“Pégate al agua, Felo, pégate al agua”
Esas
palabras retumban en mi mente desde hace más de treinta años, justo 40, tal día como hoy. Todo este tiempo he
tratado de imaginarme la escena, sus emociones, los pensamientos que en esas
milésimas de segundos pasaron por las mentes de aquellos protagonistas.
Esas
fueron las últimas palabras del copiloto de la aeronave de Cubana de Aviación
que partía de Barbados aquel 06 de Octubre de 1976 con 73 personas a bordo, entre
cuyos ocupantes marchaba triunfante el equipo de Esgrima de Cuba, el que iba
cubierto del oro obtenido en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, para la
gloria de sus familiares y del heroico e irreductible pueblo cubano.
Así
le “ordenó” desesperadamente Angel Tomás Rodríguez, copiloto de la aeronave, al
capitán y amigo de la infancia en Ranchuelo, Wilfredo “Felo” Pérez, al advertir
el peligro de que la aeronave siniestrada por el impacto de dos bombas
colocadas por dos terroristas que habían bajado en Barbados, aterrizara en una
playa repleta de bañistas, lo que sin duda haría aún más despiadada la
tragedia.
“Pégate al agua, Felo, pégate al agua”, fueron
las últimas palabras que se tragó el Mar Caribe de aquel héroe cuya muerte lo
encontró al comando de un aparato que le no le tocaba pilotear aquel 6 de
Octubre, pero que el destino lo dispuso así para acompañar a su esposa y azafata del avión en su cumpleaños,
en un viaje que jamás regresaría a la indómita Habana.
“Pégate al agua, Felo, pégate al agua”, es
el grito que día y noche desde hace 40 años retumba en los diálogos unísonos de
las familias de los desaparecidos, en sus rezos, en sus plegarias, invocando al cielo el regreso a la tierra que
los vio nacer y la negación de aquella desgraciada hora en que cuatro
desalmados, miserables y ruines asestaron ese duro golpe a los sentimientos de
cientos y miles seres en todo el mundo.
Los
daños colaterales, como eufemísticamente llaman a las consecuencias nefastas de
un hecho macabro, son tan despiadados como el hecho mismo, ya que quienes
quedan vivos, cuando logran sobrevivir, si es que a eso se le puede llamar
vida, comienzan a sufrir de todo tipo de trastornos que hacen de su vida un
infierno enrejado. La madre de Angel Tomás, aún hoy a sus 95 años y luego de 40
de suplicio, clama por el regreso de su hijo. “Dice su hija Adita que
en su delirio, Angelina, mira al cielo y empieza a mascullar: Ángel Tomás, ven
Ángel Tomás”. Así mismo, los padres de Carlos Leyva González, sablista y uno de
Los Mártires de Barbados, nunca pudieron recuperarse de esa estrepitosa caída y
murieron tempranamente a raíz del hecho. La hermana que le sobrevive describe
que lo que les tocó sufrir:
“Ha pasado un cuarto de siglo, pero
siempre estos días me ponen extremadamente mal —reconoce Maricela Leyva
González, una de las hermanas de Carlos— me deprimo mucho, sobre todo cada vez
que imagino la explosión del avión en el aire o escucho la interrumpida
comunicación de los pilotos con la torre.
"Es el golpe más duro que ha recibido mi familia
—prosigue con sombrío acento en la voz— Mi mamá quedó traumatizada para
siempre; recuerdo que después no pudo seguir en su trabajo: afirmaba que veía a
mi hermano en la puerta de la oficina, tal y como él acostumbraba a hacer
cuando iba a verla allí. Finalmente mamá murió, con todo ese dolor por dentro,
hace seis años... hizo una trombosis cerebral.
"Mi padre había muerto desde 1979, tres años después del
sabotaje; sufrió un infarto masivo. Tampoco había logrado reponerse nunca.
Recuerdo que antes del viaje a Venezuela, Carlos me pidió que me sentara sobre
la maleta para cerrarla. Mi padre pasó cerca, se detuvo y le aconsejó
dulcemente: Ten cuidado en todo el viaje Carlos Chicho (como él le decía), mira
que el mundo está convulso y revuelto...
"Mi hermano le respondió que no se preocupara, que la
muerte llega por sí misma en cualquier momento, sin uno buscarla. Y mi padre se
quedó mirándolo así, de una manera muy triste, con una expresión extraña, como
si se estuviera despidiéndose de él para siempre." (http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/crimen_barbados/art11.html
En casi todos los casos de atentados y desapariciones
producidos por los avanzados, cual macabros egresados de la Escuela de la
Américas, del tipo de Posada Carriles, Orlando Bosch, Hernán Ricardo y Freddy
Lugo (autores de la voladura del avión), los “daños colaterales” son muy
parecidos.
Recuerdo que en mi carrera universitaria tuve como compañero
y amigo a Ibrahim Hernández, hermano de Luis Alberto Hernández, estudiante de
Sociología de la UCV, quien fuera desaparecido por el gobierno de turno en el
año 1972 y cuyo cuerpo aún en nuestros días se reclama. Ibrahim, dramáticamente
afectado por este hecho, cuando estaba sumergido en sus pensamientos, cosa que
hacia frecuentemente, dibujaba en sus cuadernos un triángulo equilátero al cual
le faltaba un lado. Cuando una vez le pregunté qué significaba aquello, me
expresó, sollozando, que ese lado que faltaba representaba lo que su hermano debía
hacer en la vida, pero que en su ausencia, él, Ibrahim, estaba obligado a
completarlo.
En los cuadernos de Ibrahim se podían ver numerosos triángulos
equiláteros. Tiempo después supe la lamentable noticia de la muerte de Ibrahim,
quien nunca superó aquella pérdida, del mismo modo que no lo superó su madre,
quien enajenó y murió al poco tiempo, más de tristeza que de otra enfermedad.
Igual suerte corrió su padre. Total: una desaparición que causó la muerte de
toda una familia.
Por eso, “Pégate
al agua, Felo, pégate al agua”, nos convoca a no olvidar en qué
lado está la gente noble de corazón y de espíritu y a luchar porque cuando la
justicia llegue, sus sacrificios no hayan sido en vano.
“Pégate
al agua, Felo, pégate al agua”, nos convoca a no olvidar que el
mal existe y que puede estar y en efecto está, muy cerca de nosotros, que sólo
falta que encuentre un pequeño resquicio abierto para que éste penetre con todo
su poder para seguir causando desgracia en familias y pueblos enteros.
“Pégate
al agua, Felo, pégate al agua”, nos convoca a no tirar la
toalla; pero por sobre todo, a no equivocar el camino y aliarnos con nuestros
propios verdugos, olvidando los principios y valores con los que una vez
comulgamos y que no tienen por qué ser traicionados por la desesperación del
inmediatismo. Podemos renunciar a una opción, pero jamás a los principios que
nos sustentan.
A 40 años del “Pégate al agua, Felo, pégate al agua”, honor
y gloria para “Los Mártires de Barbados”, no hay sentidos pésame, conformidad,
ni consuelo que valga; es sólo dolor lo que podemos sentir; pero dolor que
transformado en fortalezas nos alumbra el camino que debemos recorrer para que
nunca ocurra en nuestras tierras algo parecido. Ahí afuera, muy cerca de
nosotros están los que lo intentarían nuevamente, mismos que reeditarían la
política de desapariciones tan de moda en toda América en las décadas del “infierno
democrático” pasado.
ANGEL PARA UN FINAL
Silvio Rodríguez
Cuentan que cuando un silencio
aparecía entre dos
era que pasaba un ángel
que les robaba la voz.
Y hubo tal silencio el día
que nos tocaba olvidar
que de tal suerte yo todavía
no terminé de callar.
Todo empezó en la sorpresa
en un encuentro casual
pero la noche es traviesa
cuando se teje el azar
sin querer se hace una ofrenda
que pacta con el dolor
o pasa un ángel
se hace leyenda
y se convierte en amor.
Ahora comprendo
cual era el ángel
que entre nosotros pasó
era el más terrible, el implacable
el más feroz.
Ahora comprendo en total
este silencio mortal
ángel que pasa
besa y te abraza
ángel para un
final.
aparecía entre dos
era que pasaba un ángel
que les robaba la voz.
Y hubo tal silencio el día
que nos tocaba olvidar
que de tal suerte yo todavía
no terminé de callar.
Todo empezó en la sorpresa
en un encuentro casual
pero la noche es traviesa
cuando se teje el azar
sin querer se hace una ofrenda
que pacta con el dolor
o pasa un ángel
se hace leyenda
y se convierte en amor.
Ahora comprendo
cual era el ángel
que entre nosotros pasó
era el más terrible, el implacable
el más feroz.
Ahora comprendo en total
este silencio mortal
ángel que pasa
besa y te abraza
ángel para un
final.