Crónicas de la Biografía
Las preocupaciones por
los hijos varones, tanto ayer como hoy, han sido uno de los desvelos que madres
y padres han tenido, en vías de asegurar la continuidad de la especie y, en
algunos casos, de reproducir el apellido para las siguientes generaciones. Por
eso cuando veo a mi nieto Adrián Alejandro vestidito con sus camisas de cuadros
mangas largas y ya a los 5 años viendo comiquitas recias y rechazando aquellas
que “son para niñas”, no hago más que pensar que lo mismo en los años 60s como
en los 2000s, las madres salen en busca de respuestas vernáculas tempranas en
su descendencia masculina.
Eso era lo mismo que
sucedía en los años 60s cuando aún la televisión no nos había presentado como
normal el endiosamiento de artistas de género diverso y su mutación en modelos
para las presentes generaciones. Ya en aquel tiempo la masculinidad debería
presentarse y/o exhibirse precozmente, reforzada con la premonición
parental de que “ese pipito es pa´ las muchachas”; claro, eso no aseguraba que
no se colearan por allí los Alicias, los Escalera y los Sor Ye Yé, todos
personajes que en la misma época tomaron derroteros distintos.
En esa Ciudad Bolívar
Bicentenaria los padres estaban muy pendientes de los ademanes de sus párvulos y
casi ninguna desviación ulterior los agarraba desprevenidos, pues ya tenían
escaneados los perfiles de cada uno de sus ocho hijos desde muy tierna edad.
Los muchachos, por su
parte, una vez recibido los primeros entrenamientos, comenzaban a darle valor
añadido a su personalidad varonil, destacándose los juegos de varones,
los encuentros furtivos en las empalizadas de los patios y la permuta de frutas
exóticas por besos y tocaítas un poquito más allá de lo socialmente permitido.
Recuerdo que uno de los juegos que concitaba la participación de la mayoría de
los muchachos del barrio era la competencia por determinar las dimensiones
fálicas de los jugadores. Claro, como toda olimpíada, esta era una competencia
que se realizaba cada cierto espacio de tiempo, por razones propias de la
naturaleza del juego y de la propia anatomía humana. Aunque no tengo claro el
procedimiento de medición, mis hermanos mayores, quienes eran los que más lo
practicaban, me soplan que todo ese proceso era a pepa de ojo, ya que nadie iba a ser capaz de tocar el cochino
apéndice de nadie.
Como dato anecdótico quedó para la historia la
descalificación temprana que sufrió un niño, al presentar medidas difícilmente
superables incluso por la sumatoria del resto de los contrincantes, siendo
execrado de por vida; aunque podía asistir a la competencia en calidad de
observador y de eventual oficiante de buena fe. Habían incluso los que,
producto de una derrota avergonzante, iban y se fabricaban prótesis, las que al
ser insinuadas por encima del pantalón, hacían desistir a los nuevos
competidores, por lo que resultaban ganadores por forfeit y sin necesidad de presentar pruebas de su dotación.
Del mismo modo los más
pequeños, aún a cuidado de la madre, recibían una enseñanza teórico-práctica
que los preparaba para más adelante destetarse y comenzar su participación en
eventos de envergadura. Así fue como una vez cuando me tocó ir a la Sanidad a
sacarme una pieza (muela), mi mamá, quien tenía todo el control de la ropita de
los aún bebés, me llevó junto a la peinadora y sacando un pañuelo (mi pañuelo,
el pañuelo, es más) que tenía perfectamente doblado en una de las gavetas, me
lo entregó con las siguientes instrucciones:
- Aquí tiene, Héctor
Rafael, esto es un pañuelo. Vea como se
lo estoy entregando, dobladito. Esto es para que cuando a usted le saquen la
muela y sangre, se limpie; pero no es que usted va a agarrar este pañuelo y así
dobladito como está se va a limpiar la boca, como un mariquito, NO, Héctor
Rafael; esta verga usted la agarra así y la deshace, se da cuatro coñazos en la
boca y después lo amuñuña y se lo mete en el bolsillo. Cuidao con usted traerme
este pañuelo así como se lo estoy entregando, me tiene que traer este bicho
bien amuñuñao!
Hasta el día de hoy he
tenido que soportar las críticas de las mujeres que han rodeado mi vida, con
aquello de que en mi etapa infantil no me dieron lecciones de motricidad fina y
que por eso es que hay visos de ordinariez en mi accionar; desconociendo ellas
que si yo le hubiese llevado el pañuelo a mi mamá dobladito, posiblemente
hubiera tenido problemas severos de motricidad para el resto de mis días.
Lo que no me esperaba,
finalmente, es que al prestarle un pañuelo a mi nieto Adrián Alejandro para que
se limpiara los mocos en la escuela, éste me lo iba a traer de vuelta bien
amuñuñao, lo que sugiere es que en esta familia las enseñanzas vernáculas
siguen siendo una norma, es más!
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