domingo, 18 de mayo de 2025

¿Luculianismo? ¡Ay, qué rico!

 

𝐅𝐢𝐞𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞 𝐥𝐮𝐜𝐮𝐥𝐢𝐚𝐧𝐢𝐬𝐦𝐨 𝐝𝐞 𝐯𝐢𝐞𝐫𝐧𝐞𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐭𝐚𝐫𝐝𝐞


Era la última tarde de un curso que había durado toda la semana. En uno de esos downs (caídas de emoción)  que suelen ocurrir en estos eventos se me ocurrió hacerle a los participantes una pregunta  provocadora, un poco  para mover  las emociones y así no dejar morir el taller a última hora. 


De modo que sin que establecer ningún contexto les pregunté: “𝐴 𝑣𝑒𝑟, ¿𝑐𝑢á𝑛𝑡𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑢𝑠𝑡𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑎𝑙 𝑠𝑎𝑙𝑖𝑟 𝑑𝑒 𝑎𝑞𝑢í 𝑣𝑎𝑛 𝑎 𝑝𝑟𝑎𝑐𝑡𝑖𝑐𝑎𝑟 𝑒𝑙 𝑙𝑢𝑐𝑢𝑙𝑖𝑎𝑛𝑖𝑠𝑚𝑜? La activación fue inmediata, a pesar de que ninguno de ellos sabía de qué se trataba el nuevo vocablo. Eso sí, les sonaba demasiado sabrosón y sugerente, de manera que eso que llaman el 𝑺𝑽𝑻, es decir,  𝒆𝒍 𝑺𝒊𝒏𝒅𝒓𝒐𝒎𝒆 𝒅𝒆𝒍 𝒗𝒊𝒆𝒓𝒏𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒂 𝒕𝒂𝒓𝒅𝒆 en lo inmediato se adueñaría  de la sala y las respuestas iban y venían cada vez más subidas de tonos. “𝑌𝑜 𝑛𝑜 𝑠é 𝑞𝑢é 𝑐𝑜𝑠𝑎 𝑒𝑠  𝑒𝑠𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑑𝑒𝑏𝑒 𝑠𝑒𝑟 𝑏𝑖𝑒𝑛 𝑟𝑖𝑐𝑎”, respondió una participante. Otra, una doctora medio gordita (ahh porque el evento era para el personal de una clínica), dijo “𝑜𝑗𝑎𝑙á 𝑠𝑒 ℎ𝑖𝑐𝑖𝑒𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑚𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜 𝑑𝑒 𝑠𝑎𝑙𝑖𝑟 𝑑𝑒 𝑎𝑞𝑢í 𝑎 𝑙𝑢𝑐𝑢𝑙𝑖𝑎𝑟 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑦𝑜 𝑡𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑣𝑒𝑜 𝑎 𝑙𝑖𝑛𝑑𝑜”. Por este par de intervenciones y algunas otras menos atrevidas pude darme cuenta que, por una suerte de confusión semántica, el tema  había caído en el terreno de la lujuria tropical… muy propia del viernes crepuscular, por cierto  ¡𝙲ó𝚖𝚘 𝚑𝚊𝚢 𝚚𝚞𝚎 𝚟𝚎𝚛 𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚘𝚛 𝚎𝚜𝚝𝚊𝚜 𝚕𝚊𝚝𝚒𝚝𝚞𝚍𝚎𝚜 𝚗𝚘 𝚑𝚊𝚢 𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚝𝚒𝚖𝚞𝚕𝚎 𝚖á𝚜 𝚕𝚊 𝚒𝚖𝚊𝚐𝚒𝚗𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚕 𝚍𝚒𝚜𝚌𝚛𝚎𝚝𝚘 𝚞𝚜𝚘 𝚍𝚎 𝚞𝚗 𝚍𝚘𝚋𝚕𝚎 𝚜𝚎𝚗𝚝𝚒𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚒𝚗𝚜𝚒𝚗𝚞𝚊𝚌𝚒𝚘́𝚗 𝚊𝚖𝚊𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊! ¡𝚂𝚘𝚕𝚘 𝚒𝚗𝚜𝚒𝚗𝚞𝚊𝚌𝚒ó𝚗!

  

Aunque los doctores estaban dotados con muy buenos celulares, de los que había en su momento, muy difícil se les hizo encontrar el significado de 𝒍𝒖𝒄𝒖𝒍𝒊𝒂𝒏𝒊𝒔𝒎𝒐, así que la incógnita no se develaría sino hasta el momento de la despedida, tiempo a partir del cual comenzaría para ellos el verdadero luculiar…  ¡porque ese sustantivo debe venir de alguna parte!


Justo para ese momento me guardé la explicación y es que resulta que Lucio Licinio Lúculo fue un político y astuto militar romano nacido aproximadamente el  año 16 a. de n. e. Lúculo sirvió en varias expediciones en su carrera militar obteniendo innumerables éxitos en casi todas las batallas. Pero además en un momento Lúculo fue nombrado Cónsul, que era la más alta magistratura que existía en la Republica romana, cargo en el que una aparente partida secreta permitía cierta discrecionalidad en la administración de los botines de guerra, lo que aprovechó nuestro personaje para hacerse de una de las más grandes fortunas de las que se tuviera conocimiento. 


Esta súbita riqueza cambió la vida de Lúculo por completo. Para su nuevo life style  Lúculo se construyó un palacio en el monte Pincio que era la envidia del mundo antiguo. Construído en diez hectáreas de terreno el palacio albergaba una treintena de habitaciones, entre las cuales doce eran comedores en los que atendía a sus frecuentes invitados. Lúculo, entonces había cambiado el mundo de las armas y las leyes por el sibaritismo y el disfrute de platos gourmets preparados por los mejores chefs, además había adquirido un refinado y exquisito gusto por la buena mesa, lo  que le permitía ofrecer frecuentemente opíparas cenas, dando vuelo a su tan comentado ostentoso estilo de vida.

 

Cada noche Lúculo tenía invitados  en algunos de sus  comedores, los que variaban en lujo y en el menú de acuerdo a la categoría de los invitados. En una oportunidad en la que no tenía invitados, Lúculo fue llamado a cenar en  un comedor de poca monta, por consiguiente con una comida de pocos adjetivos por considerarse que cenaría él solo. Lúculo montó en cólera y le reclamó al capitán “𝑞𝑢𝑒́ 𝑣𝑎𝑖𝑛𝑎 𝑒𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑎, ¿𝑐𝑜ó𝑚𝑜 𝑚𝑒 𝑣𝑎𝑠 𝑎 𝑝𝑜𝑛𝑒𝑟 𝑎 𝑐𝑜𝑚𝑒𝑟 𝑒𝑛 𝑒𝑠𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑚𝑒𝑑𝑜𝑟? Desconcertado el jefe de  cocina le respondió que como no tenía invitados no creyeron que tuviera importancia  cenar en cualquiera; a lo que Lúculo insolentemente  respondió “𝑛𝑜 𝑗𝑜𝑑𝑎, 𝑒𝑠𝑜 𝑞𝑢é 𝑙𝑒𝑠 𝑖𝑚𝑝𝑜𝑟𝑡𝑎, 𝑢𝑙𝑡𝑖𝑚𝑎𝑑𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒  𝑎𝑞𝑢𝑖  𝐿𝑢𝑐𝑢𝑙𝑖𝑎𝑛𝑜 𝑐𝑒𝑛𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝐿𝑢𝑐𝑢𝑙𝑖𝑎𝑛𝑜”. ¡𝚄𝚗 𝚙𝚘𝚚𝚞𝚒𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝚌𝚘𝚗𝚐𝚛𝚞𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊, 𝚙𝚘𝚛 𝚏𝚊𝚟𝚘𝚛, 𝚙𝚊𝚛𝚎𝚌í𝚊 𝚛𝚎𝚌𝚕𝚊𝚖𝚊𝚛  𝙻𝚞𝚌𝚞𝚕𝚘!


Su fama desmedida de ostentoso sibarita   dio motivo a que sus amigos Cicerón y Pompeyo ¡cualquier tontería! hicieran una apuesta, bajo la  duda de que Lúculo disfrutara a diario las exquisiteces de buen comensal comentada por todos en Roma. Así que un día lo llamaron y le pidieron que los invitara a cenar, pero con la condición de que sus chefs prepararan la comida que normalmente él comía, por  tanto no debía decirles con quiénes  cenaría esa noche. Lúculo aceptó pero también puso su condición y  fue que    les dejara decirles que prepararan el comedor para  la cena de esa noche. 


Al aceptar y dar por cazada la apuesta, Lúculo se dirigió a sus criados y mandó a preparar el 𝐒𝐚𝐥ó𝐧 𝐀𝐩𝐨𝐥𝐨. Lúculo no tenía necesidad de darles más información porque este era el comedor al que asistían  sus más importantes invitados. ¡Ya con eso era más que suficiente! Para tener una idea, en ese salón en una cena con todos sus jugueticos se gastaba la fortuna de 50,000 dracmas. Solo así quedaron convencidos Cicerón y Pompeyo que el apetito pantagruélico de Lúculo no era la leyenda urbana que se narraba  en Roma.  De por aquí viene, entonces, el luculianismo!


Con seguridad, los participantes  habían confundido a Lúculo con el Dios Eros (¿acaso habría una evocación, tal vez, por el apellido de nuestro hombre?) y por ello en   sus pensamientos solo habían escenas libidinosas; mas la triste realidad hizo aterrizar  a aquella ilusionada participante  que soñaba con ver finalizada su temporada de veda, misma   que finalmente  manifestaría con un dejo de decepción “𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑣𝑒𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎 𝑛𝑜𝑐ℎ𝑒 𝑡𝑎𝑚𝑏𝑖𝑒𝑛, 𝑒𝑠𝑡𝑎 𝐿𝑢𝑐𝑢𝑙𝑖𝑎𝑛𝑎 𝑡𝑒𝑛𝑑𝑟𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑒𝑛𝑎𝑟 𝑐𝑜𝑛 𝐿𝑢𝑐𝑢𝑙𝑖𝑎𝑛𝑎…” o sea.

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