lunes, 17 de agosto de 2015

Cursus Honorum: calidad política antigua!



Mirad a los romanos!


Las empresas, sean públicas o privadas, con mayor o menor énfasis siempre se han preocupado por la eficiencia de su procesos, de sus resultados y de su rentabilidad o efectividad o rendimiento, como quieran llamarlo.

 Aquellas que piensan mantenerse en el tiempo, se dedican a entrenar a su personal en técnicas gerenciales que garanticen el logro de la efectividad, pasando a través del tiempo en la instauración de modas que para el momento son el último avance en la materia. Así a través del tiempo se han anclado en la memoria de los gerentes términos como Gerencia por Resultados, Calidad Total, Planificación Estratégica, Reingeniería, Empowerment y etc etc. Todos ellos constituyen esfuerzos para mantener al talento humano de la organización con altos niveles de competencias, capaces éstas de suministrar el combustible de la eficacia.

En este sentido, las organizaciones productivas se preocupan porque se produzca el menor de los niveles de rotación posible, para lo cual crean planes de permanencia del mejor talento de la empresa, a través de la llamada planificación de carrera, la que pretende ofrecerle al trabajador una vida ordenada sistemáticamente dentro de la compañía. Todo esto no sería posible si, más que la prosecución, la empresa no se preocupara por la calidad de los productos o servicios que ofrecen.

Mientras esto ocurre en las organizaciones productivas, el sector burocrático de la vida del país, entiéndase por burocrático la Administración Pública y todo aquello que El Estado pone a depender de él, sufre los embates de su monstruoso crecimiento y la llegada de innumerables trabajadores que vienen a reforzar la presencia de un clientelismo político inconmensurable, en el que la Efectividad, la Eficiencia y la Eficacia no son sus preocupaciones, ya que su presencia no obedece a criterios de calidad, sino al cumplimiento de una determinada cuota de responsabilidad social que es la manera como El Estado representado por equis gobierno, se asigna como agradecimiento por favores recibidos.

En este sentido, a la cabeza de las instituciones del Estado y del estamento político muy pocas veces están funcionarios formados para ejercer a plena conciencia la función pública con propiedad, en el entendido que el trabajo burocrático no necesariamente debe ser sinónimo de ineficiencia, ya que el mismo es un desprendimiento de la función del alto gobierno que debe coadyuvar sinérgicamente al cumplimiento de los objetivos más tangibles y manejables del propio gobierno.

Del mismo modo a estos cargos se accede muchas veces por alguna actuación destacada que sus eventuales ocupantes han tenido en el sector de las artes, las ciencias, el deporte, la educación o en los propios derroteros del histrionismo político, que han llamado la atención de altos dignatarios de los partidos que han visto en ellos la forma de capitalizar la reciente fama adquirida por la emergente generación de relevo. Esto ha conllevado a que, por ejemplo, destacados deportistas, en algunos casos de alta competencia, sean sacados de sus nichos naturales y sean convertidos en ministros, lo que sin duda ha significado la pérdida de un gran valor deportivo y al propio tiempo la ganancia de un mal ministro, para desgracia de usuario de un determinado ministerio o de la población en general. Igual pasa cuando se convierte un cantante en ministro, o un estudiante en vicepresidente de algún asunto importante del Estado. Al final del cuento, el Estado, representado lógicamente por el alto Gobierno, combate la entropía generada por su actuación a través de interminables enroques en los que la ineficiencia es paseada  permanentemente a través de las distintas instituciones con que cuenta El Estado.

Todo esto no sería posible si la función burocrática en instituciones, alcaldías, ministerios, asamblea nacional, consejos legislativos regionales, etc., estuviera regida por principios de calidad adquiridos durante procesos sistemáticos de formación, tanto a nivel experiencial, como a nivel  de estudios diseñados para tales objetos.

Esto que pareciera algo utópico por la voracidad y velocidad de los tiempos que corren, en los que las coyunturas superan con creces lo puntual y esencial, fue lo que hicieron los romanos, por allá por los  años del período conocido como La República (509 adeC – 27 adeC), cuando legislaron, sí, léase bien, legislaron para que todos los ciudadanos que quisieran dedicarse a la política tuvieran una carrera escalonadamente planificada, etápica, ordenada, controlada; en la que ascender a la máxima magistratura implicaba haber pasado desde el escalón más bajo hasta ese último, durante un período de tiempo pactado en la ley.



En efecto en el año 180 adC, el Tribuno de la Plebe Lucio Vilio (Lucius Villius) crea la Ley Viillia Annalis, la cual disponía que, para evitar las carreras políticas excesivamente rápidas, por una parte, y para ganar sabiduría en el desempeño de cargos cada vez más complejos, por la otra, quedaría reglamentado en esta ley las edades mínimas de inicio de la carrera política y el intervalo mínimo en el ejercicio de las magistraturas de Consulado. A esta planificación de la carrera política de los romanos fue lo que se conoció como Cursus Honorum.


De esta manera el Cursus Honorum se convertiría para los romanos que seleccionaban la carrera política, en un patrón de obligatorio cumplimiento, en primera instancia, el que comenzaba con puestos de servicio público de menor complejidad, a los que se les iban incorporando en el transcurso de su desarrollo, otras funciones horizontales, para ir ganando experticia en el conocimiento de la vida política romana.

En orden de importancia ascendente el plan contemplaba la siguiente Ruta de Carrera:
    1)    Censores: encargados de revisar la lista de ciudadanos y senadores y de controlar las cuentas del Estado, promoviendo nuevos proyectos de obras públicas.
   2)    Cuestores: Tesorero, encargado de las finanzas y de pagar a los ejércitos; en las provincias están subordinados al gobernador.
     3) Ediles: Desempeñaba en la urbe funciones de orden público, como la distribución de alimentos. Serían los concejales actuales.


   4)    Pretores: Principalmente, tenían asignadas funciones relacionadas con la administración de justicia. Los pretores podían gobernar provincias menores y obtener el mando de legiones.
   5)    Cónsules: Eran equivalentes a jefes de gobierno, se encargaban de convocar y presidir las sesiones del Senado, de ejecutar la política exterior y de comandar los ejércitos en campaña.
https://es.wikipedia.org/wiki/Ley_Villia_annalis

Con el advenimiento del Imperio Romano (27 adC –siglo V ddC) el Cursus Honorum fue perdiendo su esencia, ya que se iniciaría un período de conquistas y defensas de la territorialidad que conllevaría a la aparición de liderazgos basados en la fuerza del guerrero y en el ejercicio del poder omnímodo del líder triunfante, violándose de esta forma el orden en el ejercicio de la función pública; no obstante, aún en los tiempos de la República ya se venían a notando con cada vez más frecuencia el uso del tráfico de influencia para saltarse algunos peldaños, por parte de los amigos de los Cónsules y Dictadores.

Este ejercicio quedaría incompleto si no sirviera para reflexionar acerca de la importancia de este referente, Cursus Honorum, como marco teórico de una eventual organización de la carrera política en el país, sobre todo si tomamos en serio que una mejora en la calidad de vida de los ciudadanos de este país, más que una necesidad es un clamor, es un imperativo y que para alcanzar ese estado de felicidad, hace falta algo más que declaraciones de buenas intenciones y mucho más que la creación de un ministerio que obviamente nunca funcionaría sin una cayapa a todos los niveles.

De esta manera y ya para finalizar, a riesgo de que me llamen romántico, además que no me molesta porque seguro que sí lo soy, me atrevería a proponer una carrera básica que contemple el siguiente Plan de Carrera de menor a mayor:

1.- Concejales o ediles
2.- Diputados de los parlamentos regionales
3.- Diputados del parlamento nacional
4.- Alcaldes
5.- Gobernadores
6.- Ministros/embajadores
7.- Vicepresidente de la República
8.- Presidente de la República

Además de ello, toda la Carrera Política debería estar avalada con la prosecución estudios en los Centros de Estudios de Políticas Públicas (CEPP), los cuales atenderán la demanda de la formación de Servidores Públicos a todos los niveles.

Para finalizar y adelantándome a un comentario cosmético que me es fácil pronosticar, concluyo como Giuseppe Verdi:

“RETORNA A LO ANTIGUO Y SERÁS MODERNO”