Mirad
a los romanos!
Las empresas, sean
públicas o privadas, con mayor o menor énfasis siempre se han preocupado por la
eficiencia de su procesos, de sus resultados y de su rentabilidad o efectividad
o rendimiento, como quieran llamarlo.
Aquellas que piensan mantenerse en el tiempo,
se dedican a entrenar a su personal en técnicas gerenciales que garanticen el
logro de la efectividad, pasando a través del tiempo en la instauración de modas
que para el momento son el último avance en la materia. Así a través del tiempo
se han anclado en la memoria de los gerentes términos como Gerencia por
Resultados, Calidad Total, Planificación Estratégica, Reingeniería, Empowerment
y etc etc. Todos ellos constituyen esfuerzos para mantener al talento humano de
la organización con altos niveles de competencias, capaces éstas de suministrar
el combustible de la eficacia.
En este sentido, las
organizaciones productivas se preocupan porque se produzca el menor de los niveles
de rotación posible, para lo cual crean planes de permanencia del mejor talento
de la empresa, a través de la llamada planificación de carrera, la que pretende
ofrecerle al trabajador una vida ordenada sistemáticamente dentro de la compañía.
Todo esto no sería posible si, más que la prosecución, la empresa no se
preocupara por la calidad de los productos o servicios que ofrecen.
Mientras esto ocurre en
las organizaciones productivas, el sector burocrático de la vida del país,
entiéndase por burocrático la Administración Pública y todo aquello que El
Estado pone a depender de él, sufre los embates de su monstruoso crecimiento y
la llegada de innumerables trabajadores que vienen a reforzar la presencia de
un clientelismo político inconmensurable, en el que la Efectividad, la
Eficiencia y la Eficacia no son sus preocupaciones, ya que su presencia no
obedece a criterios de calidad, sino al cumplimiento de una determinada cuota de
responsabilidad social que es la
manera como El Estado representado por equis gobierno, se asigna como
agradecimiento por favores recibidos.
En este sentido, a la
cabeza de las instituciones del Estado y del estamento político muy pocas veces
están funcionarios formados para ejercer a plena conciencia la función pública con
propiedad, en el entendido que el trabajo burocrático no necesariamente debe
ser sinónimo de ineficiencia, ya que el mismo es un desprendimiento de la
función del alto gobierno que debe coadyuvar sinérgicamente al cumplimiento de los
objetivos más tangibles y manejables del propio gobierno.
Del mismo modo a estos
cargos se accede muchas veces por alguna actuación destacada que sus eventuales
ocupantes han tenido en el sector de las artes, las ciencias, el deporte, la
educación o en los propios derroteros del histrionismo político, que han
llamado la atención de altos dignatarios de los partidos que han visto en ellos
la forma de capitalizar la reciente fama adquirida por la emergente generación
de relevo. Esto ha conllevado a que, por ejemplo, destacados deportistas, en
algunos casos de alta competencia, sean sacados de sus nichos naturales y sean
convertidos en ministros, lo que sin duda ha significado la pérdida de un gran
valor deportivo y al propio tiempo la ganancia de un mal ministro, para desgracia
de usuario de un determinado ministerio o de la población en general. Igual
pasa cuando se convierte un cantante en ministro, o un estudiante en
vicepresidente de algún asunto importante del Estado. Al final del cuento, el
Estado, representado lógicamente por el alto Gobierno, combate la entropía
generada por su actuación a través de interminables enroques en los que la
ineficiencia es paseada permanentemente
a través de las distintas instituciones con que cuenta El Estado.
Todo esto no sería
posible si la función burocrática en instituciones, alcaldías, ministerios, asamblea
nacional, consejos legislativos regionales, etc., estuviera regida por
principios de calidad adquiridos durante procesos sistemáticos de formación,
tanto a nivel experiencial, como a nivel de estudios diseñados para tales objetos.
Esto que pareciera algo
utópico por la voracidad y velocidad de los tiempos que corren, en los que las
coyunturas superan con creces lo puntual y esencial, fue lo que hicieron los
romanos, por allá por los años del
período conocido como La República (509 adeC – 27 adeC), cuando legislaron, sí,
léase bien, legislaron para que todos los ciudadanos que quisieran dedicarse a
la política tuvieran una carrera escalonadamente planificada, etápica,
ordenada, controlada; en la que ascender a la máxima magistratura implicaba
haber pasado desde el escalón más bajo hasta ese último, durante un período de
tiempo pactado en la ley.
En efecto en el año 180
adC, el Tribuno de la Plebe Lucio Vilio (Lucius Villius) crea la Ley Viillia Annalis, la cual disponía que, para evitar las carreras
políticas excesivamente rápidas, por una parte, y para ganar sabiduría en el desempeño de cargos cada
vez más complejos, por la otra, quedaría reglamentado en esta ley las edades
mínimas de inicio de la carrera política y el intervalo mínimo en el ejercicio
de las magistraturas de Consulado. A esta planificación de la carrera política
de los romanos fue lo que se conoció como Cursus
Honorum.
De esta manera el
Cursus Honorum se convertiría para los romanos que seleccionaban la carrera
política, en un patrón de obligatorio cumplimiento, en primera instancia, el
que comenzaba con puestos de servicio público de menor complejidad, a los que
se les iban incorporando en el transcurso de su desarrollo, otras funciones
horizontales, para ir ganando experticia en el conocimiento de la vida política
romana.
En orden de importancia
ascendente el plan contemplaba la siguiente Ruta de Carrera:
1)
Censores: encargados de revisar la lista
de ciudadanos y senadores y de controlar las cuentas del Estado, promoviendo
nuevos proyectos de obras públicas.
2)
Cuestores: Tesorero, encargado de las
finanzas y de pagar a los ejércitos; en las provincias están subordinados al
gobernador.
3) Ediles: Desempeñaba en la urbe funciones
de orden público, como la distribución de alimentos. Serían los concejales
actuales.
4) Pretores: Principalmente,
tenían asignadas funciones relacionadas con la administración de justicia. Los
pretores podían gobernar provincias menores y obtener el mando de legiones.
5)
Cónsules: Eran equivalentes a jefes de
gobierno, se encargaban de convocar y presidir las sesiones del Senado, de
ejecutar la política exterior y de comandar los ejércitos en campaña.
https://es.wikipedia.org/wiki/Ley_Villia_annalis
Con el advenimiento
del Imperio Romano (27 adC –siglo V ddC) el Cursus Honorum fue perdiendo su
esencia, ya que se iniciaría un período de conquistas y defensas de la territorialidad
que conllevaría a la aparición de liderazgos basados en la fuerza del guerrero
y en el ejercicio del poder omnímodo del líder triunfante, violándose de esta
forma el orden en el ejercicio de la función pública; no obstante, aún en los
tiempos de la República ya se venían a notando con cada vez más frecuencia el
uso del tráfico de influencia para
saltarse algunos peldaños, por parte de los amigos de los Cónsules y
Dictadores.
Este ejercicio
quedaría incompleto si no sirviera para reflexionar acerca de la importancia de
este referente, Cursus Honorum, como marco teórico de una eventual organización
de la carrera política en el país, sobre todo si tomamos en serio que una
mejora en la calidad de vida de los ciudadanos de este país, más que una
necesidad es un clamor, es un imperativo y que para alcanzar ese estado de
felicidad, hace falta algo más que declaraciones de buenas intenciones y mucho
más que la creación de un ministerio que obviamente nunca funcionaría sin una
cayapa a todos los niveles.
De esta manera y ya
para finalizar, a riesgo de que me llamen romántico, además que no me molesta
porque seguro que sí lo soy, me atrevería a proponer una carrera básica que contemple
el siguiente Plan de Carrera de menor a mayor:
1.- Concejales o
ediles
2.- Diputados de los
parlamentos regionales
3.- Diputados del
parlamento nacional
4.- Alcaldes
5.- Gobernadores
6.-
Ministros/embajadores
7.- Vicepresidente de
la República
8.- Presidente de la
República
Además de ello, toda
la Carrera Política debería estar avalada con la prosecución estudios en los Centros de Estudios de Políticas Públicas
(CEPP), los cuales atenderán la demanda de la formación de Servidores
Públicos a todos los niveles.
Para finalizar y
adelantándome a un comentario cosmético que me es fácil pronosticar, concluyo
como Giuseppe Verdi:
“RETORNA A LO ANTIGUO Y SERÁS MODERNO”