Uno de los períodos más grises que ha vivido la humanidad es ese espacio que sucede a la caída del Imperio Romano de Occidente y que se extiende hasta el siglo XV. Es la denominada Edad Media o Medioevo.
En la Edad Media parece que todo se detuvo. La vida como que se congeló y todo ese empuje que traía cayó en un limbo espantoso. Fueron mil años de estancamiento, de sopor, de atraso. De hecho, algunos estudiosos la llamaron la edad perdida.
Las condiciones sanitarias durante el Medioevo fueron deplorables, lo que hacía que la población padeciera de enfermedades que los llevaba irremediablemente a una muerte prematura. Consecuencia de esto es que la población fuera diezmada al extremo que la esperanza de vida en promedio fuera menor a 40 años.
La higiene brillaba por su ausencia debido a la pobre presencia de agua, en parte producto de la desaparición de agua por acueductos; aunque mucho se ha hablado de los canales inventados por los romanos en el período precedente. De modo que la gente vivía casi exclusivamente del agua recogida durante la temporada de lluvia y de la de ríos y lagos cercanos, de tal forma que la higiene personal era muy precaria porque además no existían complementos como talcos, perfumes, fragancias, colonias, etc. Recordemos que el comercio en Occidente había desaparecido y las ciudades se atomizaron en pequeños ducados, reinados, marquesados, etc., todo bajo un concepto de absoluto endogenismo.
Bajo estas condiciones la vestimenta ayudaba a disimular los olores de hombres y mujeres. Las mujeres fundamentalmente usaban vestidos de hasta siete capas de telas, sedas y cáñamo, aparentemente para disimular los fuertes olores que provenían de sus partes íntimas. Se dice que eso que nos presentan en las películas donde se ve a las damas constantemente echándose aire con un abanico tenía en realidad la función de disipar el fuerte olor que las acompañaba, además también usaban flores para mitigar la pestilencia.
Y en el amor? Bueno, durante el Medioevo hacer el amor comportaba un altísimo riesgo de contraer alguna enfermedad que mal tratada podría desembocar en la muerte. Además, todo ese esfuerzo (el de hacer el amor) tenía sus consecuencias. Por ejemplo se dice que la precocidad en el aterrizaje nació en la Edad Media porque en el tránsito de la mujer desvestirse podía pasar hasta una hora antes de quedar completamente desnuda. En ese tiempo al hombre lo mataba la ansiedad ante la llegada del anhelado momento. Todo esto redundaría en un pobre desempeño, cuando no en actos totalmente fallidos.
Pero del mismo modo hay estudiosos que piensan que la pobre experiencia amatoria en el Medioevo se debía a que el hombre no disfrutaba plenamente del momento porque los olores que se desprendían en la desnudez obligaban a terminar rápido el trabajo para no morir de un paro respiratorio. Era un acto de respiración forzosa, es más. La ciencia sexual ahora nos argumenta que una deficiencia en la respiración, ocasionada por las fetideces impedía que el oxígeno y la sangre fluyeran a los cuerpos cavernosos dificultando la rectitud en los principios del fin.
Ahora bien, en el Medioevo nadie podía sentirse orgulloso que se dijera que fulano de tal es un tigre en la cama, de la misma manera como hoy cualquier amante furtivo se sentiría honrado de serlo. Probablemente en el Medioevo la condición de tigre estaba más relacionada con la emanación de un desagradable vaho del cuerpo del varón que era una consecuencia lógica del desaseo personal. Todo esto hacía que el acto sexual fuera un episodio totalmente precarizado, por aburrido...o al contrario. De esta manera, nadie se iba a arriesgar, por ejemplo, a proponer un 96 invertido, del mismo modo en que no existía suficiente confianza en la eventual realización de un fellatio. El Medioevo fue una era tan inapropiada que, por razones más que obvias, tampoco se podía hacer con una mínima seguridad la práctica del cunnilingus sin la amenaza de sobrevivir al intento. Era como si existiera un cartel de advertencia que previniera al momento de intentar una maroma distinta, en los términos de “a partir de este momento usted va a su propio riesgo”, o sea.
Algunos curanderos recomendaban airearse mucho durante el acto sexual. Pero como no existían ventiladores las parejas tenían que hacerlos ellas mismas. La nobleza, sin embargo, tenía sus siervos que hacían por ella lo que les pidieran. Entonces se cuenta que muchas parejas aristocráticas ponían a sus vasallos a ventilarlos mientras ellos buscaban deleite en los placeres de la carne. Se cuenta, por ejemplo, que una pareja tenía de siervo a un emancipado norafricano de 1 metro noventa y quien agradecía su libertad con servicios. A él lo pusieron a echarles aire con un gran abanico. Pero la mujer tenía dificultades para alcanzar el éxtasis, mientras el esposo preocupado le decía al siervo "abanica, negro, abanica más fuerte", repitiéndose la escena por varias veces, hasta que el hombre en un desespero le pide al negro que se ponga él en su lugar, mientras él mismo (el noble) se dedica a enseñarle cómo es que debe abanicar correctamente … en vivo y directo, pues.
Dice la historia médica que apenas el negro tocó a la mujer y sin que siquiera el esposo comenzara a abanicar, la mujer le entró, también, una especie de exorcismo y comenzó a proferir frases desconocidas hasta ese momento, como "ay que me muero, oh my god, oh yeah, oh yeah, oh my godness”, mientras el noble le gritaba al negro, “te fijas negro, así es como tienes que abanicar”.
Conocida esta experiencia se dice que en los palacetes de estos pequeños señoríos se escuchaba con frecuencia el exhorto desesperado de algún Señor Feudal quien ungía a su criado, diciéndole “abanica, negro, abanica, como yo te enseñé, no joda” … o sea.