domingo, 9 de abril de 2017

¿Dónde caerán las bombas?




 Hace ya un siglo que el senador norteamericano Hiram Johnson (1917) acuñara magistralmente la conclusión de que en una guerra la primera víctima era la verdad. De igual modo el general prusiano Carl von Clausewitz explicaría el efecto de la comunicación en tiempos de guerra: "Una gran parte de las noticias que se reciben en la guerra son contradictorias, otra parte aún mayor son falsas, y la mayor parte son bastante inciertas..." En suma, concluye Clausewitz, "la mayoría de las noticias son falsas, y el temor de los seres humanos refuerza la mentira y la no verdad".

Es un hecho cierto, entonces, que una de las dos partes en conflicto en una guerra, es mitómana. Bastaría con recordar un hecho de algunos pocos años en el que la excusa para desatar una de las peores guerras contemporáneas fue que “el enemigo” tenía armas de destrucción masiva, es decir, armas químicas. Algunos años después de la devastación del país, sus atacantes confesarían, sin un pelo de arrepentimiento, que habían estado equivocados, pero bueno … ya había acabado con 4 millones de seres humanos.

Esta semana apenas, otro país, o lo que queda de él luego de cuatro años de bombardeos ininterrumpidos, fue atacado nuevamente bajo la excusa que había usado armas químicas contra su población. Otra vez el San Benito de las armas químicas para justificar las inhumanas respuestas.

Lo cierto del caso es que el discurso mitómano ha comenzado a calar hondo en la población en general. Ya no son sólo los jóvenes  quienes por comodidad, desconocimiento de la historia y de sus escasas competencias para el análisis socio-político, lo usan como bandera de lucha, no; hay mucho viejo, viejos pendejos y convenientemente alzheiméricos, que se entregaron a la conseja tramada desde afuera de que estamos viviendo en un rrregimen que, por supuesto tiene una forma de gobierno llamada dictadura y que, lógicamente, en esta forma de gobierno gobierna a su saber y entender un dictador. Lista la puesta en escena para que el país hegemónico lance un ataque humanitario (otro de los términos favoritos en la jerga eufemística de la guerra).

Ahora bien el país hegemónico es el mismo que acaba de lanzar un ataque (ya no sabemos qué número) sobre Siria, para defender a la población del cruel asalto de su gobernante, perdón de su dictador, porque en la lingüística intoxicada de la guerra los buenos tienen gobernantes, mientras los malos tienen dictadores; los buenos tienen democracia mientras los malos tienen régimen; los buenos producen daños colaterales, mientras los malos cometen ataques de lessa humanidad.

Todo esto lo que significa es que nada en la guerra sucede por azar, todo está milimétricamente calculado y que lo que en un momento no es usado es porque está muchas veces planificado para serlo una década después, por eso es que la actual proliferación en el discurso ideológico del metafórico régimen, dictadura o dictador pudiera ser, ahora sí, el momento para pasar a la acción con un ataque preventivo que disuada al dictador de seguir usurpando el poder. Por supuesto, luego podrían venir algunos otros ataques humanitarios no para disuadir, sino para echar del poder al cruel dictador. Les es conocida toda esta retórica?

Juguemos ahora un poco con las estadísticas de la guerra, ya que en nuestro país Venezuela  hay mucha gente sollozando, implorando al cielo que desde allá caigan racimos de bombas ¿o bombas de racimo?, en el entendido que las bombas serán lo suficientemente inteligentes como para acertar solo en los blancos enemigos, es decir, en los amigos de la dictadura o seguidores del dictador.

Para todos ellos las noticias no son nada alentadoras, ya que en este ultimo ataque a blancos sirios la efectividad del mismo (y por efectividad entendemos la capacidad del instrumento para hacer daño a quienes va dirigido) fue de un 39%, lo que rápidamente significa que el 61% ocasionó daños colaterales, es decir daños a personas y entidades que nada tenían que ver con el peo (hospitales, escuelas, niños, viejos, mujeres) muchos de los cuales, incluso, pudieran tratarse de enemigos del régimen y, por lo tanto, incitadores de la intervención externa.

Con esa performance como referente tendríamos que en nuestro medio un ataque al suelo patrio le haría daño, es decir mataría a 4 chavistas de cada 10  afectados, lo que sin lugar a duda indicaría que el resto, es decir 6 serían afectos a los bombardeadores. Simple: en cada ataque mueren 4 chavistas y 6 escuálidos. Matemática de Primer Grado.

Como los daños colaterales se producen cuando las bombas no dan en el blanco, sino que se desvían cayendo en otras áreas, podríamos decir entonces que en una eventual incursión, sea el caso en la populosa Petare, de cada 10 bombas 4 caerán, justamente, en Petare; pero las otras 6 bien podrían caer, una en El Márquez, otra en La California, otra en Macaracuay, otra en Colinas de Los Ruices, una en Terrazas del Ávila y una última, digamos en la Universidad Metropolitana.

En un ataque al Palacio de Miraflores, es posible que las 4 bombas acierten; pero las otras 6 bien pudieran dirigirse a San Bernardino, El Paraíso, Las Mercedes, Bello Monte, la Alta Florida y Los Caobos.

Durante el año 2016 EEUU disparó un total de 26171 bombas en 7 países a los que salió a buscarle pleitos, siempre azuzados, además, por las sociedades civiles de esas naciones y por los esclarecidos seres pensantes de las mismas. En promedio cada país recibió 3783 bombas. Si este fuera el standard las noticias fueran totalmente terribles para los opositores en Venezuela, que son quienes oran todos los días por un ataque de la OTAN, ya que 1458 bombas caerían en terreno del chavismo; pero 2303 harían estragos en la humanidad de los opositores.

Van a seguir con la guevonada de la dictadura, el dictador y la libertad? Ahhh?


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