¡Pero que los escuálidos ignoran!
Contaba el Ché en su
conocido “Diario del Ché en Bolivia” que cuando en el fragor de la lucha
alguien se le acercó para preguntarle a quién había que avisarle en caso de
muerte, la sola idea de que podía fallecer lo desconcertaba, al punto que esa
noche no pudo dormir haciendo digresiones con la idea de que pudiera perder la
vida en algún enfrentamiento armado.
Sin embargo tal
aturdimiento no duraría demasiado, ya que al cabo de un rato legaría a la
posteridad una de sus máximas expresiones de comprensión de lo que
representaba aquella batalla épica que estaba librando en contra de un enemigo que lo superaba abiertamente
en tamaño, logística y en malas mañas. Culminaría su proceso de reflexión el
Ché Guevara, entonces, con la expresión conclusiva “en una revolución se triunfa o se muere si es verdadera”.
Lo anterior es
demostrativo de una claridad ideológica y política a prueba de temores y la
concientización de que cuando se lucha por un ideal, la muerte es sólo un
resultado normal que se puede obtener de la búsqueda del mismo. Por eso cuando los revolucionarios
de otrora era asesinados y eufemísticamente desaparecidos, a sus familiares sólo
les preocupaba poder contar con sus restos para darles la sepultura que ellos
se merecían, más que denunciar ante nadie el hecho en sí, ya que sabían de
antemano la complacencia nacional e internacional con que recibía el llamado
stablishment, la pérdida de vida de luchadores, esos sí, por la libertad.
Esta clase,
indudablemente, nadie se la ha dado a los factores opositores que luchan
denodadamente por tumbar el llamado por ellos “régimen o dictadura de Nicolás
Maduro”. Para ellos dar un golpe de estado requiere de ciertos requisitos, entre
los cuales el más importante es que el
gobierno se deje tumbar, porque si no lo hace estaría faltando a las reglas
de juego de un golpe de Estado, sin para nada imaginar que pudieran recibir
algo de la medicina que le dan al gobierno, ya que eso está negado.
Es por eso que al menor
rasguño van directo a los organismos nacionales (Fiscalía aliada, Defensoría
del Pueblo, ONGs) e internacionales (OEA-Almagro, ONU, Dpto de Estado y
presidentes complacientes); pero si los llegan a meter presos acuden al salvoconducto
médico, el que en forma de prostatitis, veriveris y soponcios garantizan la
libertad inmediata por medidas humanitarias. Una revolución gratuita, pues!
A falta de ideales por
los que valga la pena arriesgar la vida, los opositores en cambio siguen fielmente
instrucciones de lucha, llevando en sus bolsos y morrales, además de todo un
arsenal bélico, un ajuar cosmético contentivo de bloqueadores solares Elio
Block 40, agua mineral, de preferencia Evian o Perrier, bebidas energizantes,
gorras y viseras para protegerse de los rayos solares, un paquete de papel
toilet de 500 hojas por si ataca cólico en pleno Boulevard del Cafetal o en su
defecto toallitas húmedas, una prontada
de sandwichs , cachitos y croissans y,
muy importante, teléfonos celulares con los números a mano de Almagro, Trump, Rajoy,
Santos, Temer, Macri y Pastrana para correr en busca de auxilio cuando las
bombas lacrimógenas (contra Fales, rifles, 9 mms., escopetas, lanza granadas,
lanza metras, etc.) les provoquen estornudos. Por eso una líder opositora
clamaba porque su camarada de lucha hiciera una llamada urgente al Defensor del
Pueblo en pleno desarrollo de las
hostilidades “Henryyyyyy …… Henryyyyyy …….. llama a Tarekkkkkk”.
Esta lucha desigual
bien vale la pena ilustrarla, para finalizar, con aquel cuento del esclavo romano
que fue atrapado luego de haberse escapado. Al cabo de un rato lo llevan al Coliseo, le entran a golpes y medio
moribundo lo entierran dejando afuera
sólo la cabeza. Así, para que la lucha sea justa, sueltan un león hambriento
para que pelee de igual a igual con el esclavo. Cuando el león ha causado
cierto daño al pobre hombre, éste en un desesperado intento de salvar su vida,
logra morderle una bola al animal, ocasionando que éste huyera despavorido
presa del gran dolor ocasionado en sus gónadas. Acto seguido el Coliseo Romano
se viene abajo con la algarabía que arma el público, gritándole al esclavo “desgraciado,
zángano, tramposo, juega limpio coño de madre”.
Cualquier parecido con
Venezuela ………….
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