sábado, 6 de diciembre de 2014

Tres cuentos cortos




TRES CUENTOS CORTOS 


LA CEGUERA DE PAZMIÑO

Pazmiño se operó de la vista y durante un largo tiempo la vida se le hizo un karma.
Generalmente andaba a tientas, no reconocía ni a sus allegados; algunas veces porque, en realidad, no veía nada; pero la mayoría de las veces era su enrevesado carácter el que se lo impedía. Así que una mañana amaneció más “ciego” que de costumbre. Después de calentar el carro comienza a calentarse él, al montarse y darse cuenta que no puede ver con nitidez. Aún así prende el vehiculo y arranca. Saca la cabeza por la ventana y logra ver algo, aunque borroso. Se empina como para mirar por encima del espejo retrovisor y no ve nada. Se agacha un poquito para mirar justo por encimita del tablero ¡y nada! Se bambolea parabrisísticamente de un extremo a otro del asiento, pero qué va! Total que se deja de tonterías y decide arriesgarse a manejar con la cabeza fuera del vehiculo. Llega al kiosco más cercano a comprar la prensa y allí se encuentra con Ignacio Guerra, quien lo ha visto maniobrando tres cuadras más atrás.

- ¿Qué te pasa, Pazmiño? No se te ve muy bien hoy en la mañana-le inquiere el viejo Guerra a manera de saludo.
- Caraz, Ignacio, es que no veo nada. Esta operación va a terminar volviéndome más loco- responde Pazmiño en tono bastante mal humorado.
- Pero cómo vas a estar viendo, le riposta Ignacio, chorriado de las risas, si es que no le has quitado el tapa sol al carro.


LA OTRA INAUGURACIÓN

Ana Rosa Angarita, esa sempiterna enamorada de Guayana e hija adoptiva de pemones, makiritares y ye’kuanas, recibió recientemente un justo homenaje, al serle conferido su nombre a una minúscula Sala de Lectura que tiene la Alcaldía de Caroní en la Dirección de Cultura. Allí se congregó una gran cantidad de amigos, alumnos, simpatizantes e hinchas de Ana y donde la mayoría de ellos tomaron el micrófono para hablar de las excelsas cualidades de la homenajeada. Y ahí, muy oronda, estaba ella con ese ego edematizado de tantas y variadas lisonjas.
 
Entre los apologistas se destacó una jovencita que habló entusiasmada maravillas de Ana Rosa y cuando ya no cabía más emoción, cuando el éxtasis hacía reventar el recinto, la niñita remató la faena con esta afirmación celestial:

-     Esto es poco para lo que se merece Ana Rosa. Ella debe tener en el cielo una Sala de Lectura grandísima! concluyó abriendo los brazos hasta el infinito.

Carlos Giusti, panita de  Ana Rosa y de los cientos de fanáticos que se presentaron al acto, no pudo resistirse a la tentación de hacerle swing a esa bombita y desde el fondo del graderío gritó:

- Ana, esa sala te toca inaugurarla la semana que viene!

-¡Queeeeeeeeé! Exclamaría sorprendida la laureada escritora, como quien conserva la capacidad de asombro en estado virginal.


DEL AGUA DE ARROZ, LÍBREME DIOS!

José Acosta siempre se caracterizó por ser un muchacho sumamente snobista: él era el primero en estrenar en la casa cuanta enfermedad se pusiera de moda. Incluso cuando a cada uno en la familia lo vacunaban y le salía, en la espalda o el en brazo, la normal y natural roseta, él se vanagloriaba mostrando un inusual cráter, ya que él tenia una facilidad asombrosa para que le “prendieran” las vacunas más que a los demás.

Conocidos fueron en la calle Independencia de Ciudad Bolívar los concursos organizados por él, en el que participaban los muchachos pre-adolescentes, en los que se “careaban” entre sí los competidores, en busca del ganador, que era aquel a quien la naturaleza hubiera  tratado con mayor bondad en cuanto a su equipamiento masculino. Sólo el derecho al veto que José se abrogó para sí, impidió que estos eventos ajenos a la imparcialidad, pudieran  extenderse por todo el territorio.
En una oportunidad José cayó enfermo, con una padencia hasta ese momento desconocida por los otros siete hermanos de la familia. Los médicos le diagnosticaron “disentería”, lo que ocasionó que fuera confinado a una habitación solo, recibiendo cuidados especiales, entre los que se puso especial énfasis en una dieta estricta a base de Agua de Arroz, como único alimento.

Una noche en que los viejos tuvieron que salir, José quedó bajo los cuidados de su hermana Nieves, quien era muy severa en eso de hacer cumplir las instrucciones emanadas por los mayores y de las suyas propias.
Pasada una hora a José comenzó a apretarle el hambre por lo que le pidió a Nieves que le sirviera un poco de la poción que estaba en la nevera.

- Échamele un poquito más de azúcar, hermanita, que está muy simple, pidió José casi en tono de imploración.

- Échamele otro poquito. Es que no tiene gusto, manita –volvió José a implorar.
La escena se repitió hasta dos oportunidades más, hasta que el alimento quedó totalmente almibarado.

Al rato cuando regresan los viejos, la madre le pregunta a José si había cenado, recibiendo una respuesta afirmativa de su parte. Luego de lo cual se escucharía un grito desgarrador proveniente de la cocina:

- Luis, corre y busca un carro libre, que a este muchacho hay que llevarlo urgente pa’l hospital.
- Pero qué ocurre, mujer- pregunta el viejo, al mismo tiempo que comienza a trenzarse los zapatos.

- Que este muchacho del carajo lo que se tomó fue el almidón de planchar la ropa. ¡Corre Luis!


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Simón Díaz: Dios no le da cacho a burro

Simón Díaz
DIOS NO LE DA CACHO A BURRO

Todos los pueblitos tienen su plaza Bolívar, éste que yo digo también la tiene. Cuando un pueblito nace solo sin que nadie lo funde, le hacen la placita después. Para fundarlo buscan siempre que sea cerquita de un río pa' tené el agua allí mismo. Llega un señor ahí y traza un área de más o menos 10.000 metros cuadrados, es decir, cien por cada lado. A eso le pone el nombre de Plaza Mayor. La iglesia va aquí, la jefatura pa'cá, la Casa Municipal por aquí, este lote pa' usté, éste pa' ti, y éste otro pa' ustedes, y a vivir y a trabajar tranquilos. Pero cuando no se funda sino que nace solito, entonces el ayuntamiento compra o expropia el terreno y hace la plaza y le pone de nombre, como homenaje al padre de la patria, Plaza Bolívar. 


A esta placita, que tenía en todo el medio un pedestal con un busto de El Libertador, entraba todos los días un burrito a comerse la pajita que nacía allí. Cuando aclaraba el día, usted veía al burrito fijo en la plaza familiarizado con la estatua que hasta se rascaba el lomo con ella. 

Un día, que el burrito entró a la plaza como siempre a comer pajita, de repente al ver la estatua, se echó una barajustada y salió de la plaza despavorido corriendo a millón por hora rumbo al río con el rabo levantao y volteando no vaya se que lo vinieran siguiendo. A toda velocidad entró al río y lo cruzó nadando y rebuznando que todos los animales que lo veían creían que se había vuelto loco, y así huyó por el llano pa' dentro que más nunca se supo de él.


Lo que pasó era que le habían cambiado la estatua por una ecuestre y cuando él vio al caballo se asustó y corrió. Usted no ve que los dueños de hatos para conseguir mulas, que son muy trabajadoras, lo que hacen es enamorar a los burros con las yeguas, y bueno, este cuento lo sabe el caballo, y también el burro sabe que el caballo lo sabe y no quiere por nada pelear con el caballo. Usted no ve que hay un refrán que dice "Dios no le da cacho a burro", pero permite que se los pongan al caballo.