jueves, 15 de octubre de 2020

Un condominio amoroso en el Edificio Roma

Un triángulo amoroso comprometedor!

Una vez, por allá por 1971, me hice noviecito de una chica que vivía en el 2do piso del Edificio Roma, una vieja edificación (ya era vieja para aquella época) que quedaba en la esquina de Puente Trinidad, a escasos 200 metros del Panteón Nacional, en la Parroquia Altagracia de Caracas. Deyanira era su nombre. Hoy recuerdo su agradable olor y la fragancia que se la proporcionaba, muy popular en esos tiempos,  cuyo nombre y aroma, aún conservo intacto en nuestros días: Christian Carol.

Lo cierto es que éramos novios diurnos, novios de matinee,  porque sus padres eran muy celosos. Después de las 6 de la tarde era imposible verla, además, bajaban la cortina de la ventana que miraba hacia el Edificio Mapal que era donde yo vivía, lo que me impedía bucearla en la distancia. Nuestro amor no llegó a alcanzar la nocturnidad, moría en cada vespertina… o sea.

Ella estudiaba en el liceo Simón Bolívar, uno privado que quedaba en la esquina de Caja de Agua, hasta donde iba a llevarla y buscarla durante los días que duró el noviazgo.

En las tardes solíamos salir a comprar  pan  y en un descuido de sus padres nos echábamos una paseadita hasta la Plaza del Panteón Nacional, mientras esquivábamos a los borrachos que entraban y salían del bar La Cuevita, una taverna, o mejor caverna, que estaba anexo al Roma.

Allí, en la placita del Panteón, nos sentábamos un ratico a conversar; en un descuido una agarraíta de mano; en otro, una agarraíta de lo que se pudiera y en  otro descuido un piquito estimulante. Y miren que era estimulante para un carajito de 16 años!

Al regresar y pasar frente a la Torre de la Prensa, Santiago, el chichero que por años hizo de ese su sitio de venta, se metía con nosotros al gritar “y ella como que quiere”. Y cuando uno ya iba a entrompar pensando que Santiago se refería a lo que uno quería después del piquito de la plaza, el chichero ripostaba “pero él como que no tiene real”. Ah, okey, y ambos soltábamos la risa. Y el chichero también se celebraba su gracia, enseñándonos su diente de oro canino.

A veces podía entrar al edificio y acompañarla hasta muy cerca de su apartamento, lo que comportaba un altísimo riesgo de encontrarme con sus padres, para lo que aun  no me sentía suficientemente maduro. 

Lo otro es que el edificio Roma era una suerte de capital gastronómica europea, en la que convergían portugueses, italianos, of course,  españoles y canarios, todo lo cual se manifestaba en una mixtura permanente de la riqueza culinaria de estas culturas. De modo  que todos esos olores se evadían de las cocinas inundando los pasillos, que eran  espacios confinados de respiración peligrosamente forzosa.

Abajo, a nivel de la calle, quedaba el Cine Roma, conocido por su arquitectura colonial y por el fuerte olor a orine que a una cuadra  anunciaba su presencia. Recuerdo del Cine a un implacable portero, quien nunca me dejó entrar a ver la película Lo malo, lo bueno y lo feo, desde los 14 años intentándolo, porque era Censura “C”. Ya conocía mi cédula de memoria.  Sin embargo cuando cumplí los 18 y casualmente estaba montada la película ….no me pidió la cédula, para mi frustración.

 Siguiendo con mi Love Story, una noche en la que trataba de ver a Deya, a través de los bloques de ventilación del pasillo de mi apartamento, se hizo el milagro y se abrió la persiana del suyo, con tan mala suerte que  pude vislumbrar una escena que cambiaría el rumbo de esta historia de amor.

En la salita de su casa se veía a su mamá y a su papá sentados en una mesa; mientras un poco más allaíta, en un rinconcito donde sólo cabía un pequeño sofá, estaba ella sentada .....adivinen con quién? Sí, eso que están pensando: con un novio! Qué terrible! Mi novia con un novio!

Al otro día, al buscarla para acompañarla al colegio, le pregunté qué estaba pasando ahí. Muy apenada me confesó que ese era un enamorado  que sus padres le habían impuesto mucho antes que ella comenzara conmigo, pero que eso no pasaba de una visita todas las noches en los mismos términos como yo lo había observado la noche anterior, además que el tipo era muy mayor para ella. Sus padres, al parecer, estaban embrujados con este yerno que habían adquirido porque se trataba, según alegaba Deya en su defensa, de un conocido escritor y locutor de radionovelas de la época y a quien conocían como  "el escritor que llega al alma de las mujeres".

A partir de esa noche y durante todas las noches, me podían encontrar sentado como un pendejo en el pasillo, esperando que subieran las persianas. Eso, al final, destruyó todo el amor que nos habíamos prometido.

Lo bueno que pude extraer del final de esta historia es que con quien yo, presuntamente,  estaba compartiendo una novia, era nada más y nada menos que con un Antonio Madrigal, laureado artista  de los años 50, 60, 70 y quien sabe cuántas décadas más y quien con el grito de guerra que lo hizo famoso embrujó el alma de la mamá de Deyanira y quien sabe si también la de ésta. Yo no esperé para comprobarlo!

Todo esto ayudó a que mi autoestima se elevara, que el ego se edematizara y que me sintiera más tranquilo a la hora de formalizar la separación,  porque no era con cualquiera con quien este cándido quinceañero enamorado   tenía un noviazgo ..... un noviazgo en condominio!