Decía Simón en una
magistral metáfora, que allá en su pueblo cuando pasaba un alcaraván se asustan las muchachas por el beso del morichal. Esta y
otras tantas de sus poesías formaban parte de las creencias que se construían
en los pueblos y que en alguna medida le daban explicaciones a los
acontecimientos de la vida diaria, con esa dosis de suspicacia que caracteriza
al venezolano, muy orientado hacia los temas del corazón. Todo esto se resumía
en que si un alcaraván volaba bajo,
alguna mujer preñada había en el barrio.
Otro tanto sucedía
cuando cantaba la pavita. Esta no anunciaba preñez, sino muerte. Entonces la
gente se persignaba en señal de protección de su hogar y de los suyos y salían
para las calles a ver dónde había caído la desgracia. Si el deceso
ocurría dos o tres meses, igual después se decían “viste, qué te dije, es que esa pavita no pela”.
Con esa fantasiosa
ingenuidad pasaba la vida en los pueblos, a falta de experiencias
extraordinarias como ocurrían en la gran capital, independientemente de que
aquellos considerados capochos por
los citadinos, llevaban y recibían con bastante frecuencia su cafecito en el
morichal … “ah puej …parece loco ese
joven” dijera el Tío Simón.
Pero es que incluso la
Gran Caracas tampoco se libró de espantos. Recuerdo que cuando llegué a la
capital, por allá por el año ’68 del siglo pasado, para ponerlo más dramático, aún
existía un comercial de la Electricidad de Caracas y Luz Eléctrica de
Venezuela, que decía “los fantasmas se
fueron de Caracas con la llegada de la luz eléctrica”, lo que significaba
que hasta no hace muchito los
fantasmas habían estado rondando por la capital. Por cierto, mi profesor de
Física en 4to año, me sacó de clase cuando preguntó sobre los beneficios de la
luz eléctrica y yo de memoria le recité el comercial de la Electricidad. Me
dejó sin luz!
Mi madre, Petra Corina
Martínez de Acosta - así se presentaba ella en los registros oficiales- sería
quien, junto con el viejo, por supuesto,
se encargaría de darme, además de las primeras luces, los primeros
conocimientos acerca de ese realismo
mágico que era característico de
nuestros pueblos y caseríos de principio del siglo pasado; bueno, y hasta de buena
parte del siglo XX, a través de los cuentos que le contaron y de otros que ella
me contaba en primera persona.
De esta manera, me
contaba la vieja, que hubo una noche en
la enlutada llanura del poblado donde vivía, Pariaguán para más
señas, pueblo de espantos y aparecidos, de ánimas y de espiritistas del Estado
Anzoátegui, comenzó a oírse a lo lejos las notas de una melodía conocida por
todos, sin saberse a ciencia cierta dónde se originaba la tonalidad.
Intrigados por aquella
misteriosa melodía, los adultos, con inteligente precaución salían a la calle
tratando de ubicar el sitio donde la estaban entonando y aunque tenían una idea
de dónde provenía, la gente no se atrevía a ir al origen del misterioso sonido,
ya que la obscuridad infundía respeto y, bueno, los temores naturales que producían
esas cosas siempre relacionadas con eventos de explicación
enigmática, que era muy común en aquella época. Basta con recordar que
Pariaguán está asentado en pleno estado Anzoátegui, ahí cerquita de Santa María
de Ipire, pueblo del Estado Guárico en el que se rinde culto como en ningún
otro, a las Ánimas y a los aparecidos y, por supuesto, también a los
desaparecidos. Allí nació El Ánima del Taguapire, para más señas y en él está
asentado el culto a la negra Francisca Duarte, que es como decir la María
Lionza de los llanos centrales.
Lo cierto es que
durante toda la noche estuvieron escuchando solo dos palabras de la canción,
que decía rosa perfumada, pero al
ratico escuchaban perfumada rosa. Así
pasarían toda la noche escuchando rosa
perfumada, perfumada rosa; rosa perfumada, perfumada rosa.
A la mañana siguiente y
con los primeros rayos del Sol, un grupo de hombres y mujeres ahora
envalentonados por la claridad del día, decidió indagar sobre aquel misterio, ya que aún continuaba oyéndose la
melodía rosa perfumada, perfumada rosa, aunque
con menos intensidad por los ruidos normales de la mañana. Aún así, juntos, pegaditos unos de otros en una especie de
excursión, se internan en un tupido montarascal, apartando arbustos y
charamizas y cuidándose de las culebras, que cuando no son reales la
imaginación se encarga de darles vida. Hasta que por fin llegan al sitio exacto
donde se originaba el sonido.
Allí ven un disco de
vinilo de 33 rpm en lo alto de una mata de limón. Al atender al detalle del
asunto se dan cuenta que una espina de
la mata, en una suerte de aguja de pick-up, hacía contacto con un surco del malogrado disco
y cuando el viento lo movía pa´allá, se podía escuchar rosa perfumada y cuando el viento lo traía pa´acá, entonces sonaba perfumada rosa. Y en ese tejemaneje el limonero (no del Señor, precisamente) los
hizo trasnochar con la interpretación incompleta de la canción.
De regreso al caserío,
los excursionistas dan con el segundo descubrimiento y es que se
enteraron que un vecino del sector, bajo efectos de unos tragos, le dio la moña por botar sus discos, echándolos a
volar en la negrura de esa noche, por lo que
Rosa Perfumada fue a parar al
RCA Victor (tocadiscos) natural que la devolvería a los oídos de
los pobladores del vecindario.
Esa noche, en el Hit Parede de Pariaguán, Rosa Perfumada fue la estrella
indiscutible de la jornada, dando así lugar al nacimiento de una creencia según
la cual en Pariaguán los discos de acetato (no habían otros) suenan incluso con
el pick-up apagado y de eso daba fe mi madre Petra Corina.
En retrospectiva
concluimos en que tanto esfuerzo e imaginación que le puso Thomas Alba Edison y
Alexander Graham Bell a la confección del fonógrafo para que un limonero de un
pueblo de mechurrios y sofocones le
viniera a plagiar ese gran invento.
Aunque pensándolo con
cabeza fría podría decirse que este cuento de Rosa Perfumada pudiera
tratarse del primer acto de piratería musical, lo que bien pudo servir de
antecedente para que un siglo después se creara la peculiar forma de reproducción
a través de la quema de CDs, o sea….
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