Cuando vivíamos en Maturín teníamos una lavadora que era una lavativa y que aunque era muy eficiente, al momento de exprimir botaba la segunda, la tercera y hasta la cuarta.
La lavadora se movía tanto, cuando comenzaba a exprimir, que mi mamá se veía obligada a llamarnos a Mencho y a mi, según estuviéramos en la casa, para tratar de contenerla a punta de fuerza bruta.
Porque cuando no estábamos presente ninguno de los dos, mi pobre vieja tenía que cerrar todas las puertas de la casa para impedir que la bicha esa terminara exprimiendo las sábanas arriba de cualquier cama.
Mi hermano José, quien siempre fue tan curioso y habilidoso, una vez se inventó unas cadenas con las que amarró a la condenada a una mata de pomalaca que había en el patio. Eso la contuvo por algún tiempo. Lo malo era que cada vez que exprimía quien terminaba exprimido era el pobre árbol y el piso teñido de rojo, ya que en él no quedaba una sola fruta viva, tampoco flores, pistilos ni hojas. Al final la monstruosa máquina terminó rompiendo amarras y conquistó nuevamente su libertad.
Hubo una vez que llegué temprano del Pedagógico, mi glorioso Pedagógico de Maturín, y al abrir la puerta escuché a Petra Corina, mi mamá, gritarle al alguien “párate, coño e´tu madre, párate”. De esa manera tan personal como mi mamá gritaba, imaginé que se trataba de un ladrón que había entrado por la casa de atrás. Pero no, era la vieja que corría detrás del aparato tratando de detenerla con gritos que sólo los humanos serían capaces de entenderlos.
Ahh pero en otra oportunidad en la que, lamentablemente, mi vieja se encontraba sola, la posesa máquina sí que le hizo caso, ya que al recibir la orden “párate, coño e´tu madre, párate” la lavadora pegó un frenazo y no solamente se frenó, sino que también pareció haber encrochado y aplicado el retro. Entonces era mi pobre vieja la que gritaba “Morocho”, “Mamerto”, “Pipeta”, “Vicente”, implorando la presencia urgente de alguno de los muchachos del barrio que siempre andaban cerca de la casa.
Ya una vez graduado me fui a Guayana a trabajar, haciéndose cada vez más espaciada mi presencia por aquellos lados; sin embargo la situación con la lavadora continuaba invariablemente siendo la misma.
Así, una vez en la que me perdí por varias semanas sin ir a visitar a la vieja, al regresar fui inmediatamente a saludar a la fulana lavadora, encontrando vacío el lugar oficial en el que pernoctaba. Contento, pensando que, al fin, había sido llevada a reparar, le pregunté a Mencho, mi hermano, qué había pasado. Entonces, Mencho, poniendo cara de una infinita tristeza, me respondió:
- Hermano, hace dos semanas tuvimos un descuido: alguien dejó la puerta de la calle abierta.
- Coño, y se la robaron? Pregunté sin contener mi asombro!
- No, hermano, algo peor: la lavadora se salió para la calle y la mató un carro!
En realidad hoy no recuerdo cuál habrá sido el destino final de la atlética máquina, lo que sí sé es que dondequiera que hubo estado debió estar descansando en paz, así como mi vieja que, aunque aún no era la hora del descanso eterno, seguro estoy que debió preferir lavar a mano que continuar en la estresante labor de lavar en la agobiante lavadora maturinesa.
Esta historia no estaría completa si no la hiciera acompañar por un video https://www.youtube.com/watch?v=McqePH7qiV8 que me acaba de pasar mi hermana Nieves, que describe sin palabras, pero vívidamente, lo que pasamos en aquellos años, bueno y para que sepan que este cuentico bueno que les he conta´o no son puras invenciones pa´convelsá, osea.
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