La Sociedad de Consumo: crónica de un fraude!
De mis años de estudios universitarios me quedaron una
media docena de términos o conceptos a los que en su momento no les encontré
una utilidad práctica, ya que aunque podrían ser premonitorios de lo que estaba
por venir, al estudiarlos en el contexto del momento, y no encontrarles una
aplicación inmediata, me imaginaba que estaban en proceso de gestación.
Tuvieron que pasar cuarenta años para entender que
aquello que era un ejercicio intelectual de unos chicos que discutían para ver
quién tenía mejor performance, se transformaría con el correr del tiempo en la
explicación que hacía falta para entender el desarrollo ulterior de las fuerzas
productivas en el desarrollo del Modo de Producción Capitalista. Algunos otros
conceptos aún están allí, aunque mi propio devenir me llevó a abrazar otras
áreas de conocimiento y a alejarme por un tiempo de los estudios sociales, los
cuales marcaron mi formación para siempre.
El primero de esos conceptos fue el de Sociedad de
Consumo. Los profesores de entonces, la mayoría de clara tendencia marxista, se
apresuraban en convencernos que estábamos en presencia de la auténtica Sociedad
de Consumo; que el desarrollo del Capitalismo había alcanzado un nivel tal que
las personas aún sin saberlo, marchaban hacia la satisfacción de necesidades
muchas de ellas impuestas y de lo cual ni siquiera estaban conscientes, ya que
el automatismo era la consecuencia inmediata de aquel fenómeno en pañales.
Aunque no dudaba de la potencia de esta nueva
categoría y ni siquiera me resistía a aceptarla y compartirla en mis críticas
anti sistema, en cambio sí se me dificultaba objetivizarla,
materializarla, hacerla asible,
para poder apropiarme de ella y manejarla a mi antojo. Y eso se debía, lo veo
hoy en día, a que en el entorno que me rodeaba –de vaina si no estoy
redundando- no se veían claramente esas prácticas, tal vez porque no existían
suficientes medios de penetración e idiotización social que nos inocularan las
ansias desmedidas por poseer; tal vez porque no existían tantas cosas que poseer
y la cuestión de las marcas no había alcanzado un desarrollo capaz de
desequilibrar el presupuesto personal o tal vez porque simplemente no había
presupuesto para gastar en frivolidades. La otra cosa es que el Capitalismo
venezolano –esta categoría de
análisis es enteramente home
made- nunca alcanzó en ese tiempo, como tampoco ahora, un crecimiento tal
que fuera capaz de producir esa fiebre de consumo, no obstante su vocación
importadora y el manejo de recursos ideológicos poderosos.
Cuatro décadas tuve que esperar para comenzar a ver la
Sociedad de Consumo en todo su esplendor, para ver materializada aquella
entelequia que ponía a discutir a expertos y rookies sobre algo que solo
existía en los libros y en las mentes lúcidas de teóricos, referentes obligados
de un emprendimiento intelectual dignos de una parte preclara de la sociedad.
Por eso cuando hoy vemos a una sociedad como la gringa
que vive exclusivamente para producir, producir lo que sea, que su único
objetivo es satisfacer las necesidades y las (in)necesidades de una población bajeada e hipnotizada por los medios de
sometimiento, sufriendo ahora de nuevas enfermedades, como el Síndrome de la Acumulación
Desesperada que convierte a simples mortales en los llamados Acumuladores o personas con
irrefrenables necesidades de consumo, no tenemos más que reconocer que estamos
ante la presencia de la propia Sociedad de Consumo.
Hoy podemos observar con detenimiento que la
proliferación de centros comerciales y la desaparición paulatina de parques y
zonas verdes, es la consecuencia lógica de un sistema en el que prevalece la
satisfacción de necesidades materiales por encima de las mismas necesidades
primarias. Es por eso que los niños de esta época antes de aprender a decir
papá y mamá, ya balbucean los nombres de los centros comerciales a donde sus
padres los llevan “a pasear”, o sea, a transfundirles el veneno del
consumo, ya que les es más fácil que los eduque y distraiga el Centro
Comercial, que fajarse todos los días con ellos a inculcarle valores, buenas
costumbres y hábitos.
En Venezuela, país en el que su estructura económica
está en manos privadas, pero que sin embargo ha iniciado reformas sociales de
un hondo contenido social y cuyos dos últimos gobernantes se han declarado
socialistas, la situación del consumo tiene rasgos alarmantes, tal vez de lo
cual no se han percatado sus líderes.
En este país existe un Centro Comercial por cada 65
mil habitantes; mientras que hay un Parque Recreacional por cada 500 mil habitantes. De este modo podemos ver que el
consumo aumenta en forma geométrica, en tanto que la recreación lo hace de
manera aritmética y esto parece no parar aquí, ya a los grandes dueños de
Centros Comerciales no les ha ido nada mal, si tomamos en cuenta lo dicho por
el dueño de una gran cadena de CC cuando le preguntaron:
“- Por qué entrar con tanta fuerza y firmeza en el
negocio de los malls en un país que está, según se dice, al borde
del colapso?
Alfredo Cohen, director de la Constructora Sambil,
respondería:
“- Es un servicio que prestamos que es definitivamente
necesario y bueno, como negocio, en este momento va muy bien”. www.veneconomia.com www.veneconomy.com
En este sentido, la Sociedad de Consumo produce dos
tipos de enajenamiento: uno en el consumidor, por supuesto, ya que al ser la
carnada que necesita el anzuelo para su funcionamiento, es totalmente reducido
y convertido en una especie de títere o marioneta dependiente de “la mano
invisible del mercado”, la que se empeña en que las necesidades nunca sean
cubiertas. Propósito logrado. Pero, por otro lado está el trabajador que
produce el bien para el consumo, el que es sometido a un proceso continuo y
permanente de facturación; es un proceso inacabable, sin fin, imperecedero, ya
que el objetivo de la Sociedad de Consumo es mantener enajenado tanto a los
productores como a los consumidores. Era lo que Marx llamaba y este es otro de
los conceptos caballitos de batalla de aquel tiempo, la Alienación. La
Alienación es lo que hace que el hombre en el espacio de la producción pierda
sus valores y su esencia y se despersonalice, haciendo que tanto la mercancía
como el trabajador sean un todo indiferenciado, un amasijo de carne con
materiales que han hecho adherencias, creando una masa amorfa congelada.
Esto no lo vivíamos hace cuatro décadas. Hace cuatro
décadas las cocinas, el televisor, el equipo de sonido, la lavadora, los
relojes, las máquinas de escribir, las licuadoras o batidoras, la cocina
americana, los ventiladores, las máquinas de coser, etc. eran PARA TODA LA VIDA! Duraban hasta que se acababan, como
decían los viejos de ahora. Eran infinitos!
Por el contrario, la característica de la Sociedad de
Consumo actual, no de aquella que me enseñaron en el Pedagógico de Maturín,
Carlos López, Pitongo y Eddy Córdova, es la finitud de la mercancía, o sea la
caducidad del producto. El producto una vez que sale al mercado, ya viene con
una fecha de expiración, la cual, en el 99% de las veces, es exacta. Esto ni
siquiera se lo imaginó el propio Carlos Marx.
A este fenómeno de la caducidad es a lo que se
le ha dado el nombre de la Obsolescencia
Programada, la cual no es más que la planificación de la vida útil de
cualquier artefacto o producto, el cual deberá ser sustituído por otro de igual
o peor calidad en cuanto a duración, al momento de su muerte. Y así over, and over, and over como dicen los anglo parlantes. Esta finitud del producto es lo que hace lo que dijimos líneas arriba,
es decir, que se esté permanentemente produciendo bienes perecederos y que el
trabajador se olvide de todo cuanto le rodea. Por eso es que una encuesta hecha
en los EEUU determinó que aproximadamente un 15% de los norteamericanos no sabe
identificar en el mapa dónde queda su país. Por eso no es de extrañar lo que le
pasó a mi compadre Jorge hace algunos años cuando fue a Miami a comprar la pata de la lancha y el dueño de la
tienda le dijo “la última la vendí a un señor venido de un país llamado
Maracaibo, creo que queda cerca de Venezuela”.
A los jóvenes que algunas veces son tan refractarios a
estos argumentos, producto de la misma dialéctica generacional, los invito a recovequear –este verbo es de mi amiga, la poetisa
Ana Rosa Angarita- en las gavetas de objetos desincorporados o archivos muertos
de su casa y verán cómo se consiguen con grandes cantidades de celulares
viejos, cargadores, baterías, controles remoto, Cds de instalación de
artefactos caducos, cámaras fotográficas, computadoras, tablets, etc.
Y menos mal que los bombillos quemados se botan,
porque se imaginan ustedes las montañas de vidrios rotos que almacenarían en el
patio de sus casas o residencias? Cuánto es la vida útil promedio de un
bombillo?
La Obsolescencia Programada es en síntesis, la guinda del pastel consumista; es la
última creación de la Sociedad de Consumo para eternizarse entre nosotros; es
la madre de la Sociedad de Consumo; es el descubrimiento que garantizará la
alienación de la sociedad en su totalidad.
Esta locura productiva que ha llevado a la enajenación
consumista, ha venido a desembocar en la acumulación de desechos tecnológicos
que, además de ser nocivos para la salud, constituyen un indeseable factor de
contaminación del ambiente.
Esta llamada basura tecnológica, e-waste o WEEE por
sus siglas en Inglés –Waste Electrical
and Electronic Equipment – supone la acumulación de cientos de miles de
toneladas de porquería tecnológica, siendo el caso que sólo en el año 2000 se
produjeron 10 millones de toneladas de desechos electrónicos, mientras que ONU
calcula que para este año la basura llegará a los 50 millones de toneladas.
Al momento de redactar esta nota, en promedio, cada
habitante del planeta está aportando 7 kilos de basura anuales. Aunque la
exportación de chatarra electrónica está prohibida, se calcula que anualmente
salen de los países productores de tecnología, miles de toneladas para países
de África y Asia dada la temprana caducidad que experimentan actualmente las
innovaciones en este sector.
Para un observador desprevenido la acelerada
producción de artefactos electrónicos podría ser una muestra del progreso que experimenta la humanidad en
este sentido; pero los investigadores en Sociología, Economía e Historia saben que
ésta es sólo una forma de mantener controlada a la población, al ocupar su
mente en el consumo de estos estupefacientes, los cuales inhiben la absorción de
cualquier tipo de información que sea
contraria a la reproducción del modelo impuesto por la Sociedad del Consumo.
En resumen, tanto el concepto antiguo de Sociedad de Consumo, como el incluso
más anciano de Alienación, hoy más
que nunca son claves para entender lo que sucede en el mundo contemporáneo en
general y en nuestro medio en particular, en donde el consumismo amenaza con
devorar incluso a quienes menos poseen, produciendo un tipo de turismo en donde
el mall
está en el centro de los acontecimientos.