Las creencias, lo mismo
en las provincias que en los grandes centros urbanos; igual en la ignorancia
que en las catedrales del saber, existen, y existen para cumplir su papel de
limitadoras de la vida o de empoderadoras de la misma. Pero lo que sí es una
verdad de cajón, como dicen en todo el Oriente de Venezuela, es que las
creencias existen en todas partes y en todos los niveles.
Recuerdo que siendo
apenas Presidente Electo Luis Herrera Campíns en 1988, un periodista le
preguntó si en los sectores altos de la sociedad la gente creía en vainas raras
como la mala suerte y otras cosas. El ex Presidente le respondió que en esos
sectores era donde más se veían esas creencias y para muestra sacó del bolsillo
del pantalón una pepa ´e zamuro, muy
usados para espantar la mavita, la mala suerte, la envidia y, por otro lado,
para atraer la buena fortuna.
Así que entonces no
tiene nada de extrañar que un poco más abajo en la escala social, exista
cualquier tipo de subterfugio para alejar los malos espíritus.
Justamente eso fue lo
que presencié una vez que estaba en Maturín, cuando por todo el frente de donde nos encontrábamos
comenzó a pasar un entierro, pues!
Manuelito Barrios, un
lugareño muy conocido en el centro de la ciudad, al observar el paso del entierro
profirió unas cuantas palabras extrañas, para luego ordenar a todos: - Rásquense una bola!
La orden fue cumplida
sin chistar por todos los que la escuchamos, así que cada quien agarraría su
mano derecha o la zurda, igual daba, y empezaron a rascar el testículo, que
aunque la orden era hacerlo en una sola, lo mismo daría hacerlo en las dos y
quién sabe si hasta sería lo más indicado; total que en cuestiones de creencias
mientras más blindadas estén la protección es mejor.
A partir de ese
momento, a muchos nos llegó aquello como un mandato de inexorable
cumplimiento. Así, desde ese momento y hasta varios años después yo no podía ver un entierro porque seguro que
disimuladamente procedería a rascar mis escritillas …. no vaya a ser cosa que ….quién sabe que me
pudiera pasar.
Con el correr del
tiempo me hice adicto a esta protección.
Y entonces iba por la calle y veía a un cojo ….y me rascaba una bola. Seguía y
veía a un maneto …y me rascaba una bola. Continuaba y encontraba un choque en
la vía … y me rascaba una bola. Estaba en una reunión y hablaban de algún
enfermo terminal y entonces daba media vuelta disimuladamente para rascarme una
bola.
Aquella creencia
prestada me estaba rodeando la vida, porque es que luego entré en una especie
de Clasificación de los Eventos Catastróficos, lo que significaba que si el
evento era de pequeña magnitud, como sería ver a alguien que se cayó en la
acera, entonces me rascaba una; pero si veía un muerto (evento extremo) o a
alguien que había perdido alguna de sus extremidades entonces era doblete el
batazo. Versiaaaa!
Ya la cosa no me estaba
gustando porque es que no había ningún
evento que no estuviera aderezado con una rascada de bola; tanto que inclusive,
cuando iba en carretera y veía una cruz, de esas que ponen en las carreteras en
el sitio donde se mató alguien, y …… qué suponen que hacía? Nada, rascarme las bolas.
Recuerden que con muertos era doblete!
Hasta una persona tan
seria como mi amigo Jan Hoogestein me ridiculizó cuando le conté lo que me
sucedía con esta creencia, cuando me dijo “me
imagino que cuando vas de vacaciones desde Guayana, debes llegar a Mérida con
las bolas hinchadas y casi sin uñas. Te hará falta llevar hirudoit, Actor”!
Estando en trabajos de
abandonar aquella creencia limitadora y castradora, como decimos en los cursos
de PNL, claro, años más tarde; me encontró un colega amigo en una parada y me
dio la cola al trabajo.
En el trayecto, cuando
íbamos entrompando por el Parque Cachamay de Puerto Ordaz, nos conseguimos con
un fatal accidente en todo el frente del parque. Allí, yacían esparcidos en el
pavimento cuerpos de heridos y muertos.
Al ver esto, de
inmediato lancé la orden: - Ráscate una
bola, Tuyuyo!
El pana, que al parecer
venía con un entrenamiento en cultura misteriosa, inmediatamente volteó a
mirar mis movimientos, imitándolos de manera perfecta pero añadiéndole un elemento
que no estaba en mis escrituras, cuando me preguntó, simultáneamente dentro de
la misma acción “¿y también debo quitarme
el zapato derecho?” – Sí claro, échale bolas, le respondí sin dudar. No
pasaron dos segundos cuando ya el walkover
de su pie diestro estaba totalmente desanudado. Y medio segundo después el pie
derecho estaba libre para retroalimentar con nuevos añadidos la creencia
testicular.
Lo que ocurrió fue que
en esos días me había comprado un par de zapatos y justamente el zapato derecho
me quedaba apretado (yo no sé por qué antes los zapatos apretaban tanto). Cuando
me monté en el Dart GT de Tuyuyo aproveché para descansar el pie dejándolo en
calcetines al lado del zapato. Mi amigo que no había presenciado la operación
previamente, pensó que formaba parte del mismo ritual anti mavita y de
inmediato lo incorporó a la contra protectora que acababa de conocer.
Por mi parte me sentí
descansado a partir de este calamitoso evento, al entregar el testigo de una
práctica enigmática que, si bien me había hecho comprender la génesis de las
creencias y de la manera como uno las instala para su propio perjurio, me
mantenía anclado al dolor ….al dolor de pasar 20 horas en carretera en una sola
rascadera que ya ni el mejor suspensorio podía disimular la gruesa inflamación
de los depósitos seminíferos, o sea.
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