Toques de Historia
La literatura universal
y más aún la contemporánea, siempre ha puesto especial empeño en la importancia
de seguir los sueños para llevar una vida plena y llena de realizaciones personales
y/o profesionales; pero por sobre todo un especial énfasis en la necesidad de llevar
una vida con propósito, tal como más adelante lo teorizaría Viktor Frankl, sobreviviente de los campos de
concentración de Auschwitz.
En el caso de José
Rafael Estrada (1877 – 1909) mejor conocido en la posteridad como el sabio
Rafael Rangel, ir en busca de sus sueños pintó su vida de un gris intenso
con el que se despediría en agosto de 1909, luego de que sus fuerzas flaquearon
ante una lucha que le había robado las ilusiones y el deseo de ser quien
siempre quiso ser desde muy temprana edad por allá en su natal Betijoque, en la
fría serranía trujillana.
Justamente en esas
tierras andinas Rangel recibe su instrucción primaria en la primera Escuela
Federal creada en Betijoque en 1879, dirigida por el educador trujillano don
Enrique Flores. A temprana edad conoce a quien sería su principal fuente de
inspiración y modelo a seguir en el campo de las ciencias médicas, como lo fue
el Dr. Pablo Acosta Ortiz, médico llegado a tierras trujillanas a la edad de 21
años y a quien apodaban “el mago del bisturí”.
Posteriormente en el
año 1896 egresa de la Universidad del Zulia graduado de Bachiller en Filosofía,
a la edad de 19 años. En ese último año de bachillerato el joven Rafael Rangel
recibiría el primer golpe de los poderes fácticos, al tropezar con la decisión
del Dr. Rafael López Baralt, quien como director de la sección de Seroterapia
del Instituto Pasteur de Maracaibo, le niega al joven bachiller la solicitud
para enrolarse en calidad de asistente, en una comisión que viajaría a Bogotá
para realizar un seminario sobre la curación seroterápica de la Lepra. Una y
otra vez el Dr. López Baralt rechaza la solicitud de Rangel, lo que produce en
éste una inmanejable ofuscación que termina en un enfrentamiento verbal durante
el cual le lanzó al médico calificativos
mordaces que complicaría las
hostilidades y obstaculizarían futuras oportunidades.
Previendo las casi
seguras consecuencias que este acontecimiento tendría en su vida como
estudiante, Rangel decide emigrar hacia la Universidad Central de Venezuela, de
la mano de su mentor el Dr. Pablo Acosta Ortiz quien intercede ante las
autoridades de la academia para que acepten a Rangel.
El cambio finalmente se
logra y Rafael Rangel comienza sus estudios en el primer año de medicina, bajo
la dirección del Dr. Luis Razetti, en Anatomía; Adolfo Frydensberg, en Química
y José Gregorio Hernández, en Histología. Culmina el primer año en Julio de
1897 con calificaciones sobresalientes y se inscribe para cursar el segundo año;
el cual interrumpirá para dedicarse a la investigación, actividad que en verdad
lo apasionaba y sobre cuyo ejercicio decía no necesitaba ser médico para hacer carrera
académica.
El sueño que Rangel persiguió
con tanta vehemencia fue el de especializarse en el exterior, en el gran
Instituto de Seroterapia de Calcuta, India, en su área de estudios de Inmunología
Seroespecífica, de modo que con el aval de los
reconocimientos recibidos por los médicos que le asesoraban en su
trabajo, además de su alto desempeño en el laboratorio, en 1898 solicitó al
Congreso de la República una beca para hacer esos estudios en el extranjero. El
parlamento terminaría rechazando su solicitud, mediante decisión de la comisión
encargada, la cual contaba entre sus miembros con el médico y político Dr.
Rafael López Baralt, con quien dos años atrás, Rangel había tenido el
altercado al cual nos referimos líneas
atrás. Esta fue la segunda frustración que sufriría el tenaz trujillano y que
bloqueó su oportunidad de realizar la tan anhelada especialización en los
centros internacionales del saber.
Por méritos propios
Rafael Rangel se fue abriendo camino en el área de laboratorio al cual ingresó
en 1897 como asistente del Dr. José Gregorio Hernández. Ya el año anterior
había cursado estudios en el prestigioso Instituto Pasteur de Caracas en donde
dejó una magnífica impresión en el Dr. Santos Aníbal Dominíci, a la sazón
director de esa institución.
Con el Dr. Hernández se
dedica enteramente al laboratorio de la
Universidad; allí confecciona láminas y preparaciones histológicas que
le sacan a su nuevo mentor un reconocimiento que lo llenaría de orgullo, al
comparar sus aportaciones con un futuro premio
Nobel de medicina de 1906, al expresar que sus aportes “no iban en zaga a las
del propio Ramón y Cajal”.
Pero Rangel tenía un
hándicap que explicaría a decir de algunos de sus biógrafos, parte de la suerte
que había corrido en su deseo de especializarse en el exterior que, como todo
científico tenía en aquel momento plenos derechos en sus aspiraciones. Al
describirlo físicamente, el Dr. José Manuel Espino resalta lo siguiente:
“Era
Rafael Rangel un individuo alto, derecho, algo canijo, de cabello negro
ondulado, de bigote ralo, de color atezado, aunque de facciones corrientes (…).
De continente respetuoso, casi tímido, de cuerpo laxo con los brazos colgantes,
caminaba deslizándose como ayudado por
el viento. Su semblante, además, era sereno y poco expresivo, sin rasgos o
gestos emocionales… aunque de natural retraído, Rangel era afable con quienes
frecuentaban su trato”.
De modo que no son
pocas las opiniones que ponen por
delante su rasgos físicos amulatados, su tez oscura tirando a zambo y su negra
y ondulada cabellera como la causante de las tantas discriminaciones que Rangel
recibió a lo largo de su corta pero fructífera existencia, en aquella Caracas
en la que el mantuanismo invadía los espacios políticos y de la ciencia para
seleccionar a los individuos que, dentro de la casta, llegarían a obtener los
más altos cargos aunque carecieran de méritos para ejercerlos.
Sin embargo, aunque se
conocía del carácter frágil de quien sería conocido como el sabio Rangel y de su propensión a la
depresión, éste continuaba cosechando triunfos en su vida profesional, a pesar de
lo esquivo que le había resultado su
encuentro con su sueño, de modo que la entrada del siglo XX lo encontraría
bañado por el éxito de sus hallazgos, para orgullo de algunos y p
En febrero de 1901 se
creó, vía Junta Administrativa de los Hospitales, el nacimiento del Laboratorio
del Hospital Vargas, siendo Rafael Rangel nombrado su primer director. En ese
laboratorio hasta el momento de su deceso había dirigido un total de 16 tesis
médicas y cuya única exigencia de su parte era que los tesistas mencionaran al
laboratorio. Con el apoyo del Presidente Cipriano Castro logró convertir al
laboratorio en un centro de investigación activa en el campo de la
parasitología.
En 1903 descubre nuevos
anquilostomos en su estudio para determinar la causa de la anemia severa que se
vivía en esa época en el sector rural de Venezuela y que fuera causa de
muchísimas muertes en ese sentido. Fue este tal vez, el estudio que mayor
reconocimiento le produjo, ya que con el mismo fueron muchísimas las vidas que
se salvaron gracias a alta pertinencia de sus descubrimientos al dar pie para
el tratamiento adecuado de dichas enfermedades.
En un viaje a los
llanos venezolanos que realiza en 1904 estableció la causa de una enfermedad
que azotaba a los caballos definida vulgarmente como “derrengadera” o Peste
Boba, al encontrar organismos unicelulares o tripanosomas en la sangre de
animales infectados (Belisario y Maya, 2006).
En el mismo año de 1904
descubre la presencia de infusorios y hongos en las legumbres y hortalizas del
Valle de Caracas dando inicio a los tratamientos para los padecimientos por
disenterías y otras enfermedades intestinales que se habían convertido en un
azote de la población al cobrar numerosas muertes.
Entre 1906 y 1907 se
traslada a Miraca, muy cerca de Coro, en el estado Falcón, donde estudia una
enfermedad bacteriana que se conocía como “el grito de la cabra”, la que
diagnostica correctamente como ántrax.
Sin embargo, los éxitos
alcanzados por el bachiller Rangel no eran suficientes para que el mundillo
científico y político de la época correspondiera a su esfuerzo abonando al
ansiado sueño de estudiar en el exterior en institutos de reconocida calidad y
a los cuales compañeros de trabajo suyo como el doctor Razetti, Dominíci,
Hernández y otros sí habían podido acceder.
Así, en el año 1900
Rangel consigue con el primer presidente del Estado Trujillo nombrado por
Cipriano Castro, la aprobación de una beca de estudios para trasladarse al
exterior a estudiar serología inmunoespecífica. Sin embargo al año siguiente el
Estado cambia de Presidente y con ello se esfuma la alegría de Rangel, al
enterarse que el nuevo mandatario regional era el marabino Dr. Rafael López
Baralt, quien ya en dos oportunidades había rechazado peticiones similares,
incluso ya aprobadas por los organismos con pertinencia en la materia, de modo
que esta vez no sería distinto porque el presupuesto aprobado no se ejecutó por
órdenes del ya conocido doctor y político.
Algo parecido ocurriría
en septiembre del año 1903 cuando el Doctor Pablo Acosta Ortíz presenta el
trabajo elaborado por Rangel, intitulado “Etiología de ciertas anemias graves
de Venezuela”, ante el Colegio Médico de Venezuela, donde se encontraban
presentes, entre otros, Luis Razetti, J.M. de los Ríos, Elías Rodríguez y José
Gregorio Hernández.
Es bueno recordar que
aunque Rafael Rangel tenía méritos indiscutibles por encima de cualquiera de
los médicos sembrados en nuestra conciencia, por sus aportes a la ciencia y a
la preservación de la especie humana, habían algunos centros como el Colegio
Médico de Venezuela y su sucesora Academia de Medicina, a los cuales no podía acceder dada su
condición de Bachiller, por lo que muchas de sus glorias fueron repartidas
entre médicos que en el futuro podían expedir tratamientos en consonancia con
los hallazgos del bachiller Rangel,
mientras otros tantos gozaban de gran renombre al presentar estos trabajos en
congresos en el exterior.
En esta línea el
trabajo presentado por el doctor Pablo Acosta Ortíz fue merecedor de una
recomendación por parte del Colegio de Médicos de Venezuela, al tenor del
Acuerdo N0. 2 que decía así “Recomendar
al gobierno como obra de utilidad nacional, que envíe al señor Rangel a una
Escuela de Patología Tropical, con el objeto de que perfeccione allí sus
conocimientos e implante luego en Venezuela la enseñanza de una parasitología
tropical”. Huelga decir que este acuerdo tampoco llegó a materializarse. En
1905 con la creación de la Academia de Medicina ingresó el ideólogo de su
creación, el Dr. Rafael López Baralt, con lo que las posibilidades de concretar
recursos para este nuevo intento se veían reducidas a la nada.
La admiración que
despertaba la obra de Rangel jamás se tradujo en una solidaridad activa por
parte de quienes se consideraban sus amigos y mentores, no al menos cuando se
trataba de enfrentar el poder político para defender los acuerdos tomados por
los miembros de sus academias. Al contrario
un silencio sepulcral era lo que seguía a cada nuevo atropello de los
poderes fácticos hacia Rangel, tal vez en el entendido que quien los desafiara
estaba destinado a correr con igual suerte.
En 1908, año que
precedió al de su muerte, Rangel es propuesto ante el Congreso de la República
por los titulares de las carteras de Obras Públicas y de Instrucción Pública,
para recibir una pensión que le permitiera viajar a Europa a realizar estudios.
Como ya a estas alturas es de suponer, el congreso bajo la influencia decisiva
del doctor López Baralt, negó la solicitud.
En un hecho
controversial que marcaría el inicio del final de la vida de Rangel, en marzo de 1908 surge en La Guaira
una enfermedad que fue diagnosticada en un primer momento como peste bubónica.
En aquellos tiempos el hoy Estado La Guaira era el principal puerto de
Venezuela. Por allí salían los productos de la actividad económica extractiva
que la clase comercial enviaba al exterior y por allí mismo entraban
los productos requeridos por los habitantes de Venezuela, sobre todo de la
Caracas en desarrollo. Lo mismo que muchos años después, la de Venezuela, se
podría decir con propiedad, que era una economía de puertos.
De manera que una peste en el principal puerto
de Venezuela, representaba el peligro de que, ante su eventual comprobación, el
puerto sería cerrado y se producirían
cuantiosas pérdidas económicas, por lo cual el poder político y
económico tenía sus ojos puestos, no en la peligrosa propagación de la peste,
sino en que el territorio portuario se mantuviera abierto. Así se lo hicieron saber a médicos e
investigadores.
Así las cosas, a pedido
del Presidente Cipriano Castro, quien era un admirador de la obra del
trujillano, Rafael Rangel es enviado con urgencia a investigar el problema. Llega
al puerto el 20 de Marzo y de inmediato comienza su trabajo al examinar a dos
enfermos cuyas patologías eventualmente se relacionaban con la peste bubónica.
Sin embargo, luego de hacer los exámenes microscópicos propios de su
especialidad, Rangel concluye que en esas muestras no existen evidencias para
diagnosticar esa enfermedad como peste bubónica al no encontrar la presencia
del bacilo de la señalada pandemia.
El puerto de La Guaira
permaneció abierto, lo que no hizo más que incrementar el número de casos de la
misteriosa enfermedad, razón por la que Rangel hubo de bajar al puerto para
someter a pruebas los nuevos casos que le fueron presentados. En esta
oportunidad, un mes más tarde, sí logra comprobar la presencia de bubones y con
ello el peligro de una peste de grandes proporciones. Con la discreción del
caso se dirige al Presidente Castro para manifestarle que “he podido examinar
bacteriológicamente uno de los referidos casos y me es muy doloroso
participarle que esta vez he encontrado el bacilo específico de la peste”
(Belisario y Maya, 2006). Esta vez el puerto es cerrado y el General Cipriano
Castro nombra a Rangel jefe de la campaña sanitaria que con gran eficiencia es
llevada por el investigador. Un mes más tarde, 23 de mayo, se declara terminada
la pandemia y Rangel regresa a Caracas con la gloria a cuestas.
La brillantez de los
aciertos de Rangel habría de pasarle factura en el corto tiempo. Se desataron las intrigas con imperdonable saña en
contra del bacteriólogo betijoqueño. Se regaron rumores que había puesto en
peligro la vida de los habitantes de La Guaira porque, al comienzo de sus
investigaciones había mentido acerca de
la etiología de la enfermedad para congraciarse con el poder político en manos
de Castro. Con estos artilugios domésticos pasados como jurídicos, Rangel fue
acusado de prevaricación con lo que saldría lesionada su autoimagen de hombre
honesto y de total entrega a la ciencia, haciendo mella en una psiquis en la
que cada revancha, cada envidia y cada rechazo abonaban el camino hacia la
autoflagelación.
Aunado a lo anterior,
Rangel también fue víctima de un grupo de malogrados habitantes que dieron su
autorización a Rangel para quemar sus ranchos y haciendas, como medida de
erradicación de animales, como ratas y ratones que eran potenciales portadores
de la pandemia. Rangel terminaría comprometiéndose con los lugareños a resarcir
los daños causados por esta acción, la que estaba refrendada por el poder
político del momento que se había comprometido con el investigador a pagar los
daños y perjuicios causados, lo que no ocurrió durante lo que quedaba de vida
de Rangel y a lo que el sabio tuvo que hacerle frente en su laboratorio del
Hospital Vargas al presentarse una protesta en las propias puertas de su centro
de trabajo.
El 19 de agosto de 1909
el bachiller Rangel, un adelantado para su época, reúne a sus estudiantes en el
Hospital Vargas para presentar su último trabajo científico. Durante la
exposición Rangel se muestra emocionalmente fuera de sus cabales: habla sin
control, gesticula, llora y de pronto se encierra en un silencio total, aún
estando allí en presencia de sus estudiantes. Posteriormente es llevado a su
habitación.
Finalmente el 20 de
agosto de 1909 la mente brillante, lúcida y sobresaliente de Rafael Rangel,
toma la triste e infausta decisión de poner fin a sus días al ingerir una letal
dosis de cianuro de potasio, en su laboratorio, el lugar en el cual desarrolló
una magnífica carrera en pro del avance de la ciencia y de la preservación de
una cantidad infinita de vidas. Poco pudieron hacer médicos y estudiantes por
salvar la vida de este salvador de vidas.
Aquel hombre de hablar
pausado y de un apasionamiento sin igual por la bacteriología se quitaría la
vida en el aciago momento de ver definitivamente infranqueable el camino hacia
la realización de aquello que movía su existencia y que en sentido estricto
constituía el propósito de su vida.
A la muerte física
seguiría la muerte moral de aquel científico que no tuvo la suerte de ser
favorecido con una pigmentación agradable a la discriminante sociedad caraqueña
de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Ahora sí aparecieron los
lúcidos científicos y políticos que nunca demostraron algo de valentía para
defenderlo de las injusticias que, como un látigo cayeron una tras otra sobre su
humanidad. Ahora sí aparecieron las reputaciones consagradas para vaticinar en
retrospectiva los defectos de su
personalidad para explicar la trágica decisión. Ahora sí las nulidades engreídas
del Valle de Caracas salieron del
anonimato para adjudicarle a su carácter
maníaco depresivo la funesta decisión de acabar con su vida. Hablaron las
deidades impolutas del Olimpo mantuano para excavar más profundo el lecho
definitivo del sabio de Betijoque.
Y en la iglesia no doblaron
las campanas por el taciturno trujillano, quien no mereció un entierro digno
pues al quitarse la vida dejó de ser hijo de Dios al “cometer pecado mortal”, a
decir de la inquisidora iglesia
apostólica y romana en la persona de su Arzobispo.
Sólo el estudiante
Salmerón Olivares, interno del Hospital Vargas, fue capaz de despedir a Rafael
Rangel con palabras que ninguno de sus amigos
fue capaz de pronunciar:
“…
este es una víctima, como lo fueron siempre en nuestro medio, los buenos, los
dignos, los incontaminables, los que no abatieron nunca la bandera santa de su
honor, y tuvieron muy en alto y amaron mucho este pedazo de tierra enfermo que
tenemos por Patria…Mañana, cuando la posteridad serena y justiciera nos muestre
con clara luz de los hechos del presente, la figura inmortal de Rangel se
destacará gigante con la aureola de sus méritos, y entonces, una lágrima muy
cálida, muy amarga como lo irremediable, quemará silenciosa la mejilla de la
Patria querida. Rangel no ha sido legítimamente valorado por su época porque
fue un avanzado a ella. Tenía que pasar de incógnito realizando en silencio la
obra de su inmortalidad. El medio le fue hostil en principio, y las pequeñeces
de ese medio y sus miserias fueron lentamente matando en él las puras fuentes de
sus ideales más levantados y más nobles, hasta poner en su alma de luchador
honrado y fuerte, la desconfianza y el desaliento que habían de ser funestos
para aquella naturaleza adscrita al propio esfuerzo, con el único fin de hacer
bien a su Patria y a la humanidad. Alma sencilla y buena, como era rico en luz
su cerebro privilegiado, nunca pensó en la ingratitud, pero la ingratitud le
acechaba en silencio y le hirió de muerte”.
A 111 años de su
desaparición física, el sabio Rafael Rangel no ha dejado de hacer el bien con sus investigaciones y aportes al
conocimiento científico en el área de la bacteriología y, lo que él nunca
imaginó, se transformó en el modelo de sí mismo que siempre quiso ser, para la
gloria de toda Venezuela. Sabio Rafael Rangel, su propósito ha sido cumplido!
Rafael
Rangel: una vida y mil perdones!
Agradecimiento: a Maigualida Rivas por los textos, revisión, inspiración y "venta" del tema motivo de esta crónica.
Excelente relato,Héctor,que habla magníficamente bien de tus dotes literarias. ¡Un abrazo!
ResponderBorrarUn abrazo, Jesús, gracias por la mención!
BorrarExcelente recopilación amigo!! Allí nos damos cuenta que desde tiempos pasados hay personas que no dejan que los demás demuestren sus habilidades y conocimientos en pro de ayudar a la humanidad...
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