martes, 7 de enero de 2020

El vendedor de majarete!


En una barriada de Maturín, Las Brisas, convivían personas de muy bajos niveles  de vida con otras que tenían aquello que en Ciudad Bolívar aprendí a conocer con el nombre de modus vivendus. Sí, estas personas tenían un modus vivendus holgado en relación a la mayoría de los habitantes del sector.

Por lo mismo muchas personas salían a vender las cosas que hacían en casa, como empanadas, dulce de merey, pastelitos, etc., ofreciéndolas en primera instancia a los vecinos más cercanos. Los next door neighbors, pues!

Había entre ellos un niño que vendía majarete, sabroso manjar muy conocido en el Oriente y Sur de Venezuela. Pero este niño carecía de  las condiciones de un buen vendedor. Ofrecía el producto más como un sollozo que como un grito que le abra posibilidades al paladar.

En tono por demás humilde marchaba por todas las aceras susurrando majarete! majarete! majarete!  Por supuesto al caer la tarde se veía a nuestro niño regresar con la bandeja llena de majaretes. Y así día tras día se repetía la triste historia.

En cierta oportunidad en la que no había nadie en la calle, como ocurre en los mediodías de los pueblos de Sol, se escuchó una voz fuerte ofreciendo el mismo producto, pero esta vez todos quedaron asombrados por los robustos decibeles que este nuevo vendedor le imprimía al voceo.

De lejos se escuchaba fuerte y seguro MAJARETE! MAJARETE! COMPRE SU RICO MAJARETE” Esto provocaría la curiosidad de los vecinos quienes se incorporaban de sus petates y chinchorros para indagar de quién se trataba. Luego, cuando hubieron fisgoneado  a través de las rendijas de las puertas y ventanas y bloques de ventilación de las calientes paredes, quedaron sorprendidos y de inmediato todos, como si se hubieran puesto de acuerdo, buscaron en sus portamonedas y demás escondites del sencillo, dinero para comprarle aunque sea un RICO MAJARETE a aquel nuevo oferente. Y así uno tras otro salía acusando la compra  de uno o dos exquisiteces.

En la tarde, a la retirada del inclemente Astro Rey maturinés, los vecinos, tal como solían hacerlo todas las tardes, salieron al estacionamiento central del conjunto de viviendas del Banco Obrero y allí comentaban boquiabiertos lo sucedido.

Resulta, pues, que el nuevo majaretero era nada y nada menos que Luisito Arriojas, un hijo de la familia más acomodada del vecindario, lo que en automático suscitó un sentimiento de acompañamiento para con la nueva familia caída en desgracia, al comprar todo el cargamento de postres como forma de ayudarlo y de alguna manera de “acompañarlos en su desdicha”.

Más tardecita se uniría al grupo el propio Luisito Arriojas, quien, ajeno a lo que todos sus vecinos conjeturaban,   contó que le daba lástima ver a ese niño, todas los días vendiendo majaretes  con tan magros logros. Entonces cuenta que lo paró y le dio una pequeña inducción de cómo debería hacer la venta, en los siguientes términos:

-         Mira, muchacho el carajo, yo te voy a enseñar cómo se vende majarete. Con esa vocecita no le vas a vender a nadie. Tienes que hacerlo con voz alta y denotando mucha confianza. Quédate aquí mirando para que aprendas!

Dejó al niño situado estratégicamente debajo de un almendrón y se fajó a vender el rico manjar y bueno, como terminan los buenos cuentos ….el resto es historia.

Aquel noble y didáctico gesto del menor de los Arriojas fue reconocido de inso facto por todos los que lo conocieron en Las Brisas; pero de lo que jamás se pudo librar Luisito, fue de que aquellos vecinos,  lo mismo que testimoniaran su entrega y solidaridad, tomaran venganza del engaño del que fueron objeto, al comenzar a llamarlo a partir de entonces y hasta nuestro días con el remoquete de ¡MAJARETE!

- Épale, majarete!
- Qué hubo, majarete?
- Pero no te pongas bravo, majarete!

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