domingo, 19 de enero de 2020
Y qué nos pasa en la cierta edad?
Coaching de bolsillo
CON EL TIEMPO ....
Con el tiempo todo cambia, todo se transforma. Es la ley de la física aplicada a la vida humana. Cambiamos físicamente porque cambia nuestra biología. Cambia también nuestra fisiología. Y cambian también, obviamente, nuestras necesidades.
Con el tiempo la materia cambia. Esa materia que debemos estudiar todos los días se llena de nuevos contenidos. Por lo tanto la evaluación se transforma.
Cuando el poder de la juventud y la potencia mengua, dicen, por eso Dios nos dio la lengua. Una lengua para comunicarnos mejor, para usar con exactitud las palabras, para saber cómo es que le gusta al otro y complacerlo porque al complacerlo me regocijo en su alegría y confort.
Con el tiempo, cuando ya las contradicciones no se resuelven con una buena actuación en la cama significa que llegó el momento de demostrar el amor y la pasión de otrora ahora por otros medios.
Con el tiempo es imperioso contar con una COMPAÑÍA DE CALIDAD, una compañía liviana, una compañía que nos contente con la vida y con los cambios que ella ha traído.
UNA COMPAÑÍA DE CALIDAD que transforme toda esa pujanza de antier en CARIÑO, en la que la ADMIRACIÓN no se pierda y el RECONOCIMIENTO por ese otro esté naturalmente presente en esta nueva vuelta que nos dio la vida. UNA COMPAÑÍA DE CALIDAD que rescate el RESPETO Y LA CONSIDERACIÓN por ese otro yo de la relación.
UNA COMPAÑÍA DE CALIDAD en la que no veamos al otro como un rival, como un contrincante en la batalla de y por la vida; como un ADVERSARIO que me quiere derrotar y al que debo vencer.
UNA COMPAÑÍA DE CALIDAD que desde el buenos días, desde el cómo dormiste anoche, cómo amaneciste, transmita la preocupación genuina de alguien que está a tu lado y con el que sabes que puedes contar.
Con el tiempo necesitamos una COMPAÑÍA DE CALIDAD, no un responsable, no un culpable de lo que nos pasa o nos deja de pasar.
Pero debemos comprender que una COMPAÑÍA DE CALIDAD está formada por dos personas, dos personas para apoyarse, dos personas para sostenerse, dos personas para aguantarse, dos personas para complementarse.
No desistas en tu deseo de contar con una COMPAÑÍA DE CALIDAD ya que en el peor de los casos, si de tanto insistir no lo consigues, tal vez llegue el momento de reconocer que TÚ eres tu COMPAÑÍA DE CALIDAD. Esta es una ventana que siempre estará abierta si es que acaso esto te permite vivir en PAZ y ARMONÍA!
Con el tiempo todo cambia ...todo se transforma!
Tu Coach de bolsillo
martes, 7 de enero de 2020
Una creencia testicular made in Maturín
Las creencias, lo mismo
en las provincias que en los grandes centros urbanos; igual en la ignorancia
que en las catedrales del saber, existen, y existen para cumplir su papel de
limitadoras de la vida o de empoderadoras de la misma. Pero lo que sí es una
verdad de cajón, como dicen en todo el Oriente de Venezuela, es que las
creencias existen en todas partes y en todos los niveles.
Recuerdo que siendo
apenas Presidente Electo Luis Herrera Campíns en 1988, un periodista le
preguntó si en los sectores altos de la sociedad la gente creía en vainas raras
como la mala suerte y otras cosas. El ex Presidente le respondió que en esos
sectores era donde más se veían esas creencias y para muestra sacó del bolsillo
del pantalón una pepa ´e zamuro, muy
usados para espantar la mavita, la mala suerte, la envidia y, por otro lado,
para atraer la buena fortuna.
Así que entonces no
tiene nada de extrañar que un poco más abajo en la escala social, exista
cualquier tipo de subterfugio para alejar los malos espíritus.
Justamente eso fue lo
que presencié una vez que estaba en Maturín, cuando por todo el frente de donde nos encontrábamos
comenzó a pasar un entierro, pues!
Manuelito Barrios, un
lugareño muy conocido en el centro de la ciudad, al observar el paso del entierro
profirió unas cuantas palabras extrañas, para luego ordenar a todos: - Rásquense una bola!
La orden fue cumplida
sin chistar por todos los que la escuchamos, así que cada quien agarraría su
mano derecha o la zurda, igual daba, y empezaron a rascar el testículo, que
aunque la orden era hacerlo en una sola, lo mismo daría hacerlo en las dos y
quién sabe si hasta sería lo más indicado; total que en cuestiones de creencias
mientras más blindadas estén la protección es mejor.
A partir de ese
momento, a muchos nos llegó aquello como un mandato de inexorable
cumplimiento. Así, desde ese momento y hasta varios años después yo no podía ver un entierro porque seguro que
disimuladamente procedería a rascar mis escritillas …. no vaya a ser cosa que ….quién sabe que me
pudiera pasar.
Con el correr del
tiempo me hice adicto a esta protección.
Y entonces iba por la calle y veía a un cojo ….y me rascaba una bola. Seguía y
veía a un maneto …y me rascaba una bola. Continuaba y encontraba un choque en
la vía … y me rascaba una bola. Estaba en una reunión y hablaban de algún
enfermo terminal y entonces daba media vuelta disimuladamente para rascarme una
bola.
Aquella creencia
prestada me estaba rodeando la vida, porque es que luego entré en una especie
de Clasificación de los Eventos Catastróficos, lo que significaba que si el
evento era de pequeña magnitud, como sería ver a alguien que se cayó en la
acera, entonces me rascaba una; pero si veía un muerto (evento extremo) o a
alguien que había perdido alguna de sus extremidades entonces era doblete el
batazo. Versiaaaa!
Ya la cosa no me estaba
gustando porque es que no había ningún
evento que no estuviera aderezado con una rascada de bola; tanto que inclusive,
cuando iba en carretera y veía una cruz, de esas que ponen en las carreteras en
el sitio donde se mató alguien, y …… qué suponen que hacía? Nada, rascarme las bolas.
Recuerden que con muertos era doblete!
Hasta una persona tan
seria como mi amigo Jan Hoogestein me ridiculizó cuando le conté lo que me
sucedía con esta creencia, cuando me dijo “me
imagino que cuando vas de vacaciones desde Guayana, debes llegar a Mérida con
las bolas hinchadas y casi sin uñas. Te hará falta llevar hirudoit, Actor”!
Estando en trabajos de
abandonar aquella creencia limitadora y castradora, como decimos en los cursos
de PNL, claro, años más tarde; me encontró un colega amigo en una parada y me
dio la cola al trabajo.
En el trayecto, cuando
íbamos entrompando por el Parque Cachamay de Puerto Ordaz, nos conseguimos con
un fatal accidente en todo el frente del parque. Allí, yacían esparcidos en el
pavimento cuerpos de heridos y muertos.
Al ver esto, de
inmediato lancé la orden: - Ráscate una
bola, Tuyuyo!
El pana, que al parecer
venía con un entrenamiento en cultura misteriosa, inmediatamente volteó a
mirar mis movimientos, imitándolos de manera perfecta pero añadiéndole un elemento
que no estaba en mis escrituras, cuando me preguntó, simultáneamente dentro de
la misma acción “¿y también debo quitarme
el zapato derecho?” – Sí claro, échale bolas, le respondí sin dudar. No
pasaron dos segundos cuando ya el walkover
de su pie diestro estaba totalmente desanudado. Y medio segundo después el pie
derecho estaba libre para retroalimentar con nuevos añadidos la creencia
testicular.
Lo que ocurrió fue que
en esos días me había comprado un par de zapatos y justamente el zapato derecho
me quedaba apretado (yo no sé por qué antes los zapatos apretaban tanto). Cuando
me monté en el Dart GT de Tuyuyo aproveché para descansar el pie dejándolo en
calcetines al lado del zapato. Mi amigo que no había presenciado la operación
previamente, pensó que formaba parte del mismo ritual anti mavita y de
inmediato lo incorporó a la contra protectora que acababa de conocer.
Por mi parte me sentí
descansado a partir de este calamitoso evento, al entregar el testigo de una
práctica enigmática que, si bien me había hecho comprender la génesis de las
creencias y de la manera como uno las instala para su propio perjurio, me
mantenía anclado al dolor ….al dolor de pasar 20 horas en carretera en una sola
rascadera que ya ni el mejor suspensorio podía disimular la gruesa inflamación
de los depósitos seminíferos, o sea.
El vendedor de majarete!
En una barriada de
Maturín, Las Brisas, convivían personas de muy bajos niveles de vida con otras que tenían aquello que en
Ciudad Bolívar aprendí a conocer con el nombre de modus vivendus. Sí, estas personas tenían un modus vivendus holgado en relación a la mayoría de los habitantes del sector.
Por lo mismo muchas
personas salían a vender las cosas que hacían en casa, como empanadas, dulce de
merey, pastelitos, etc., ofreciéndolas en primera instancia a los vecinos más
cercanos. Los next door neighbors, pues!
Había entre ellos un
niño que vendía majarete, sabroso
manjar muy conocido en el Oriente y Sur de Venezuela. Pero este niño carecía de
las condiciones de un buen vendedor.
Ofrecía el producto más como un sollozo que como un grito que le abra posibilidades
al paladar.
En tono por demás humilde
marchaba por todas las aceras susurrando majarete! majarete! majarete!
Por supuesto al caer la tarde se veía a
nuestro niño regresar con la bandeja llena de majaretes. Y así día tras día se
repetía la triste historia.
En cierta oportunidad
en la que no había nadie en la calle, como ocurre en los mediodías de los pueblos
de Sol, se escuchó una voz fuerte ofreciendo el mismo producto, pero esta vez todos quedaron asombrados por los robustos decibeles que este nuevo vendedor le
imprimía al voceo.
De lejos se escuchaba
fuerte y seguro “MAJARETE!
MAJARETE!
COMPRE
SU RICO MAJARETE”
Esto provocaría la curiosidad de los vecinos quienes se incorporaban de sus petates
y chinchorros para indagar de quién se trataba. Luego, cuando hubieron fisgoneado
a través de las rendijas de las puertas
y ventanas y bloques de ventilación de las calientes paredes, quedaron
sorprendidos y de inmediato todos, como si se hubieran puesto de acuerdo,
buscaron en sus portamonedas y demás escondites del sencillo, dinero para
comprarle aunque sea un RICO
MAJARETE a aquel nuevo oferente. Y así uno tras otro salía
acusando la compra de uno o dos
exquisiteces.
En la tarde, a la
retirada del inclemente Astro Rey maturinés, los vecinos, tal como solían
hacerlo todas las tardes, salieron al estacionamiento central del conjunto de
viviendas del Banco Obrero y allí comentaban boquiabiertos lo sucedido.
Resulta, pues, que el
nuevo majaretero era nada y nada
menos que Luisito Arriojas, un hijo de la familia más acomodada del vecindario,
lo que en automático suscitó un sentimiento de acompañamiento para con la nueva
familia caída en desgracia, al comprar todo el cargamento de postres como forma
de ayudarlo y de alguna manera de “acompañarlos en su desdicha”.
Más tardecita se uniría
al grupo el propio Luisito Arriojas, quien, ajeno a lo que todos sus vecinos
conjeturaban, contó que le daba lástima ver a ese niño,
todas los días vendiendo majaretes con
tan magros logros. Entonces cuenta que lo paró y le dio una pequeña inducción
de cómo debería hacer la venta, en los siguientes términos:
-
Mira, muchacho el carajo, yo te voy a
enseñar cómo se vende majarete. Con esa vocecita no le vas a vender a nadie.
Tienes que hacerlo con voz alta y denotando mucha confianza. Quédate aquí
mirando para que aprendas!
Dejó al niño situado
estratégicamente debajo de un almendrón y se fajó a vender el rico manjar y
bueno, como terminan los buenos cuentos ….el resto es historia.
Aquel noble y didáctico
gesto del menor de los Arriojas fue reconocido de inso facto por todos los que lo
conocieron en Las Brisas; pero de lo que jamás se pudo librar Luisito, fue de
que aquellos vecinos, lo mismo que
testimoniaran su entrega y solidaridad, tomaran venganza del engaño del que fueron objeto, al comenzar a llamarlo a
partir de entonces y hasta nuestro días con el remoquete de ¡MAJARETE!
- Épale, majarete!
- Qué hubo, majarete?
- Pero no te pongas
bravo, majarete!
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