Natura non facit saltum
En estos días he estado acordándome de un
profesor, un buen profesor, que tuve en mi época de estudiante de Ciencias
Sociales en el glorioso Pedagógico de Maturin, la escuelita como lo llamaban
despectivamente. Oscar Velásquez era su nombre y ojalá que continúe siéndolo.
Era Oscar Velásquez un docente en toda la expresión:
llegaba temprano, se iba tarde, preparaba muy bien sus clases, se preocupaba
por motivar a los estudiantes y era un tipo de una amplitud asombrosa; además
que en aquel calorón de Maturin, el hombre se preocupaba de cuidar su imagen,
usando las chaqueticas que estaban de moda. Recuerdo que políticamente era de
tendencia socialcristiana; pero lo mismo parecía marxista, que leninista,
engelista, o maoista. Es más, recuerdo que en su momento lo llamábamos el copeyano troskista, ya que también
tenía buenos conocimientos del autor de La
Revolución Permanente.
Cuando llegábamos a clase era seguro que Oscar
Velásquez tenía rato instalado, con la
parte superior de la pizarra llena con
datos de interés para nosotros. Tenía por costumbre escribir una pregunta o una
frase cualquiera, a fin de atraer la atención de los despistados estudiantes
orientales, que éramos la mayoría de la audiencia. Una calurosa tarde, como
eran todas las tardes en el IUPEM, nos recibió con una pregunta, que ya tenía
tiempo esperando en el pizarrón: “¿Qué es Santo Domingo?”.
Como estudiantes de Historia comenzamos a devanarnos los sesos pensando en una Real Cédula, en alguna Encomienda, Repartimiento o qué se yo que otra cosa. Después de media hora adivinando, con la parsimonia que lo caracterizaba nos dijo “Santo Domingo es la Capital de la República Dominicana” y por allí se fue para explicarnos la Historia de esa parte del Continente Americano. Claro, con esa simple pregunta tenía a los 30 desprevenidos estudiantes atentos a su perorata discursiva.
Como estudiantes de Historia comenzamos a devanarnos los sesos pensando en una Real Cédula, en alguna Encomienda, Repartimiento o qué se yo que otra cosa. Después de media hora adivinando, con la parsimonia que lo caracterizaba nos dijo “Santo Domingo es la Capital de la República Dominicana” y por allí se fue para explicarnos la Historia de esa parte del Continente Americano. Claro, con esa simple pregunta tenía a los 30 desprevenidos estudiantes atentos a su perorata discursiva.
Recuerdo que en otra oportunidad nos explicó muy
ilustrativamente cómo Manuelita Saénz ayudó a El Libertador a escapar de una
conspiración que se le tendió en Colombia. Ayudado por el preparador de la
materia, Chuberto, escenificó aquel histórico escape, haciendo que éste le
tejiera con sus manos una pata ´e gallina
en la que calzó su pie derecho y se incorporó a ras de
una alta ventana del salón de clases. La gorda Dinorah, a punto de un paro de
tanta risa que le causó el asunto, no se resistió y le preguntó: “Profesor, de
dónde saca usted tantos cuentos”? Ofendido, pero sin perder la compostura, Oscar
Velásquez le respondió:
“No sea ignorante, bachiller. Seguramente usted ya habrá comenzado a dar clases en los liceos. No sé qué le enseñará a sus alumnos. Vaya y lea El Diario de Bucaramanga para que no pregunte sandeces”. Y siguió dando su clase sin despeinarse. La flaca Eunice Barreto, que fue quien indujo a Dinorah a hacer la pregunta, tuvo que abandonar el salón directo al baño donde depositaría los efluvios de la risa contenida.
“No sea ignorante, bachiller. Seguramente usted ya habrá comenzado a dar clases en los liceos. No sé qué le enseñará a sus alumnos. Vaya y lea El Diario de Bucaramanga para que no pregunte sandeces”. Y siguió dando su clase sin despeinarse. La flaca Eunice Barreto, que fue quien indujo a Dinorah a hacer la pregunta, tuvo que abandonar el salón directo al baño donde depositaría los efluvios de la risa contenida.
En otra tarde del eterno verano maturinés nos
sorprendió con la siguiente expresión Natura
non facit saltum, pretendiendo que aquellos bachilleres marginales le
dijéramos qué significaba. Qué le podíamos decir, si ni siquiera sabíamos en qué
idioma estaba escrito y los únicos que hablaban otro idioma eran Michael
Narain, alias Maikí y el master García Maneiro, y no andaban por allí cerca.
Era una época de cero celulares, cero internet, cero redes sociales y tampoco
podíamos llamar a un amigo.
Al darnos por rendidos, Oscar Velásquez respondería con pasmosa calma: eso significa "la naturaleza no da saltos”. Dicho esto arrancaría de one a explicarnos lo que significaba el Principio de Continuidad en la Teoría de Leibniz.
Al darnos por rendidos, Oscar Velásquez respondería con pasmosa calma: eso significa "la naturaleza no da saltos”. Dicho esto arrancaría de one a explicarnos lo que significaba el Principio de Continuidad en la Teoría de Leibniz.
Lo que explicaba la teoría, a través de ese principio,
en la boca del profesor Velásquez, es
que los procesos sociales tienen una determinada duración dialéctica y que
ningún proceso histórico finaliza antes de lograr su máxima evolución y
desarrollo, lo que hace que no se produzcan brincos en la historia, sobre todo brincos
pa´ atrás.
Los procesos sociales gozaban, en la teoría de este pensador del siglo XVII-XVIII, de una especie de inmunidad para continuar ya que en la naturaleza nada sucede de forma discontinua y de golpe; aunque, hablando de golpe, acoto yo, han sido los grandes e incruentos golpes (de Estado en este caso) los responsables de que en ocasiones se produzcan saltos, aunque inducidos, en la historia. Así que, apartando estos saltos, la Historia debe continuar su curso, ya que sin una razón suficiente, aforismo de la Razón Suficiente (también de Leibniz), “en el mejor de los mundos posibles la naturaleza no da saltos y nada sucede de golpe”.
Los procesos sociales gozaban, en la teoría de este pensador del siglo XVII-XVIII, de una especie de inmunidad para continuar ya que en la naturaleza nada sucede de forma discontinua y de golpe; aunque, hablando de golpe, acoto yo, han sido los grandes e incruentos golpes (de Estado en este caso) los responsables de que en ocasiones se produzcan saltos, aunque inducidos, en la historia. Así que, apartando estos saltos, la Historia debe continuar su curso, ya que sin una razón suficiente, aforismo de la Razón Suficiente (también de Leibniz), “en el mejor de los mundos posibles la naturaleza no da saltos y nada sucede de golpe”.
Aunque estas interpretaciones no eran más que
extrapolaciones que Oscar Velásquez hacía de una teoría cuya
aplicación original tenía en el campo de la Física, la Matemática, la Geometría
y la Biología su génesis, no menos cierto era que en el campo social también
había un terreno abonado para la interpretación de los procesos históricos.
Ahora, ya para cerrar, podemos concluir en que si bien la naturaleza no da saltos, en cambio aquel parsimonioso Profesor de Historia que era nuestro Oscar Velásquez sí era capaz de poner a darlos a todos aquellos bachilleres que lo agarraban para guachafita... o sea.
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