La vida trágica de
los Delgado Chalbaud
Sigfrido Lanz
Delgado
Estudiar la trayectoria
de vida de Román Delgado Chalbaud y de su hijo Carlos Román Delgado Gómez
resulta una actividad por demás interesante dado que ambos fueron partícipes
directos de los acontecimientos políticos más importantes ocurridos en suelo venezolano
en la primera mitad del siglo XX. Por tanto, seguir la evolución de su
existencia es como seguir también la evolución de nuestro país en ese lapso de
tiempo, un tiempo pleno de
acontecimientos y procesos extraordinarios que por su profundidad cambiaron el
rostro de nuestro país. Fueron torrentes de fuerzas transformadoras las que
estremecieron la realidad nacional durante esas décadas. Al final surgirá una
Venezuela con los rasgos de un país moderno, con un Estado centralizado, que
maneja grandes ingresos económicos provenientes de la actividad petrolera, con
población mayoritariamente urbana, con una numerosa clase media conformada por
familias de comerciantes, profesionales y funcionarios públicos; con una
ingente clase obrera ligada a las recientes empresas capitalista instaladas en
el país en esos tiempos; con una poderosa clase burguesa que con sus industrias
intenta satisfacer las necesidades del mercado nacional de reciente formación;
con ciudades en proceso de crecimiento debido a la migración interna y externa,
en la que se asientan nuevas casas comerciales extranjeras; con partidos
políticos doctrinarios cuyos dirigentes recorren el país e instalan en cada
pueblo y ciudad su correspondiente casa partidaria, desde la cual realizan el
proceso de captación de una militancia deseosa de incursionar en actividades
políticas; con carreteras y autopistas extendidas a lo largo del país, que permiten
integrar a un único centro administrativo pueblos y ciudades antiguamente
aislados en medio de montañas y sabanas.
En ese escenario cambiante,
convulsionado y agitado es donde vivirá Román Delgado Chalbaud, un hombre de
los andes, nacido en Mérida el día 12 de abril de 1882, en el seno de una
familia conformada por once miembros: su padre, el general Miguel Delgado
Briceño, su madre, Doña Dolores Chalbaud Cardona; y sus hermanos: Julia, María
Luisa, Miguel, Elisa, Salomón, Julio, Lola y Dolores. Román fue el segundo hijo.
Desde temprano Román y demás
miembros de la familia sufrieron penalidades dado que su padre, Miguel, murió temprano
a la edad de 35 años. Ante las dificultades, un hermano de Dolores, el general
Esteban Chalbaud Cardona, hombre muy influyente en el territorio andino, acudió
en socorro de la familia, en especial de Román, consiguiendo para él una plaza
en la Escuela Naval de Puerto Cabello, cuando corría el año 1895, gobernaba el
país el general Joaquín Crespo y Román tenía trece años. Aquí en esta escuela
le bastaron pocos meses a Román para demostrar las sobresalientes cualidades de
las que estaba dotado: inteligencia, osadía, constancia, liderazgo, empeño,
disciplina, verbo fácil, gracias a las cuales apenas necesitará dos años
para completar sus estudios y obtener el
grado de Segundo Piloto de la Armada Nacional.
Faltaba poco para
terminar el siglo y que ocurrieran en el país acontecimientos de extraordinaria
relevancia, cuyos efector favorecerán bastante la vida de Román. Nos referimos
a la Revolución Restauradora, un movimiento integrado por paisanos andinos,
dirigido por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, que en tan sólo cinco meses
de campaña militar, iniciada en el Táchira en mayo de 1899, entra triunfante a
Caracas a fines del mes de octubre. Fue este un acontecimiento por demás
favorable para los planes del hijo de doña Dolores, quien con sus paisanos
andinos aposentados en Miraflores verá cambiar su suerte de manera radical. Contribuirán
a su buena estrella, además de su origen merideño, su formación militar y sus
sobresalientes cualidades personales, mismas que le facilitaron entrar en
buenos tratos con los hombres integrantes ahora de los círculos del poder
político y económico de la Venezuela que comenzaba su recorrido por el siglo XX.
Se iniciaba así para Román una exitosa carrera como hombre de negocios y como político.
Al triunfar la
Restauradora Román no dudará mucho para sumarse a la causa. Sin duda que tenía
muy buenas razones para tomar esta decisión. Además, estaba de por medio, su tío
protector, Esteban Chalbaud, aliado de Castro. En la Armada pasó a comandar
alguno de los buques integrantes de la pequeña flota venezolana y en agosto de
1903, una vez vencida la Revolución Libertadora, se le designó jefe de la
escuadra nacional. Para estos momentos el presidente Castro había emprendido además
el proyecto de constituir las fuerzas armadas del Estado venezolano, unas
fuerzas que respondieran al interés nacional y no al interés del caudillo que
en ese momento estuviera desempeñándose como presidente de Venezuela, tal cual había
sido la norma hasta ese momento. A estos fines se incrementó la partida de
gastos destinada a este menester y se creó también la Academia Militar de
Venezuela. En el fondo lo que planeaba el jefe de la Restauradora era poner fin
a la inestabilidad política venezolana, provocada por las reiteradas
revoluciones organizadas por los numerosos caudillos regionales dispersos en
cada una de las zonas geográficas del país. Acabar con la Venezuela del “cuero seco”,
denunciada por Guzmán Blanco cuando a éste como presidente del país le tocó
afrontar esa realidad embochinchada, era lo que se proponía el “Hombre de la
Levita Gris”. Y este proyecto venía muy
bien a los hombres de uniforme, entre otros Román, pues se trataba de convertir la institución militar en la
garante indiscutible del orden político nacional.
A comienzos de 1906 un
feliz acontecimiento tendrá lugar en la vida de Román. Era ya este merideño una
persona bastante conocida y prestigiosa en la ciudad de Caracas. Su carrera
militar iba en ascenso y sus negocios prosperaban, condiciones que lo
convertían en un buen partido para cualquier mujer que se fijara en él. Y esto
fue lo que ocurrió en uno de sus viajes a la ciudad de Puerto España, Trinidad,
adonde acudía con mucha frecuencia Román a cuadrar algún negocio y adquirir
trajes a su gusto y medida en las famosas sastrerías instaladas en esa ciudad. Fue allí donde conoció a una bella dama de
nombre Luisa Elena Gómez Velutini Ron, venezolana, nacida en Upata en 1892.
Vivía ella entonces en la isla junto al resto de sus familiares. Su padre se
llamaba Miguel Horacio Gómez, natural de Upata, hombre dedicado al comercio y
la ganadería, y su madre tenía por nombre Elisa Gómez Velutini Ron, una mujer
proveniente de una familia de la ciudad de Barcelona, del oriente
venezolano.
Tenía apenas trece años
Luisa Elena cuando contrajo nupcias con Román. El acto matrimonial se celebró a
fines del año 1907, en Puerto Cabello donde para entonces residía el enamorado
esposo. Aquí vivieron ambos hasta fines del año 1808 cuando, a punto de nacer
el primer hijo de la pareja, Carlos, tuvieron que mudarse a Caracas. Ese
diciembre fue un mes de mucha tensión y nerviosismo en el país. En primer
lugar, estuvo el viaje que emprendió el presidente Castro para Alemania a
buscarle remedio a su enfermedad de los riñones. En segundo lugar estuvo el
golpe de estado dado por Juan Vicente Gómez a su compadre Castro. Y en tercer
lugar estuvo la represión desatada contra los funcionarios del gobierno
partidarios del presidente viajero.
En esos acontecimientos
ocurridos el día 19 de diciembre de ese año 1908 y conocidos con el nombre de
la Rehabilitación veremos a Román del lado de Juan Vicente. En ese momento era él
una figura de bastante peso militar pues en sus manos estaba la armada venezolana
y por órdenes suyas ésta institución se sumó al golpe y tuvo en el mismo una
participación muy activa. Por este desempeño, el nuevo hombre de Miraflores lo
considerará desde entonces uno de los suyos y le permitirá el privilegio de ser
uno de los pocos hombres de su círculo íntimo. Los dos hijos de Román, Carlos y
Helena, fueron bautizados por Gómez, siendo sus madrinas Regina y Flor de María
Gómez, familiares directas del presidente.
Pero Román no se dedicó
a la carrera política sino que prefirió aprovechar su privilegiada posición en
el gobierno para hacer negocios y adquirir riquezas económicas. En sus miras
estaba la formación con dineros públicos de una empresa de navegación fluvial
para comercializar por los puertos del país. Así fue como nació en 1910 la
Compañía Anónima de Navegación Fluvial y Costanera de Venezuela de la cual
Román será su presidente. Será ésta una empresa que proporcionará cuantiosos
dividendos a Román y a Gómez, accionista también de la compañía. Ese mismo año
le fue concedido a Román el negocio de las estampillas así como también el
control de la explotación de las salinas de Venezuela. Pero no quedaron aquí
las aspiraciones de Román como negociante. Y por ello en 1911, con el visto
bueno del presidente Gómez viajó a Europa con el fin de conseguir apoyo, en el
sector financiero de Francia e Inglaterra, para los planes del gobierno
gomecista de instalar un banco nacional, de construir en Caracas la red de
cloacas de la ciudad y de convertir la empresa de navegación en una compañía
trasnacional. Pero esas negociaciones tuvieron aquí en Venezuela poderosos
detractores que convencieron al dictador de la Mulera de la inconveniencia de
aprobar los contratos que Román intentaba concretar en París y Londres. Entre
esos detractores estaban los banqueros que en nuestro país controlaban esta
actividad, esto es: los Matos, los Blohm y los Boulton. Y estaban también los
políticos del grupo gomecista, esto es: Gil Fortoul, Román Cárdenas, el mocho
Hernández, Vicente Lecuna. La
especie que vocearon los rivales de
Román y que influyó más en el ánimo de Gómez para desaprobar las gestiones de su
compadre fue que si esas negociaciones
prosperaban pasaría a ser éste un hombre con mucho más poder que el propio
presidente. Y eso era inaceptable para el andino de la Mulera. Por encima suyo
nadie. Que un hombre corajudo y ambicioso reuniera mucho poder económico,
reconocimiento social y tejiera redes de influencias con sectores prestigiosos
nacionales y extranjeros, era un asunto que el gobierno no debía permitir. Y
entonces Gómez tomó la decisión de detener las diligencias del compadre.
El 10 de diciembre
regresó Román a Caracas, ya en conocimiento de la posición tomada por el
presidente Gómez. A partir de ese momento las relaciones entre ambos se
agriaron con el consecuente distanciamiento de los antiguos amigos y paisanos. El
presidente le retiró su confianza poco a poco, tampoco le permitió ingresar más
a su cuarto de habitación y no lo invitó de nuevo a compartir el desayuno. Para
Román aquello significó el principio del fin.
Sin embargo, lo
ocurrido con sus proyectos anteriores no afectaron la marcha de sus negocios
que continuaron dándole buenos dividendos. Tampoco su prestigio social mermó nada
y su ascendencia en la armada se mantuvo indemne. Se sabía Román un hombre
importante en el país y también se creía con suficientes cualidades para
afrontar mayores compromisos. Además, estaba también su ambición personal que
actuaba como energizador de su ánimo. Igualmente
pensaba Román que el tiempo de gobierno de Gómez debía tener un límite, que
cinco años eran suficientes para un hombre de pensamiento parroquial, que
truncaba además proyectos modernizadores como los suyos, que no daba pasos para
permitir la figuración política de otros venezolanos. Y entonces empezó a
pensar Román que era él la persona indicada para sustituir a Gómez en la silla
presidencial.
Lo que vino después
fueron las diligencias realizadas por Román para organizar el complot que lo
llevaría a derrocar a su antiguo protector y amigo. Pensaba el jefe de la
armada nacional que esta empresa sería tan fácil como agarrar un mango bajito.
Él y otras personas creían erróneamente que Gómez continuaba siendo aun el
mismo subalterno de Castro, el cándido hacendado ordeñador de vacas en la
Mulera, el simple financista de la Restauradora. Olvidaban que el presidente,
luego de más de diez años administrando poder político, era un experto
conocedor de las intrigas palaciegas, con numerosos informantes distribuidos en
distintos lugares del país que lo mantenían al tanto de lo que hacían amigos y
enemigos de la causa, conocedor de las debilidades de los empresarios,
políticos y caudillos del país. Por todos estos malos cálculos fracasará Román
en su empresa golpista y en consecuencia, el portentoso hombre de negocios, el que
compartía los espacios íntimos con el dictador sin siquiera anunciar
previamente su presencia, el exquisito burgués casado con una bellísima dama de
encumbrado apellido, el que vestía los mejores trajes, compraba los más
costosos vehículos, el propietario de majestuosa mansión familiar, el compadre
del general Gómez, se perderá para siempre, su vida a partir de entonces será una
verdadera tragedia. Cárcel, tortura, escasez, sufrimiento, rechazo, exilio y
muerte es lo que soportará durante el resto de los dieciséis años de vida que
le quedan por delante.
En la conspiración
contra Gómez estuvieron comprometidos muchas personas: militares, políticos,
intelectuales: Francisco Linares Alcantara, Francisco González Guinán, Eliseo
Sarmiento, Trino Baptista, Juan Palacios, los miembros del Consejo Federal
integrado por numerosos caudillos regionales. También participaron familiares
de Román, hermanos y primos; oficiales de la armada como Tomás Polanco Alcántara,
Leopoldo Pellicer y otros. Se sumaron también numerosos oficiales retirados,
amigos de Román. El movimiento tuvo alcance nacional. Lo principal del plan
militar consistía en la toma de Miraflores y del Cuartel San Carlos donde
existía buena parte del parque nacional; además se contaba con el apoyo de la
Armada de Puerto Cabello. Pero, repetimos, la información sobre la conspiración
llegó a oídos de Gómez y este procedió a mover sus piezas para hacerlo
fracasar. Cambió algunos oficiales sospechosos y movió tropas. Se sospecha que
el delator fue el general Nicolás Rolando, antiguo enemigo de Gómez y ahora
incondicional converso.
En esa situación, a
sabiendas que el plan ha sido develado, se produce la famosa conversación entre
Gómez y Delgado una mañana de un día del mes de abril de 1913. Al final de la
conversación el presidente cierra con la siguiente advertencia: “general
Delgado, si el sapo brinca y se ensarta la culpa no es de la estaca (…) yo
tengo grillos de 80 libras y la muerte de agujita para mis enemigos”.
Pocos días después de
esa reunión, el día 17 de abril, Román fue arrestado y llevado a la cárcel de
la Rotunda. Fueron detenidos también 57 personas, comprometidas o sospechosas, entre los cuales estaban tres hermanos suyos,
un tío, un cuñado y dos primos. Varios de los complotados huyeron, entre ellos los
generales Francisco Linares Alcántara, Leopoldo Baptista y Juan Pablo Peñaloza.
Fueron catorce años los
que pasó Román en la Rotunda en un calabozo de apenas 2x1 metros, con grillos de
ochenta libras. Los primeros 18 meses fue mantenido aislado e incomunicado. Sus
familiares no supieron de él a lo largo de ese tiempo. Para su mantenimiento
apenas se le proporcionaba una taza de café, otra de agua y 200 gramos de
comida compuesta de arroz con frijoles. Cuando por fin le permitieron salir al
patio de la prisión, también a sus compañeros de castigo, todos estaban
irreconocibles: flacos, desaseados, greñudos, hediondos, enfermos. Luego, Román
fue sometido por sus carceleros a largos períodos de hambre para así obligarlo
a cancelar sumas de dinero a cambio de comida; también lo sometían a estas
privanzas para obligarlo a traspasar acciones de sus propiedades. En todos
estos años nunca le dejaron ver a sus hijos, a su esposa Luisa Elena la dejaron
entrar una oportunidad cuando Román tuvo que firmar el documento de venta de su
hacienda de Ocumare de la Costa. El peor castigo que sufría Román era el aislamiento,
dado su propensión a la conversa, al diálogo. A veces le permitían salir de
noche al patio de la Rotunda.
Esos catorce años de
encierro fueron de gran experiencia para Román. Mostró en todo este tiempo que
era un hombre valiente, decidido, orgulloso, tenaz. Nunca se doblegó, jamás
pidió clemencia, tampoco se arrepintió. “Hizo frente a la adversidad con gran
entereza y jamás le vieron doblegarse sus compañeros de cárcel, Enjuto,
nervioso en sus movimientos, con largos cabellos rizados que le llegaban a los
hombros, salía a tomar el sol en el patio, cuando se lo permitían, arrastrando
sus pesados grillos sobre patines improvisados con carreteles vacíos. Conservó
siempre su acento merideño y a todos los compañeros de prisión los trataba con
la cortesía de su región natal” (Ocarina Castillo. 2011, 49). Por su digna
actitud mostrada en los años de encierro el capitán de navío Román Delgado
Chalbaud ganó fama y el aprecio de la opinión nacional. Demostró pasta de líder
y que era digno de ser considerado para ocupar primeros puestos si se
presentaba en Venezuela la ocasión. Varios de sus compañeros de prisión
murieron en la cárcel y al final sólo siete de ellos sobrevivieron.
En marzo de 1927, por
gestiones realizadas ante el presidente Gómez, por parte del Doctor Baptista
Galindo, el gobierno concedió una amnistía general, de la cual se benefició
Román. Pero la orden era que saliera inmediatamente del país. El gobierno lo
liberó para que se fuera de aquí. Y por ello Román, a comienzos del mes
siguiente, embarcó con rumbo a París donde lo esperaban su esposa e hijos, exiliados
aquí desde principios del año 1920. Cuando desembarcó en el puerto de Le Havre,
Carlos y Elena, sus hijos, no lo conocían, pues tenían ellos apenas cuatro y
dos años respectivamente, cuando su padre fue encarcelado, y ahora tenían dieciocho
y dieciséis. Vieron ellos a “un hombre alto, delgadísimo y muy fino de figura,
venía vestido como en los tiempos de antes, porque no había podido mandarse a
hacer ropa, una especie de levita larga hasta las rodillas” (Bracho Palma,
2010, 142).
Sin embargo en los
planes madurados por Román en el tiempo de encierro no estaba dedicarse a la
vida familiar. Sus proyectos eran políticos y entre estos el más prioritario
era derrocar al dictador. En la cárcel había jurado “echar la parada”. De
manera que será muy corto el tiempo que Luisa Elena, Carlos y Elena compartirán
con él en París. Apenas dos años se mantuvo al lado de ellos, pues en julio del
año 1929 partió Román desde el puerto de Damzig, Polonia en la embarcación El
Falke, rumbo a Venezuela a cumplir su proyecto de terminar con la dictadura de
su compadre.
Al contrario de lo que
ocurría con la mayoría de los exiliados, Román no había salido al exterior para
desde allí envalentonarse y predicar en contra del régimen gomecista. Tampoco se dedicó a explotar el calvario
sufrido durante los años de encierro ni a reunirse con otros exiliados para
preparar complot contra el gobierno
venezolano en los cafetines de la ciudad. Ya libre lo que hizo fue concentrar
todos sus esfuerzos en preparar lo que será la más seria empresa militar
emprendida para derrocar al tirano de la Mulera. Esta sería la segunda vez que
lo intentaba, pues en 1913 ya lo había hecho, con los resultados conocidos.
Pero ahora, era Román un hombre curtido para la lucha política, con una larga
experiencia militar y en el manejo de grupos. Por esto y por su extraordinaria
capacidad y liderazgo logró lo que nadie había podido hacer a los largo de
muchos años e intentos: organizar y juntar en un mismo proyecto la dispersa y
variopinta oposición venezolana, que incluía estudiantes, generales de la vieja
guardia, oficiales del ejército, dirigentes políticos, hombres de empresa.
Todos tenían en común que eran enemigos de Gómez, víctimas de los atropellos
del régimen.
Durante varios meses
Román se dedicó a organizar su nueva empresa política. A estos fines se reunió
con agrupaciones políticas, con grupos de oposición; fundó el Partido de la
Liberación Nacional, constituyó la Junta Suprema de Liberación de Venezuela;
reclutó hombres para dirigir el movimiento, buscó los recursos económicos,
adquirió armas, escribió documentos, y finalmente, adquirió la embarcación que
trasladaría al grupo de vanguardia desde Europa a Venezuela. Una vez realizado
todo esto, embarcaron los ocupantes del Falke, en Polonia, el 19 de julio del
año 1929. Se esperaba que al llegar los expedicionarios a las costas de Cumaná,
aquí estarían esperándolos otras fuerzas aliadas de tierra al mando del general
Pedro Elías Aristeguieta. También se contaba con el compromiso de los generales
Juan Pablo Peñaloza y Régulo Olivares de levantar una insurrección en el
occidente del país que avanzaría al mismo tiempo que los invasores del Falke, hacia
la capital. Igualmente, se habían hecho contactos con grupos dispuestos a dar
su apoyo en Carúpano, Cumanacoa, Guiria
y Caripe.
En la madrugada del día
11 de agosto fondeó la embarcación el Falke en aguas de Cumaná y desde las
primeras horas del día comenzó el enfrentamiento. El gobierno se había enterado
a través de sus espías y diplomáticos en Europa de lo que se fraguaba en su
contra y por ello tuvo tiempo para preparar su defensa. De manera que cuando
desembarcaron los hombres que acompañaban a Román, en Cumaná los recibieron con
descargas de armas de fuego. Además, Aristeguieta y sus hombres no estaban en
el lugar ni a la hora planeada, por lo que no se dio la coincidencia en el
ataque por parte de los revolucionarios.
Bien temprano todo
había terminado. En los primeros intercambios de balas los atacantes llevaron
la peor parte. Varios heridos y muertos, otros huyeron asustados. Entre los
muertos estaban los jefes de ambas tropas: Román Delgado y Emilio Fernández. Tenía
el jefe de los revolucionarios 55 años. Su muerte pesaba mucho en las
posibilidades de éxito de la empresa, pues él era todo en este proyecto.
Ninguno de los sobrevivientes contaba en su haber con su liderazgo, prestigio,
respeto, reconocimiento, experiencia y valentía. De manera que con su muerte ya
no tenía sentido continuar la pelea. De allí que, al conocer la noticia,
quienes esperaban en el Falke, encendieron motores y enfilaron mar adentro,
rumbo a la isla de Granada, dejando a los compañeros, heridos o no, en tierras
enemigas. En la embarcación estaban el escritor Rafael Pocaterra, al mando de
la misma, y Carlos Román Delgado, además de la tripulación.
Fue a mediodía de ese
mismo sábado cuando llegó a Cumaná el general Pedro Elías Aristeguieta y sus hombres. A pesar de recibir la
información sobre la tragedia de Román y del falke, cumplió con su parte en la empresa,
pues se enfrentó a los defensores y luego de varias horas de batalla logró vencerlos
y tomar la ciudad, pero por breve tiempo, pues se les terminaron las municiones
y no hubo como reponerlas. Pocos días después, también morirá víctima de las
heridas recibidas en el enfrentamiento.
Al Joven Carlos no le
quedó otra opción que regresar a París donde tendría que trasmitir a su madre y
hermana la muy ingrata noticia. Había nacido el 20 de enero del año 1909, por
lo que en ese momento sumaba veinte de edad. Un año antes de los
acontecimientos en Cumaná, el hijo de Román había obtenido su título de
Bachiller en el Liceo Lakanal, París, mención Latín, Ciencias y Filosofía.
Para Carlos Román los
años subsiguientes tuvieron que ser muy difíciles, más duros aún que los
catorce años anteriores cuando su padre estaba en la cárcel y ellos en París
exiliados. Al respecto nos dice el Dr. Ramón J. Velásquez lo siguiente: “Él
vivió todo el tiempo el drama del exilio, la gran tragedia de su familia.
Catorce años presos el general y sale a conspirar y a que lo maten. Allí no hay
ni paz ni alegría (…) para terminar abaleado. Es como un sino. Carlos Delgado
nunca tuvo un momento de paz. Siendo un hombre profundamente culto, humano,
cordial, completo, una estrella lo marcó (...) hasta el año 1936 que, muerto
Gómez, él puede regresar. Su mundo es la clandestinidad, la persecución, la
cárcel, la expedición, los revolucionarios, las muertes” (Ocarina Castillo,
2010: 82).
Se refugió entonces
Carlos en lo que más le gustaba, los estudios, los libros, la academia, la lectura.
A fines de 1930 ingresó en la Escuela de Trabajo Público a estudiar la carrera
de ingeniería. Se graduó cuatro años después, el 25 de agosto, de Ingeniero en
Obras Públicas. A partir de entonces y
hasta 1936, cuando regresa a Venezuela luego de la muerte de Juan Vicente
Gómez, viajó por España y Rumanía. En España entró en contacto con Gonzalo
Barrios y Rómulo Gallegos, de quien se haría buen amigo. Por esos tiempos, en
febrero de 1933 contrajo matrimonio con una dama de origen ruso de nombre Lucía
Levine. En el aspecto laboral no le irá muy bien esos años. La situación
económica en Europa no era la mejor. Este continente lo que estaba era
convulsionado por el avance de los movimientos políticos de extrema derecha. Esto
ocurría en Alemania, en España e Italia. Se acercaba la segunda gran
conflagración mundial.
De Venezuela llegaban
noticias desde comienzos de 1935 acerca de la enfermedad del presidente y
muchos exiliados empezaron a pensar que la hora del retorno estaba cerca. Y era
verdad, pues Gómez fallecerá el 17 de diciembre de ese mismo año, siendo
entonces sustituido en la presidencia por el general Eleazar López Contreras. A
poco, en los primeros meses de 1936, empezaron a llegar a Venezuela desde
distintos lugares del mundo los exilados, entre ellos, el hijo de Román Delgado.
Arribó a nuestro país el mismo mes de enero
y de inmediato se puso a la orden del nuevo presidente de Venezuela.
Este lo recibió en su despacho y en la entrevista sostenida entre ambos,
propuso al recién llegado otorgarle una beca para continuar estudios en París,
y que se especializara en ingeniería militar. La propuesta gustó mucho a Román,
por lo que regresó a la ciudad luz, donde se matriculó en la Escuela Militar de
Aplicación, Versalles, a seguir estudios de especialización militar. En esta
institución se formaban los ingenieros requeridos por el ejército francés para
que se hicieran cargo de la construcción de sus edificaciones militares.
Completó Carlos Román sus estudios en enero de 1939 y con esa formación
adquirida a lo largo de sus bien trajinados 30 años regresó a Venezuela ya con
la intención de asimilarse al ejército nacional. Ese mismo mes de enero vestirá
su uniforme de capitán del ejército, rango con el cual fue incorporado.
En esos años, en las
fuerzas armadas venezolanas existían a lo interno dos grupos de presión
francamente separados. Primero, estaban los gomecistas de la vieja guardia,
analfabetas en su gran mayoría, hombres formados en la fidelidad a un jefe. Su
identidad no era con la corporación militar ni con la patria, sino con su jefe
andino. Y, en segundo lugar, estaban los militares con formación académica, que
habían estudiado en la Academia Militar Venezolana y habían hecho cursos de
perfeccionamiento en el exterior. En este caso, su identidad era con la
institución militar y con la patria. Aspiraban estos ascender en la carrera
milita y servir desde aquí, no a un hombre, sino al país.
Es en unas fuerzas
armadas con esta división donde inicia su vida militar el hijo de Román. En la
corporación militar predominaba a todas luces la cultura militar gomecista. Los
superiores maltrataban a los subalternos, a estos se sometía a castigos
físicos, los sueldos eran miserables, el armamento era obsoleto, el rancho de
los oficiales era pobrísimo, no existía política de ascenso, ninguna previsión o
seguridad social. La instrucción militar era muy limitada, se aprendía asuntos
básicos. Muchos oficiales no sabían ni disparar un fusil, no conocían lo que
era una granada, un cañón. Por supuesto que, en una institución así, muy
atrasada y con grandes carencias, la presencia de un hombre con la personalidad
de Carlos Román llamará la atención desde los primeros días. Sus modales refinados,
sus estudios en el extranjero, su sólida cultura humanista, su participación en
la invasión del Falke, su condición de hijo de un reconocido luchador
antigomecista, todo esto, junto con su disciplina y su gusto por el buen orden,
contribuirá a hacer de él una figura atractiva con rápidos éxitos en la
institución militar. Aquí desempeñará diversos roles todos satisfactoriamente.
En la Academia servirá como docente de varias disciplinas, oportunidad que
aprovechará para construir un tejido de relaciones con los futuros oficiales
del ejército; también formará parte del Batallón de Ingeniería Francisco
Avendaño; e integrará numerosas comisiones de asesoría y planificación.
Fuera del recinto
militar venezolano, mientras tanto, se desarrollaban acontecimientos políticos
muy impactantes en la realidad nacional. A la muerte de Gómez el pueblo invadió
las calles del país. Se salió a las calles a linchar gomecistas, a destruir los
símbolos más representativos del viejo régimen y a exigir el establecimiento en
el país de un orden de cosas democrático, respetuoso de las libertades, justo
en sus realizaciones sociales. Y López Contreras se dio cuenta que había que
hacer caso a las protestas, que para sobrevivir como presidente tenía su
gobierno que hacer concesiones a los nuevos líderes políticos, satisfacer
inquietudes de la población, romper con la vieja guardia gomecista,
flexibilizar las libertades de prensa, de organización, de participación, de
opinión, y enrumbar el país por un camino que lo llevara a la vuelta de pocos
años a una situación satisfactoria para todos los sectores sociales. Por su
parte, los jóvenes políticos, militantes de los nuevos partidos políticos del
país, presionaban al gobierno de López para que permitiera la libre elección
del presidente, concejales, diputados y senadores de la república. En este
aspecto lo que se quería era establecer en Venezuela el sistema democrático de
partidos, lo cual significaba terminar con más de un siglo de gobiernos despóticos,
dictatoriales, militares. Es decir, lo que se quería era acabar con el control
ejercido por los hombres de uniforme sobre la política, acabar con el poder
político de los militares. Pero no era nada fácil este asunto pues los
militares del país habían nacido y crecido viendo a sus integrantes ocupando
los puestos determinantes del gobierno nacional. Según esta tradición, el
gobierno venezolano era asunto exclusivo de los militares. Se entendía que era
la institución militar la única que podía garantizar el orden nacional. Los
partidos políticos, por el contrario, por su dispersión y diferencias,
representaban un peligro para la continuidad institucional.
Así se desarrollaron
las cosas en nuestro país durante esos cuatro años del gobierno de Eleazar
López Contreras. Fue poco lo que se logró avanzar durante su gobierno en ese
camino hacia la democracia, pero es cierto que hubo diferencias respecto al
régimen anterior. En lo fundamental, ya no hubo más terror, en el ambiente no hubo más miedo; las
torturas y los crímenes a los opositores se acabaron. Y poco a poco se abrieron
las compuertas para la participación en política. Lo que no hubo fue
concesiones electorales. Se mantuvo el sistema de elección presidencial en
manos del Congreso Nacional, y por tanto, cuando llegó a su fin el período de
López es seleccionado el General Isaías Medina Angarita, su ministro de
defensa, para sucederlo. Esto ocurrió a comienzos de 1941. En ese momento, el
tiempo presidencial duraba cuatro años, de manera que el gobierno de Medina
debía durar hasta finales de 1945.
El nuevo presidente Medina
realizó una gestión de mucha amplitud política. No se persiguieron a los
opositores de su gobierno, no se reprimieron protestas, no se metió a la cárcel
a dirigente político de oposición, no se cerraron periódicos, tampoco se
clausuraron casas de alguna organización partidista ni de sindicatos o de
gremios. Fueron estos unos tiempos de libertad política ampliada. Más bien, se
permitió la fundación de partidos, como Acción Democrática y el COPEY, y el Partido
Comunista tuvo completa libertad de acción. Y al final de su gobierno el
presidente Medina concertó con la alta dirigencia de AD la candidatura del
Doctor Diógenes Escalante, su embajador en Washington, para que ocupara éste la
silla presidencial. Todo estaba listo para que de esta manera evolucionara la
política nacional. El acuerdo al que se había llegado era que el presidente
Escalante, antes de concluir su mandato, debía eliminar el viejo régimen
electoral y aprobar uno nuevo que permitiera elecciones nacionales libres. Pero
ocurrió una circunstancia inesperada. El Dr. Diógenes enfermó de improviso, se
le diagnosticó insanía mental y no pudo por razones obvias asumir la
presidencia. Ante el hecho sobrevenido, el gobierno recurrió a otra figura
política, un miembro de su equipo ejecutivo, el Doctor Ángel Biaggini, que no
contó con el respaldo de la dirigencia del partido Acción Democrática.
Se añadió al hecho
anterior el trabajo de zapa que la dirigencia del partido AD venía realizando
en el sector de militares descontentos con la situación interna del ejército, un
ejército en el que todavía ocupaban importantes posiciones de mando los
militares gomecistas; además, estaba la muy mala dotación de equipos militares
en todas las fuerzas, el malestar por los bajos sueldos de los oficiales, la
postergación de los ascensos y por las perdidas territoriales sufridas por
Venezuela en los tratados firmados con países vecinos. Tales molestias actuaron
como caldo de cultivo para que un buen número de oficiales se organizaran en
grupos de presión, surgiendo así, en el ejército, la Unión Patriótica Militar
(UPM), a cuya cabeza estaba el capitán Marcos Pérez Jiménez, y el Comité
Militar Patriótico (CMP), en la armada.
Carlos Delgado no
participó en los preparativos del golpe ni estuvo presente en ni ninguna de las
reuniones conspirativas anteriores al hecho. En ese momento era Mayor del
Ejército y se desempeñaba como Jefe de Estudios en la Academia Militar e
integrante del batallón de Ingenieros. Tuvo conocimiento de la conspiración
pocos días antes del golpe cuando algunos de los comprometidos le pidieron que
se sumara al movimiento. A Delgado le llamó la atención el alto número de
militares participantes en el complot, y
eso fue un argumento de peso para que se decidiera a dar un paso adelante. Y
entonces lo veremos participando el día del golpe, el 18 de octubre, en los
primeros lugares de la acción. Ante la magnitud del movimiento, tomados por los
insurgentes, el Cuartel San Carlos, el
Cuartel de Miraflores, la Escuela Militar y el Batallón de Maracay, el presidente decide
renunciar. El golpe triunfa y se constituye la Junta Cívico-Militar que
gobernará el país hasta finales del año 1947. La integraron dirigentes del
Partido AD, como fueron: Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto
Figueroa y Gonzalo Barrios; los militares Carlos Delgado Chalbaud y Mario
Vargas; además del empresario Edmundo Fernández.
Con el nuevo gobierno
constituido, a Carlos le tocó presidir el Ministerio de Guerra y Marina, que en
ese momento de la vida del país era el ministerio de mayor influencia, con
mayor prestigio y con mayor poder político. Tenía entonces 36 años. Desde ese
momento, gracias a esa situación privilegiada y a su ascendencia en el
estamento militar y en el público en general, y a lo largo de 15 años, Carlos estará en los
primeros lugares de la escena política nacional. En este cargo tuvo una doble
actuación: como político y como militar. En este último aspecto su desempeño
fue satisfactorio. Mejoró el sueldo de los uniformados, decretó la construcción
del Fuerte Tiuna, elevó a la Guardia Nacional y a la Armada a la categoría de
fuerzas militares independientes, se adquirieron nuevos equipos militares para
las distintas fuerzas, se incrementó el número de efectivos de cada fuerza, se
incorporaron nuevos profesores a la Academia, se reorganizaron los programas de
estudio, se mejoró la atención y protección social de los efectivos militares,
se decretó la creación del Círculo Militar.
Su condición de
ministro le permitió recorrer el país, en visita oficial, y eso le sirvió para
conocer la geografía nacional, tratar de cerca a la gente, enterarse de sus problemas, darse
cuenta de la situación de los pueblos y ciudades, identificar carencias, dificultades,
problemas. Pronunció discursos,
compartió banquetes, asistió a eventos gubernamentales y militares, sostuvo
reuniones diversas, caminó calles y avenidas, inauguró obras, etc. En fin, se
dio a conocer mucho más en el país ganando ascendencia entre sus pobladores.
Esos años fueron de
gran agitación política en Venezuela. Mucho debate público y movilizaciones
populares. La prensa pregonaba con toda libertad los problemas del país y los
reclamos de los partidos; los sindicatos exigían reivindicaciones. Por otro
lado, era compromiso adquirido de la Junta de Gobierno, preparar las
condiciones políticas para una transición hacia un sistema de partidos en el
país, presidido por un hombre salido del seno del pueblo. En búsqueda de ese
objetivo, el ambiente político nacional se caldeó. La emoción de la
participación contagiaba a todos. Esos meses del año 1946 fueron de gran
efervescencia y los acontecimientos políticos se precipitaron. El gobierno de
la Junta y el pueblo querían andarle rápido a las reformas. Producto de ello
entonces se aprobó el nuevo Estatuto Electoral y los aspirantes a integrar la
Asamblea Constituyente se volcaron a la calle. Las elecciones se realizaron el
27 de octubre, en enero siguiente se instaló la Asamblea, el 5 de julio se
promulga la nueva constitución nacional, el 14 de diciembre se realizan las
primeras elecciones nacionales para elegir presidente, miembros del Congreso y
Asambleas legislativas regionales, y el 9 de mayo otra vez elecciones para
seleccionar los miembros de los Concejos Municipales de cada uno de los Estados
del país. Además, se realizó la toma de
posesión de don Rómulo Gallegos como presidente de Venezuela, el 15 de febrero
de 1948. Y una de las primeras medidas del nuevo mandatario fue ratificar a su
amigo Carlos Román Delgado en la Cartera del Ministerio de la Defensa. Fue una
manifestación de confianza del presidente y un reconocimiento a la buena
gestión desplegada por el ministro en esos años de trabajo al frente de dicha
cartera. Tal designación fue bien recibida dentro de la institución castrense. Se
entendió la ratificación de Román como un reconocimiento a la importancia y
peso que los militares aun tenían en la política venezolana. Por lo demás, a
través del Ministro Chalbaud, los miembros del cuerpo uniformado tenían en el
gobierno un vocero autorizado que los representara y abogara por ellos ahora cuando
por vez primera en muchos años el gobierno no estaba en manos de los militares.
Pasó a ser así Román, al ocupar el Ministerio de la Defensa, el hombre que
administraba el poder militar, que era mucho decir en las circunstancias del
país en ese momento.
Los nueve meses del
gobierno del presidente Gallegos fueron muy convulsionados también. Las
presiones de las nuevas organizaciones políticas, de los sindicatos, de los
gremios, de los estudiantes, de la iglesia católica, no se detuvieron con la
elección de Gallegos. Se sumaba a la situación el descontento de la corporación
castrense dado su desplazamiento del centro del poder político. En esos meses
fueron abortados numerosos intentos de golpe por parte de grupos militares. Por
otro lado, se acusaba al gobierno de ejercer una política sectaria, de querer
monopolizar el poder político en manos de miembros del partido AD; también se
ponía en duda la capacidad política del presidente y se decía que quien en
verdad gobernaba era Rómulo Betancourt. Total, que a Gallegos se le hizo muy
difícil conducir a plena satisfacción la presidencia de la República. Y ese
clima de agitación, de ingobernabilidad, fue la excusa perfecta para esa
fracción del ejército, descontenta con el gobierno, molesta por el
desplazamiento político sufrido, liderada por el teniente coronel Marcos Pérez
Jiménez, para dar un golpe de Estado al gobierno del ilustre escritor, autor de
la novela Doña Bárbara.
La verdad es que Gallegos
presidió un gobierno muy débil. Los partidos políticos importantes del momento,
AD, URD, COPEY y el PCV, pugnaban entre sí, sin posibilidades de establecer
acuerdos mínimos entre ellos; el propio partido AD mostró una conducta timorata
a la hora de defender al presidente y su gobierno; por lo mismo no preparó a
sus militantes para enfrentar el golpe de estado; por su lado, la corporación
militar, no vio con buenos ojos dejar el gobierno en manos del partido AD;
además, estaban las circunstancias que rodeaban la política en América Latina.
En ese momento, buena parte de los países de este continente estaban sometidos
a regímenes militares, un sistema de
gobierno plenamente respaldado por los Estados Unidos de Norteamérica. Así que
el gobierno de Gallegos se aferraba a lo único que lo respaldaba: la
constitución y las leyes, pues no tenía fuerza de calle ni respaldo militar. En
tales circunstancias sobrevino el Golpe castrense del 24 de noviembre de 1948
que derrocó a Gallegos y en el cual el Ministro de la Defensa desempeñó un
papel sobresaliente.
El triunvirato militar
que se constituyó después del golpe lo integraron Carlos Delgado Chalbaud,
Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. Para presidir la junta y por
tanto, el gobierno se designó al primero. Llegaba así el hijo de Román a la cúspide del poder político nacional, luego de
haber sufrido numerosos sinsabores. El sueño de Román se cumplía con él, el
niño que muy temprano fue separado de su padre cuando éste fue enviado engrillado
a la Rotunda, el adolescente expulsado de Venezuela durante más de tres lustros,
el expedicionario del Falke, que con sus ojos miró a su padre caer muerto en
Cumaná. Ahora esa misma persona era la que ocupaba la silla presidencial de
Miraflores, un palacio que se había mostrado demasiado escurridizo a las
aspiraciones de su padre.
Pero ocupar este primer
lugar, además de brindar muchos
privilegios y satisfacciones también proporcionaba penurias y enemistades. Surgieron
entonces, dentro de las FF.AA., los ocasionales enemigos del presidente. Empezaron
a acusarlo de extranjero, de advenedizo, de afrancesado; que no se identificaba
con el grupo de los militares andinos, el grupo mayoritario en la corporación
militar. Además, Delgado reconocía el carácter provisional del gobierno
juntista, posición que era adversada por la mayoría de los oficiales de las
FF.AA, incluyendo a sus dos compañeros de la Junta. Para todos estos, el país
no estaba maduro todavía para establecer un sistema de libertades y ensayar la
democracia política. De manera que el triunvirato no debía ponerle fecha de culminación
a su gobierno. Este tenía que durar todo el tiempo que fuera necesario. Así
pensaban lloverá Páez y Pérez Jiménez y por
eso eran seguidos por la mayoría de los oficiales. Además, por su
formación y carácter, Delgado era más dado al diálogo para resolver conflictos.
Mientras que LLovera y Pérez Jiménez eran propensos al uso de la fuerza. Y por
ello, estos dos exigieron a Delgado una posición firme y radical para combatir
las acciones de los opositores. Le solicitaban que hiciera uso de los organismos
represivos para combatir a los revoltosos, entre los cuales incluían a la gente de AD y del PCV.
Delgado, sin embargo,
quería conducirse como un gobernante liberal, democrático, modernizador,
honesto, no represivo. En estas circunstancias, con el ejército dividido y con
la Junta separada en dos posiciones, es que comienzan a circular rumores en Caracas sobre un posible
atentado a la vida del presidente, y reaparece en la ciudad, no por casualidad,
la figura de Rafael Simón Urbina, un hombre de Coro, un viejo luchador
antigomecista, un hombre acostumbrado a
resolver mediante lances de fuerza sus problemas con otras personas.
Detrás de estos rumores
se movían los militares partidarios de instalar en Venezuela un gobierno
represivo, mismos que estaban en desacuerdo con fijar una fecha límite al
gobierno y con la convocatoria a una constituyente. También aquí estaban
comprometidos sectores provenientes del mundo político y empresarial, entre
ellos, Antonio Aranguren, un viejo empresario, aspirante sempiterno a ocupar la
silla presidencial de Miraflores. El instrumento para ejecutar el plan de
asesinato del presidente fue el susodicho Rafael Simón Urbina, un jefe de
montoneras, quien contrató a otro grupo de corianos para ejecutar la faena. Y
así fue como, el día 13 de noviembre de 1950, bien temprano en la mañana, es
secuestrado Carlos Delgado cuando se dirigía a su despacho, acompañado por su
chofer y un escolta. De seguidas el presidente es llevado por sus
secuestradores a una casa situada en la urbanización Las Mercedes, pero en el
trayecto una bala disparada sin intención por uno de los integrantes del grupo
hiere en la pierna a Urbina. El contratiempo provoca que este último pierda el
control de las acciones y entonces el resto del grupo procede a asesinar al
presidente. Luego, para enturbiar aún más la situación, ocurre la muerte de
Urbina cuando se encontraba este en manos de la policía del gobierno. Así las
cosas, asesinados tanto el presidente como el testigo principal de los hechos
de ese día, quedó truncada la posibilidad de descubrir a sus escondidos autores
y quedó también libre el camino para que Pérez Jiménez pasara a dirigir
directamente el país y estableciera un régimen dictatorial muy represivo que
durará hasta enero del año 1958. Dado que fue este último el principal
beneficiario político de la muerte de Carlos Román Delgado Chalbaud existen
poderosas razones para considerarlo el autor intelectual de este magnicidio, el
único hecho de este tipo ocurrido hasta hoy día en suelo venezolano en toda su
historia.
Bibliografía.
1. Ocarina Castillo D´Imperio. Un hombre, un dilema,
un magnicidio. UCV., 2011.
2. Jairo Bracho Palma. Los sueños rotos. La historia
de los Delgado Chalbaud. USA., 2010.
3. Cecilia Pimentel. Bajo la tiranía. Caracas, 1970.
4. Ignacia
Fombona de Certad. Armando Zuloaga Blanco. Voces de una Caracas patricia. Academia
de la Historia, Caracas, 1995.
5.
Ruth Capriles Méndez. Los negocios de Román Delgado
Chalbaud. Academia de la Historia, Caracas, 1991.
6. Eduardo Casanova. Biografía de Rafael Vegas. Ediciones
El Nacional, Caracas.
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