano Castro, la aprobación de una beca de estudios para trasladarse al exterior a estudiar serología inmunoespecífica. Sin embargo al año siguiente el Estado cambia de Presidente y con ello se esfuma la alegría de Rangel, al enterarse que el nuevo mandatario regional era el marabino Dr. Rafael López Baralt, quien ya en dos oportunidades había rechazado peticiones similares, incluso ya aprobadas por los organismos con pertinencia en la materia, de modo que esta vez no sería distinto porque el presupuesto aprobado no se ejecutó por órdenes del ya conocido doctor y político.

Algo parecido ocurriría en septiembre del año 1903 cuando el Doctor Pablo Acosta Ortíz presenta el trabajo elaborado por Rangel, intitulado “Etiología de ciertas anemias graves de Venezuela”, ante el Colegio Médico de Venezuela, donde se encontraban presentes, entre otros, Luis Razetti, J.M. de los Ríos, Elías Rodríguez y José Gregorio  Hernández.

Es bueno recordar que aunque Rafael Rangel tenía méritos indiscutibles por encima de cualquiera de los médicos sembrados en nuestra conciencia, por sus aportes a la ciencia y a la preservación de la especie humana, habían algunos centros como el Colegio Médico de Venezuela y su sucesora Academia de Medicina,  a los cuales no podía acceder dada su condición de Bachiller, por lo que muchas de sus glorias fueron repartidas entre médicos que en el futuro podían expedir tratamientos en consonancia con los hallazgos del bachiller Rangel, mientras otros tantos gozaban de gran renombre al presentar estos trabajos en congresos en el exterior.

En esta línea el trabajo presentado por el doctor Pablo Acosta Ortíz fue merecedor de una recomendación por parte del Colegio de Médicos de Venezuela, al tenor del Acuerdo N0. 2 que decía así “Recomendar al gobierno como obra de utilidad nacional, que envíe al señor Rangel a una Escuela de Patología Tropical, con el objeto de que perfeccione allí sus conocimientos e implante luego en Venezuela la enseñanza de una parasitología tropical”. Huelga decir que este acuerdo tampoco llegó a materializarse. En 1905 con la creación de la Academia de Medicina ingresó el ideólogo de su creación, el Dr. Rafael López Baralt, con lo que las posibilidades de concretar recursos para este nuevo intento se veían reducidas a la nada.

La admiración que despertaba la obra de Rangel jamás se tradujo en una solidaridad activa por parte de quienes se consideraban sus amigos y mentores, no al menos cuando se trataba de enfrentar el poder político para defender los acuerdos tomados por los miembros de sus academias. Al contrario  un silencio sepulcral era lo que seguía a cada nuevo atropello de los poderes fácticos hacia Rangel, tal vez en el entendido que quien los desafiara estaba destinado a correr con igual suerte.

En 1908, año que precedió al de su muerte, Rangel es propuesto ante el Congreso de la República por los titulares de las carteras de Obras Públicas y de Instrucción Pública, para recibir una pensión que le permitiera viajar a Europa a realizar estudios. Como ya a estas alturas es de suponer, el congreso bajo la influencia decisiva del doctor López Baralt, negó la solicitud.

En un hecho controversial que marcaría el inicio del final de la vida de Rangel, en marzo de 1908 surge en La Guaira una enfermedad que fue diagnosticada en un primer momento como peste bubónica. En aquellos tiempos el hoy Estado La Guaira era el principal puerto de Venezuela. Por allí salían los productos de la actividad económica extractiva que la clase comercial   enviaba al exterior y por allí mismo entraban los productos requeridos por los habitantes de Venezuela, sobre todo de la Caracas en desarrollo. Lo mismo que muchos años después, la de Venezuela, se podría decir con propiedad, que era una economía de puertos.

De  manera que una peste en el principal puerto de Venezuela, representaba el peligro de que, ante su eventual comprobación, el puerto sería cerrado y se producirían  cuantiosas pérdidas económicas, por lo cual el poder político y económico tenía sus ojos puestos, no en la peligrosa propagación de la peste, sino en que el territorio portuario se mantuviera  abierto. Así se lo hicieron saber a médicos e investigadores.

Así las cosas, a pedido del Presidente Cipriano Castro, quien era un admirador de la obra del trujillano, Rafael Rangel es enviado con urgencia a investigar el problema. Llega al puerto el 20 de Marzo y de inmediato comienza su trabajo al examinar a dos enfermos cuyas patologías eventualmente se relacionaban con la peste bubónica. Sin embargo, luego de hacer los exámenes microscópicos propios de su especialidad, Rangel concluye que en esas muestras no existen evidencias para diagnosticar esa enfermedad como peste bubónica al no encontrar la presencia del bacilo de la señalada pandemia.

El puerto de La Guaira permaneció abierto, lo que no hizo más que incrementar el número de casos de la misteriosa enfermedad, razón por la que Rangel hubo de bajar al puerto para someter a pruebas los nuevos casos que le fueron presentados. En esta oportunidad, un mes más tarde, sí logra comprobar la presencia de bubones y con ello el peligro de una peste de grandes proporciones. Con la discreción del caso se dirige al Presidente Castro para manifestarle que “he podido examinar bacteriológicamente uno de los referidos casos y me es muy doloroso participarle que esta vez he encontrado el bacilo específico de la peste” (Belisario y Maya, 2006). Esta vez el puerto es cerrado y el General Cipriano Castro nombra a Rangel jefe de la campaña sanitaria que con gran eficiencia es llevada por el investigador. Un mes más tarde, 23 de mayo, se declara terminada la pandemia y Rangel regresa a Caracas con la gloria a cuestas.

La brillantez de los aciertos de Rangel habría de pasarle factura en el corto tiempo. Se  desataron las intrigas con imperdonable saña en contra del bacteriólogo betijoqueño. Se regaron rumores que había puesto en peligro la vida de los habitantes de La Guaira porque, al comienzo de sus investigaciones había mentido  acerca de la etiología de la enfermedad para congraciarse con el poder político en manos de Castro. Con estos artilugios domésticos pasados como jurídicos, Rangel fue acusado de prevaricación con lo que saldría lesionada su autoimagen de hombre honesto y de total entrega a la ciencia, haciendo mella en una psiquis en la que cada revancha, cada envidia y cada rechazo abonaban el camino hacia la autoflagelación.

Aunado a lo anterior, Rangel también fue víctima de un grupo de malogrados habitantes que dieron su autorización a Rangel para quemar sus ranchos y haciendas, como medida de erradicación de animales, como ratas y ratones que eran potenciales portadores de la pandemia. Rangel terminaría comprometiéndose con los lugareños a resarcir los daños causados por esta acción, la que estaba refrendada por el poder político del momento que se había comprometido con el investigador a pagar los daños y perjuicios causados, lo que no ocurrió durante lo que quedaba de vida de Rangel y a lo que el sabio tuvo que hacerle frente en su laboratorio del Hospital Vargas al presentarse una protesta en las propias puertas de su centro de trabajo.

El 19 de agosto de 1909 el bachiller Rangel, un adelantado para su época, reúne a sus estudiantes en el Hospital Vargas para presentar su último trabajo científico. Durante la exposición Rangel se muestra emocionalmente fuera de sus cabales: habla sin control, gesticula, llora y de pronto se encierra en un silencio total, aún estando allí en presencia de sus estudiantes. Posteriormente es llevado a su habitación.

Finalmente el 20 de agosto de 1909 la mente brillante, lúcida y sobresaliente de Rafael Rangel, toma la triste e infausta decisión de poner fin a sus días al ingerir una letal dosis de cianuro de potasio, en su laboratorio, el lugar en el cual desarrolló una magnífica carrera en pro del avance de la ciencia y de la preservación de una cantidad infinita de vidas. Poco pudieron hacer médicos y estudiantes por salvar la vida de este salvador de vidas.

Aquel hombre de hablar pausado y de un apasionamiento sin igual por la bacteriología se quitaría la vida en el aciago momento de ver definitivamente infranqueable el camino hacia la realización de aquello que movía su existencia y que en sentido estricto constituía el propósito de su vida.

A la muerte física seguiría la muerte moral de aquel científico que no tuvo la suerte de ser favorecido con una pigmentación agradable a la discriminante sociedad caraqueña de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Ahora sí aparecieron los lúcidos científicos y políticos que nunca demostraron algo de valentía para defenderlo de las injusticias que, como un látigo cayeron una tras otra sobre su humanidad. Ahora sí aparecieron las reputaciones consagradas para vaticinar en retrospectiva los defectos de su personalidad para explicar la trágica decisión. Ahora sí las nulidades engreídas del Valle de Caracas  salieron del anonimato para  adjudicarle a su carácter maníaco depresivo la funesta decisión de acabar con su vida. Hablaron las deidades impolutas del Olimpo mantuano para excavar más profundo el lecho definitivo del sabio de Betijoque.

Y en la iglesia no doblaron las campanas por el taciturno trujillano, quien no mereció un entierro digno pues al quitarse la vida dejó de ser hijo de Dios al “cometer pecado mortal”, a decir de la inquisidora  iglesia apostólica y romana en la persona de su Arzobispo.

Sólo el estudiante Salmerón Olivares, interno del Hospital Vargas, fue capaz de despedir a Rafael Rangel con palabras que ninguno de sus amigos fue capaz de pronunciar:

“… este es una víctima, como lo fueron siempre en nuestro medio, los buenos, los dignos, los incontaminables, los que no abatieron nunca la bandera santa de su honor, y tuvieron muy en alto y amaron mucho este pedazo de tierra enfermo que tenemos por Patria…Mañana, cuando la posteridad serena y justiciera nos muestre con clara luz de los hechos del presente, la figura inmortal de Rangel se destacará gigante con la aureola de sus méritos, y entonces, una lágrima muy cálida, muy amarga como lo irremediable, quemará silenciosa la mejilla de la Patria querida. Rangel no ha sido legítimamente valorado por su época porque fue un avanzado a ella. Tenía que pasar de incógnito realizando en silencio la obra de su inmortalidad. El medio le fue hostil en principio, y las pequeñeces de ese medio y sus miserias fueron lentamente matando en él las puras fuentes de sus ideales más levantados y más nobles, hasta poner en su alma de luchador honrado y fuerte, la desconfianza y el desaliento que habían de ser funestos para aquella naturaleza adscrita al propio esfuerzo, con el único fin de hacer bien a su Patria y a la humanidad. Alma sencilla y buena, como era rico en luz su cerebro privilegiado, nunca pensó en la ingratitud, pero la ingratitud le acechaba en silencio y le hirió de muerte”.

A 111 años de su desaparición física, el sabio Rafael Rangel no ha dejado de hacer el bien  con sus investigaciones y aportes al conocimiento científico en el área de la bacteriología y, lo que él nunca imaginó, se transformó en el modelo de sí mismo que siempre quiso ser, para la gloria de toda Venezuela. Sabio Rafael Rangel, su propósito ha sido cumplido!

Rafael Rangel: una vida y mil perdones!


Agradecimiento: a Maigualida Rivas por los textos, revisión, inspiración y "venta"  del  tema motivo de esta crónica.