viernes, 20 de abril de 2018

Crónica de una inmigrante venezolana en Canadá


Una épica de Resiliencia en acción!

Cada quien tiene sus cuentos; en unos donde gana y en otros donde pierde. Y todos esos cuentos, toda esa recopilación de cuentos, constituyen nuestra historia, que desde muy temprano se convierte en nuestra Historia Personal, la única que tenemos; ah pero eso sí,  cada quien tiene la suya, nadie se va de este mundo sin llevar consigo su Historia Personal. Y en esa historia se encuentran los hitos, que son esos eventos que marcan un antes y un después en la vida de las personas, también de pueblos y naciones. Lo que para una persona es un acto intrascendente, puede que para otra sea el evento que desencadene una nueva vida, un nuevo ser en el mismo ser. Sin más preámbulos les presento a Luz Mary Cedeño y esta es su historia.

“Soy de esas personas que salió tempranamente del país en busca de mis propios proyectos de vida fuera de los límites de mi país y como parte de esas etapas de la vida que hay que quemar, para poder llevar una existencia a plenitud.

Esta afirmación supone, entonces, que ni me iba huyendo (huyendo de quién), ni me andaban buscando, ni me estaba muriendo de hambre en mi país. No, simplemente había terminado mi vida laboral activa, tenía a mi par de hijos ya mayores y profesionales, la familia extendida venía disminuyendo por efecto de la ley natural y como decimos en mi Venezuela “no tenía perro que me ladrara”.

Por esas cosas de la vida, me encontraba haciendo un trabajo, a motus propio, sobre Aquiles Nazoa, ya que me gusta conocer acerca de nuestra historia para luego compartirla con amigos y familiares. En esos menesteres hice contacto, a través de la red,  con una persona que estaba haciendo lo mismo que yo y que, casualmente, se encontraba en Canadá, país hacia el cual yo tenía enfilada las baterías.
Así que luego de mucho compartir información de nuestras investigaciones, se fue creando un lazo personal, porque es que la gente con iguales intereses se atraen, contrario a las leyes de la física en la que son los polos opuestos los que se atraen. Esa comunidad de intereses fue la responsable que, al llegar a Canadá, buscara conocer al primer, (sí, era varón) amigo que tendría en tierras norteñas.

Ya en Canadá no tardamos en buscarnos y empezar una bonita amistad que, además de otras casualidades, era también venezolano y tampoco guardaba rencores hacia su Patria. De manera que como podrán imaginarse a estas alturas del cuento, de la amistad surgió el flechazo de Cupido y de este como era lógico pensar, nació una relación de pareja que devino en matrimonio.

A los dos años de este acontecimiento tuve la necesidad de hacerme unos exámenes médicos de rutina, ya que para muchas cosas, en Canadá es necesario tener siempre actualizado el registro médico; es como en Venezuela, por poner un caso, que hay que tener siempre a mano la última declaración del impuesto sobre la renta. En Canadá y específicamente en Toronto que era donde vivía, existe la Medicina de Familia, que es un servicio gratuito y me tocaba asistir para hacerme los exámenes a la clínica del Dr. Goldstein, en Scarborouhg, Ontario. Una vez allí los Médicos de Familia son los encargados de llevar todo el proceso.

Lo cierto del caso es que fui a hacerme los exámenes y a la semana debía ir en búsqueda de mis resultados, lo cual ocurrió tal cual estaba reglamentado, porque Canadá es el país de las reglas, las cuales en muchos casos son inapelables.

Así, cuando estoy en busca de los resultados, lo primero que observo es un cambio en el lenguaje corporal de aquellas personas que inicialmente me habían tratado con tanta familiaridad, como debe ser en médicos de familia, precisamente.

-Espere unos minutos, senora Cedeno, que en un momento será atendida, me dijo parcamente la secretaria del médico.
-Cómo no, le respondí un poco preocupada.
Luego de una espera de unos cuantos minutos, en efecto, soy llamada a la consulta. Ya adentro el médico, sin mediar en saludos y en el establecimiento del respectivo rapport, me dice:
-Tú debes estar muy relacionada con lo que son las enfermedades de transmisión sexual – afirmó sin ninguna consideración.

Aunque no esperaba semejante recibimiento, mi respuesta salió con rapidez y valentía:

-Sí, doctor, mi mamá fue enfermera especializada en esa área y por tanto fui educada recibiendo esa información de primera mano y con la pedagogía adecuada.

Seguramente el médico no esperaba esta respuesta en los términos de seguridad y entereza en que se transmití. Sin embargo, ello no fue óbice como para que el doctor rediseñara su estrategia de abordaje, de modo que igual siguió en su guión:

-Estos resultados están muy mal, senora!
 -Pero qué tienen de mal, Doctor, si yo me siento completamente bien; es más tengo mucho tiempo sin enfermarme -le respondí en medio de una no disimulada angustia, a lo que el médico respondió sin ningún tipo de consideración:

-Senora Cedeno, usted tiene sífilis!
Dios mío, cómo podía ser eso? Le argumenté que esos exámenes deberían estar malos pues, yo tenía una relación de hace dos años y que en muchos años no había tenido una relación y que mi esposo era un hombre totalmente sano como para transmitírmela y que jamás de los jamases yo tuve ninguna enfermedad de transmisión sexual. De manera que le pedí que me repitiera los exámenes, a lo que respondió:

-Senora Cedeno, estos son los exámenes y los resultados raramente varían, así que si dicen que usted tiene sífilis es porque usted tiene sífilis.

Así de determinante fue aquel médico quien por ser de familia, pensaba yo, debería tener un poco de sensibilidad con los pacientes.

Tratando de reponerme de aquel bochornoso momento por el que estaba pasando y tratando de encontrar un poco de compasión en aquel médico, recuerdo que le imploré que me repitiera los exámenes, pero lo que obtuve como respuesta fue aún más lapidario que la propia vergüenza por la que pasaba:

-Senora Cedeno, todas las personas que se sientan allí donde está usted a recibir resultados como los que le estoy dando, dicen exactamente lo mismo, así que le sugiero empezar el tratamiento que le voy a mandar, cuanto antes.

-No voy a hacerme ningún tratamiento –enfaticé con toda energía- porque el problema no es aceptar el tratamiento, sino que luego pasaré a tener un expediente de por vida y vivir en un control permanente en el Ministerio de Salud.

El médico nuevamente se mostró sorprendido por la información que yo maneja, preguntándome cómo yo sabía eso:

-Porque esos son procedimientos universales que se hacen en todos los países en este tipo de situaciones y en Venezuela no se hace esa excepción.
-En Venezuelaaa? –volvió a preguntar incrédulo.
-Sí, en Venezuela –le respondí ya en tono airado.
Haciendo de tripas corazón intenté domar a la india indómita que llevo por dentro, tomando unas respiraciones profundas le dije despacito:
-Doctor Goldstein, yo no voy a tomar ese tratamiento porque yo no tengo sífilis. Usted o me repite los exámenes o me remite a otro médico.

Dado que el galeno no dio respuesta a ninguna de mis peticiones me levanté y di por concluida la consulta.

Lo inimaginable de este caso es cómo puede cambiarle a una la vida un diagnóstico hecho en la forma tan desafortunada como ese médico lo hizo. Aunque no tenía lugar a dudas acerca de mi intachable estado de salud pretérito en ese sentido, no dejé de sentir vergüenza y pena, me sentía profanada, me sentía sucia. Mi estado emocional pasaba de una gran tristeza a una gran calentura, sin dejar de sentir miedo por todo lo que pudiera representar para mi vida futura.

Ese día y el siguiente me bañé varias veces en el día. Quería limpiar todo mi cuerpo de aquel dantesco diagnóstico. Me enjabonaba y fregaba una y otra vez mi cuerpo como si se tratara de una violación. Lloraba y mis lágrimas se confundían con el agua que salía por la regadera y que se iban al océano dejando limpia mi alma, afortunadamente, y con nuevas fuerzas para continuar en el insólito combate que se había iniciado apenas horas antes.

Recuerdo que esa primera noche hablé con Julián, mi esposo, a quien le eché el cuento tal cual era, con toda la vergüenza que aquel episodio me causaba.

No obstante el poco tiempo que llevábamos juntos, Julián me dio su más irrestricto apoyo, que era todo lo que yo necesitaba en ese momento para que mis fuerzas no flaquearan y continuar tratando de aclarar el inesperado acto que, como una obra de teatro, la vida me había preparado.

A los tres días recibí una llamada del Servicio de Medicina Familiar para que asistiera nuevamente a consulta. Lo que para mi representaba un pequeño triunfo en la batalla (que me llamaran), de inmediato se transformaría en una nueva afrenta de parte de aquel médico inquisidor en que se había convertido ese médico de familia.

Al llegar y sin mediar mayores palabras, me interrogó:
-Entonces, senora Cedeno, ya decidió hacerse el tratamiento?
-Ya le dije -riposté con autoridad, pero con humildad- que no me haría ese tratamiento, primero porque yo no tengo sífilis y segundo, porque al hacerme un tratamiento de ese tipo mi expediente quedaría manchado para siempre, de modo que si no me repite los exámenes, mucho le sabría agradecer me remita a otro médico.

Transcurrirían minutos de una verdadera puja en los que Mr. Goldstein trataba de persuadirme de que me hiciera el tratamiento, ya que era solo una inyección que me colocarían en el brazo y yo rogándole porque aceptara   alguna de mis dos opciones asaz expresadas. Finalmente el médico se decantaría por la segunda opción, es decir, enviarme a otro médico para una segunda opinión.

Esta vez respiré tranquila porque al menos tenía una segunda oportunidad de demostrar mi inocencia, siendo éste uno de los efectos perniciosos de este tipo de problemas que es que, en alguna medida, la hacen a una sentirse culpable.

Precavidamente llamé a la última de las Empresas Básicas en la que había trabajado para pedir me fuera enviado mi expediente médico, como soporte a lo que eventualmente pudiera venir. Con la mayor de las penas tuve que confesarle a la doctora ocupacional  lo que me estaba ocurriendo. Por fortuna era la misma doctora de cuando yo estaba activa y quien luego de examinar mi expediente y los resultados de los exámenes que me metieron en problemas, me dijo:

-Esos resultados constituyen un falso positivo de sífilis, pero lo que realmente demuestran es que tienes una artritis que está en remisión y que, eventualmente, puede ser confundido; aun así es más lógico que una persona de tu edad sufra de artritis a que tenga una sífilis de hace casi 40 años. Habla con ellos y dale esta explicación.

Al fin una buena noticia en este corto pero profundo caso de salud en el que estoy involucrada. Los días que faltaban me permitieron meterme un puñal, como dicen en mi pueblo, Venezuela,  de toda la explicación técnica que me dio esa médica ocupacional de mi empresa, que sin ínfulas de sabérselas todas, dio una ilustración médicamente lógica de mi caso.

La nueva cita se dio a la siguiente semana cuando el nuevo médico, Dr. Jackson, me atendería para revisar mis exámenes y, pensaba yo, mandar a hacer unos nuevos; así que con mucha fe y esperanza en que esta vez La Chinita intercedería y pronto esto no sería más que un mal recuerdo, el miércoles de esa semana me presenté puntualmente a la consulta.

-Buenos días, doctor Jackson, yo soy la sra. Cedeño y vengo referida por el doctor Goldstein –me presenté antes de que me preguntaran.
-Sí, senora Cedeno, ya escuché que venía a verme. Tome asiento!
-Tenga la bondad y entrégueme los exámenes que le mandó a hacer el doctor Goldstein.
-Aquí los tiene, doctor!
Luego de una ojeada nada exhaustiva el médico en el que yo tenía cifradas mis esperanzas, respondió:
-Bueno, sra Cedeno, aquí no hay nada que hacer: usted tiene sífilis!
-Pero, doctor ….
-Sra. Cedeno, estos exámenes son claros y confiables. Usted tiene alterados los niveles estos valores –me dijo señalándome dos valores- lo que sin lugar a dudas constituye un caso ineludible de sífilis, de modo que le recomiendo seguir las indicaciones del doctor Smith que en esto es una autoridad.
-Doctor –lo atajé antes que sentenciara- yo quiero que usted vea mi expediente médico, el único que tengo, y que es la historia de mi salud mientras trabajé durante los últimos 30 años en Venezuela. Mi doctora allá, piensa que pudiera tratarse de un falso positivo de sífilis, pero lo que realmente dice esa alteración de esos valores es que lo que hay es una artritis posiblemente en remisión.

Luego de esta andanada, el doctor accedió displicentemente a ver el libro de vida de mi salud, para luego de una inspiración profunda concluir como el peor de los patanes con quien una mujer se pudiera conseguir en una consulta médica:

-Se ve que esa doctora que armó este expediente la quiere mucho.
Por Dios santísimo, cómo pueden existir seres como éste ejerciendo la medicina y en un país que se supone del primer mundo?
-Pero, doctor, cómo usted puede decir esto si usted no me conoce? Mire, yo me casé hace casi 40 años tuve dos hijos, uno tiene 35 años y el otro tiene 30. Ambos totalmente sanos. Nunca tuve relaciones promiscuas, ni siquiera ocasionales. Cómo puedo yo explicarle a mis hijos esto que me está pasando?
-Aunque no es mi área decirle cómo explicarle a sus hijos –añadió el marsupial este que tenía como médico frente a mi- sí le puedo asegurar que con toda seguridad si usted tiene todos esos años con sífilis, sus hijos también la tienen, así que de su parte queda la forma de decirles. Por lo pronto le recomiendo que siga las instrucciones del doctor Goldstein.

No sé de qué material estaré hecha yo para soportar estoicamente esta gran cantidad de ataques de parte de alguien que, aparte de tener un título médico, no creo que posea ningún otro parecido de ser humano. Sólo me preguntaba por qué a mí. Sería eso lo que tenía que aguantar para vivir en un país distinto al mío? Será que este es el trato que reciben todos los inmigrantes latinoamericanos en este país?, aún cuando soy de piel blanca, poseo la ciudadanía por casarme con un canadiense y además hablo el inglés sin acento. Si esto le pasa a una por ser inmigrante, pensaba, ¿qué dejará para una negrita de esas nuestras, que no hablan el idioma y que llegan al país con una mano atrás y otra adelante?

Sin embargo, nada parecía detenerme, sobre todo porque mi gran confianza radicaba en que nunca llegué a dudar de mi salud física y espiritual; que mi fortaleza era saberme una mujer íntegra, digna, física, psíquica y emocionalmente sana, todo en perfecto equilibrio; claro lo que no impedía que de vez en cuando tuviera mis quiebres, como el del día en que tuve que explicarle a mis hijos toda esta pesadilla y además pedirle que se hicieran el VDRL para asegurarme que todo estaba bajo control.

Todo este empoderamiento fue lo que me permitió que, una vez sabido que en mis hijos no existía indicio alguno de sífilis y ante una nueva propuesta en el sentido que me hiciera el tratamiento recomendado por ellos, les respondiera con autoridad en una nueva consulta a la que asistí meses más tarde:

-Yo no me voy a hacer ningún tratamiento ofensivo de los que ustedes me recomiendan, de manera que exijo mi derecho a ser tratada por especialistas en enfermedades de transmisión sexual en un centro profesionalizado en esos asuntos. Mientras eso no ocurra ese expediente estará abierto y será usted, doctor Goldstein, el único responsable de que ese expediente permanezca abierto.

Aún con los resultados deshonrosos obtenidos en las distintas citas médicas, mi ánimo continuaba in crescendo y decidida a ir hasta las últimas instancias con tal de ver relucir mi nombre en la nueva historia médica que estaba naciendo … aunque con muchas deformidades.

Lo que ya había decidido era no asistir más a la consulta del Dr. Goldstein hasta tanto no me diera una de las dos salidas que le estaba exigiendo; sí, exigiendo dije, porque entendí que era mi derecho y ningún médico por muy canadiense que fuera me lo podía vulnerar.

Sin embargo el doctor Goldstein no era una presa fácil de roer, ya que lo que a continuación sucedió fue una muestra más que evidente que esta lucha tomaba características personales.

Sucedió, entonces, que varias semanas más tarde recibimos en casa una llamada del consultorio del Dr. Goldstein para darle una consulta médica a mi esposo, quien, aunque lo he mencionado poco, estaba siempre a mi lado para darme ánimo, fuerza y valor. Una vez en el consultorio el médico le recomendó que se practicara él también los exámenes, a lo que Julián accedió cortésmente, habida cuenta que esa posibilidad ya la habíamos contemplado cuando analizamos los eventuales escenarios de esa cita.

Julián se hizo todos los exámenes en los que, aparentemente, todo estaba bien; pero para que no quedara abierto también el expediente de Julián, pidió una nueva cita para llevar los resultados, la cual le otorgaron para unos días después.

Llegado el día, Julián se presentó a la consulta de Smith –ya no me provoca seguir llamándolo Doctor- le entregó los exámenes y espero a que éste concluyera en lo obvio:

-Senor Maneiro, estos resultados indican que usted está totalmente sano, de modo que la sífilis de su esposa no tiene nada que ver con usted.
Aunque Julián le dio los mismos argumentos conocidos en mi defensa el adefesio éste pareció no prestarle la menor atención y, por el contrario, arreciaría su inquina contra mi persona al preguntarle a mi esposo:

-Y bien, senor Maneiro, a la luz de los resultados de estos exámenes que descartan que usted pudo contagiar a su esposa, ¿piensa usted seguir casado con la Sra. Cedeno?

Esto se contaba y no se creía! Cómo era posible tanta violación al Juramento Hipocrático que tanto aquí, como en Venezuela o en la China, es de obligatorio cumplimiento para todo aquel que ejerza el sagrado deber de la Medicina?

Julián terminaría recriminándole su comportamiento, manifestándole su total apoyo a mí y despidiéndose con el deseo de no volverlo a ver. Aunque pensamos en demandarlo, fuimos persuadidos de hacerlo por el hecho de yo ser una inmigrante, que como tal tiene limitaciones ante la ley y también porque los costos procesales en todos estos casos son muy elevados y porque, en definitiva, al sacar cuentas las posibilidades de un triunfo eran escasas. Así que me tocó aprender a realizar respiraciones profundas, de manera que en el futuro me verían a mí en un constante inhala, exhala, inhala, exhala e inhala y exhala y listo. Se acabó.

Al cabo de un tiempo fui llamada desde el Centro de Atención Familiar que está en College St., a fin de aportar algunos datos que permitieran actualizar mi expediente, en un asunto que no estaba relacionado en apariencia con el tema que ocupaba mi atención y el que se extendió a lo largo de todo una año. Se trataba de otra oficina y con personas distintas.

Allí me atendió una doctora (esto ya representaba un cambio), la cual me trató con mucha amabilidad y bondad (otro gran salto), quien me inspiró una absoluta confianza dado su trato afable, tierno y, sobre todo, muy humano. Aunque no estaba planteado que habláramos del caso en particular que les narro, fue tanta la ascendencia que encontré en ella, sumado a que era de nacionalidad portuguesa y que además tenía familiares que vivían en Puerto Ordaz, que me atreví a comentarle muy sucintamente, al principio, la situación por la que atravesaba.

Ella, la doctora Gouveia, me escuchaba con total atención, lo cual me estimulaba a seguir echándole el cuento cada vez con mayores detalles. A veces me interrumpía para hacerme una que otra pregunta, lo estimulaba a  estar en total transparencia y segura que estaba logrando el rapport que hasta ahora no había conseguido con ningún galeno.

Cuando hube terminado, cuando ya había vaciado mi alma y empezaba a experimentar esa satisfacción espiritual que da sentirse honrada y reconocida, cuando ya todo estaba dicho, reconocido en la larga pausa que viene después del punto y final; justo en ese momento, mi confidente la doctora Gouveia, tomó suavemente mi mano y acercándose casi a mis oídos, me dijo en decibeles susurrantes:

-Senhora Cedenho, sólo usted sabe lo que usted ha hecho con su cuerpo!

El coño de su madre! Me disculpan la imprecación, pero esta gran caraja estaba alineada con los dos anteriores impostores. No podía ser más ruín que los demás! Sin embargo ni siquiera esta nueva ofensa podía detenerme, de manera que la búsqueda de la verdad verdadera continuaría sin parar, aunque ahora sin prisa, pero también sin pausas.

El tiempo fue pasando sin que nada ocurriera. De vez en cuando recibía las mismas llamadas para que fuera a cerrar el expediente y ellos recibían las mismas e invariables respuestas de mi parte. Sumariamente fui a varias consultas privadas en busca de una salida, pero todas quedaban en nada.

Hasta que un día recibimos una llamada del Hospital General de Toronto (TGH por sus siglas en inglés) para informarme que el caso había sido referido a ese hospital, específicamente al Departamento de Enfermedades de Transmisión Sexual.

Aunque la noticia me causaba algo de alegría, por haber logrado lo que tanto había luchado, no era la misma si hubiera llegado antes de todo ese daño emocional que me habían infligido unos cuantos doctores cuyo trato cruel e inhumano por poco hace trizas mis fuerzas físicas y espirituales. Más adelante conocería la palabra Resiliencia y entendí de dónde venía la fuerza que me hacía resistir todos estos embates o batuqueadas que me estaban dando tan lejos de mi Venezuela.

El Hospital General de Toronto es un complejo hospitalario que ofrece medicina gratuita a residentes y extranjeros sin discriminación. Como muchos de los hospitales que conocemos, el servicio abarca la mayor cantidad de enfermedades posibles, algunas con un grado mayor de especialización. Lo primero que resalta al llegar es el estado de pulcritud de sus instalaciones y la amabilidad del personal que allí trabaja.

El Departamento de Enfermedades de Transmisión Sexual tiene una sección (varios pisos) del edificio central al que asisten únicamente las personas que se van a atender o que ya se han atendido y asisten a charlas o consultas. El ascensor que llega a estos pisos es para uso exclusivo de pacientes y personal de este servicio  o lo que es lo mismo, que la confidencialidad y privacidad del servicio está totalmente garantizada.

Cuando llegué al piso fui atendida por una primera persona, la que al verme algo timorata me brindó la atención que requería como recién llegada al servicio, creándose de inmediato un vínculo de confianza con este departamento.

Una vez recibida la orientación fui enviada amablemente al médico que me iba atender. Allí esperé unos pocos minutos hasta que fui llamada. Ya adentro fui recibida por la Dra. Kristofferson, la que al verme algo nerviosa intentó crear una relación de confort.

-Senora Luz Mary, usted ha llegado al sitio al que debió venir desde un principio. Es aquí donde su caso será tratado de la manera en que este tipo de casos son tratados y por personas para quienes usted no es una enfermedad, no, es una persona que es la razón de ser de este departamento; así que tenga la confianza de que lo que aquí suceda es problema de sólo nosotros, quienes le atenderemos.
Esas palabras me dieron un gran alivio, pues era esta la primera vez desde que comencé este periplo en que me sentía respetada y reconocida con la dignidad del ser humano que soy; así que al fin pude respirar tranquila.

La Dra. Kristofferson tenía el informe que le habían enviado desde el centro de medicina familiar y lo conocía al dedal, únicamente le faltaba mi historia contada por mi y el expediente de salud en Venezuela. De manera entonces que los próximos minutos que pasé fue echándole los cuentos que ya ustedes conocen, pasando por la cronología de médicos que me habían atendido y del resultado con cada gestión.

La doctora escuchó atentamente cada palabra dicha por mí. Luego tomó los exámenes y fue revisando minuciosamente cada uno. A veces comparaba unos con otros. En su desarrollo a veces movía la cabeza negativamente y otras de forma afirmativa. Cuando ya no soportaba más mi ansiedad la interrumpí:

-Dígame doctora, ¿será necesario que me haga las pruebas nuevamente?

Sin que le quedara el menor atisbo de dudas, la Dra Kristofferson me respondió:

-No, senora Luz Mary, no debe hacerse más exámenes porque el caso suyo es de un falso positivo de sífilis, sin lugar a dudas. Estos resultados demuestran que, en efecto, usted lo que, eventualmente pudiera tener es una artritis.

Ahora sí fue verdad que me quebré. Un llanto indetenible salió desde lo más profundo de mi alma estrellándose contra la humanidad de la doctora, a la que abracé como si se tratara de un familiar. Por fortuna ella, una auténtica profesional en esta área de la medicina, sabía y entendía perfectamente el motivo de mi reacción y correspondió a ese reconfortante abrazo que le tributaba.

Pasada la primera emoción y luego de hacer una evaluación exhaustiva de todo el calvario que me tocó vivir a nivel físico, afectivo, emocional y psíquico, la Dra. Kristofferson fue aún más a fondo al decirme:

-De ahora  en adelante, senora Luz Mary, a usted nadie en Canadá está autorizado para ponerle un dedo encima ni tratar este tipo de casos. Usted no debe asistir a ningún otro centro que no sea este, de necesitarlo; aunque con esta consulta queda cerrado su caso y usted puede regresar con su familia en paz.

Las lágrimas seguían saliendo solas, pero éstas eran lágrimas de felicidad, de satisfacción; lágrimas que ensuciaban mi rostro al descorrer el rímel,  pero lavaban el corazón y liberaban mi conciencia de culpas y auto culpas; lágrimas que me exculpaban de eventuales momentos de quiebres y que me hacían sentir muy oronda por la épica batalla que había dado y ganado, yo,  esta india mitad guajira, mitad pemón en las tierras norteñas, allá donde la primavera no se entera que ha llegado y el invierno se enseñorea hasta casi darse la mano con el verano boreal. Allá pelee esta epopeya de las civilizaciones.

Una vez en mi casa llamé a mis hijos y continué la llorantina con ellos, bajo la promesa que nunca más debía llorar por ese motivo, luego de escuchar un “madrecita, nunca tuvimos dudas que eso era así”.

En la noche, al llegar mi esposo del trabajo, destapamos no una, sino dos botellas de vino, la cual consumimos casi sin hablar a la luz de unas pocas estrellas que se veían en el obscuro cielo toronteño.
Pasaron varios días de desestress y relax sin interrupción, hasta que una mañana recibo una llamada de la secretaria del doctor de medicina familiar que originó todo este barullo.

-Buenos, días, senora Cedeno, la estamos llamando del consultorio del Dr. Goldstein para solicitarle que asista a una consulta en aras de cerrar su expediente.

La oportunidad que estaba esperando se me estaba presentando en bandeja y esta vez no la iba a desperdiciar. Así que con los dos apellidos atravesados y con toda la sangre indómita de mis ancestros revueltas, le respondí:

-Dígale a su esposo, el señor Goldstein  porque ese no se puede llamar Doctor, que yo no  tengo que cerrar ningún expediente, ya que ese expediente para mi ya está cerrado.
-Pero senora Cedeno, mi esposo …… - ahí la atajé y no la dejé continuar.
-El esposo suyo es un coñísimo de su madre del cual no quiero saber nada nunca más –comencé a liberar toxinas con la señora.
-Pero si él la remitió a otro médico para asegurarse –insistió la secretaria.
-Sí, me mandó para casa del doctor Jackson qué es amigote de él.
-Cómo? A ese fue el médico a quien la remitió - preguntó sorprendida.
-Sí, con ese que es otro grandísimo coñe e madre – seguí mi descarga.
-Pero, señora Cedeno ….
-Ningún senora Cedeno, yo soy la Señora Cedeño, así pronunciado con la virgulilla encima de la ene, para formar la eñe. En este mundo globalizado ustedes también tienen que actualizarse, no joda!

Dicho esto, di por cerrado ese capítulo de mi vida, hasta el día de hoy que me decidí contarlo.
Hoy soy la mujer que siempre fui. Aprendí mucho de esa situación pero no dejé que me marcara. Aprendí que no es fácil salir de tu país y enfrentarte a una cultura que se considera superior, si no estás clara en tus propios poderes y fortalezas, en tus virtudes y en tus lealtades, esas que te corren por las venas, en ese ADN en el que se concentra lo mejor de nuestros antepasados. Si no hubiera sido por ellos, hubiese estado de vuelta a mi país antes de empezar la lucha. Fueron ellos los que me sacaron de apuros”.